Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

4.
Tres relatos breves

Jesús Diéguez García

M. M. K. = Lucía Muñoz Costa

La autora (Madrid, 2001) cursó Bachillerato de Artes en el I.E.S. Giner de los Ríos. En este instituto ha participado en certámenes de poesía, diseño y disertación filosófica. Desde los quince años ha mostrado interés por ayudar en el centro con charlas sobre «bullying», «sexting y sextorsión» y medioambiente, poniendo en marcha el grupo Eco-Giner. Colaboró en la redacción y diseño del periódico del instituto Ríos de tinta. Además intervino en la puesta en marcha y en el guion de varias obras teatrales. Desde corta edad se mueve por los círculos sociales de sus padres, ambos licenciados en Bellas Artes de la U.C.M. Tomó parte en la evolución de empresas como Muñoz & Krämer: Leather design y Boogaloo BDSM, sobre todo en el ámbito de redes sociales y merchandising. Actividades actuales: la fotografía, la escritura, y la actuación teatral y cinematográfica. Firma sus trabajos bajo el acrónimo M.M.K, que corresponde a su nombre artístico Momo M. Krämer.

luciamcgk@gmail.com

4.1. Libro en blanco

Te voy a regalar un libro en blanco:

Para que pongas todos los nombres de las personas que pasaron por tu vida e hiciste que no te duraran ni una estación. Que ni siquiera firmarán ellos mismos como en la recepción del hotel que eres.

Parece que tienes prisa, que solo estás de paso. Cuando eres tú el que está estancando, atado y enraizado a un lado de la autopista.

Tú, niño con derecho a voto. «Adulto» idolatrando a su sonajero. Enfrascado en un puzle de un solo color. Enrabietado por no saber hacer nada sin su terrón de azúcar. Contando con los dedos debajo de la mesa las oportunidades perdidas de ser feliz en un mundo real. Y garabateando una casa, un árbol, unas nubes color cian y a ti mismo con una cabeza desmesuradamente grande.

A ellos y ellas. A todos y todas. A ti y a mí.

 

4.2. Almidón

Estaba casi en trance metida en la cama. La comida descansaba haciendo que me hundiese en el colchón. Con el cuerpo recto y tieso observando en tercer plano cómo se anestesiaban y unían todas las partes de mi cuerpo. No sentía temperatura exacta pero ya no hacía frío dentro. Las pulsaciones ya no resonaban, poco a poco se diluían con el resto de sensaciones que pasan desapercibidas.

Estaba andando por la calle de una ciudad grande, pero no había nadie.

Mi pie saltó debajo del edredón. El cuerpo confunde a veces y cree que se muere cuando se está quedando dormido. Yo no reaccioné, fue mi pie derecho dando una alerta para seguir despierta. Dejaba de analizar lo ocurrido y me dirigía al estado inicial a la intervención de mi pie.

Me aferraba a la cornisa de un edificio. Luego el edificio era una tabla de metal grueso en el aire. Caí en agua blanca, no era leche porque no tenía la misma densidad. Era agua de arroz y si te fijabas podías ver el almidón haciendo tiras irregulares y remolinos.

Me agarré a una tabla azul lo suficientemente grande como para no volcarla con mi peso apoyado en casi una esquina. Dentro había arena azul Klein pegada en grumos con algún tipo de adhesivo. Detrás de mí había una tabla igual pero rojo intenso. Me di cuenta de que había límites al mirar por encima de ella.

Las paredes eran blancas y solo podías ubicarte si miras a las esquinas. Estas se difuminaban a medida de alzabas la vista.

Me di la vuelta otra vez. Faltaba una esquina. Enfrente de mí mirando a mi izquierda había una pequeña playa de arroz duro, inalterado por el agua. El almidón del líquido donde flotaba vendría de esa pila de arroz. Al final de la pequeña playa se hacía un ángulo de noventa grados pero las paredes contiguas no se llegaban a encontrar.

Al frente, nada. Se olvidaba todo. No había perspectiva, color o sombra. No sabría decir de dónde venía la luz que iluminaba el lugar.

Algo tiró de mí hacia el fondo de la piscina blanca. Por unos segundos estuve debajo del agua y abriendo los ojos con pavor vi agarrándome el tobillo derecho una mano negra. Gris con el filtro del almidón. Seguí pataleando cuando me agarré con fuerza al tablón azul e intenté subirme a él, pero la textura granulada no me permitía aferrarme de ninguna manera. Las uñas rascaban la superficie con angustia pero de nada servía. Me sangraban las yemas de los dedos y me ardían las palmas de las manos con el ímpetu de mis movimientos. De un golpe seco, lo que no sería solo un brazo alquitrán, se perdió por el fondo inexacto.

Nadé hasta la orilla y a gatas anduve por el arroz los pocos metros que tenía la playa. Cuando llegué al final, posé las manos desplazando los granos de arroz y borrando así los límites perfectos que tenía. Alcé la cabeza para mirar delante de mí y recuperando el aliento comprendí estar perdida.

 

4.3. Leticia

Cogimos el coche y fuimos a una montaña cuya entrada estaba vallada. Aparcamos cuando ya era de noche y mientras salíamos del coche me dijeron que no tuviese miedo, que ya se habían hecho el valle varias veces y no era para tanto. Entramos por un camino de tierra bien acomodado que era el que recorría toda la montaña. No había ninguna luz más que las del parking y no llegaban muy lejos.

Empezamos a encontrarnos con gente. No sabía en qué consistía nada de lo que podría ocurrir pero seguía a mis amigos de cerca. Cuando llegamos a un merendero nos encontramos con mucha más gente y mientras me comía mi bocadillo se acercó una señora y una niña. La mujer apoyó a la niña con la espalda en el tronco de un árbol y me comenzó a hablar. Me contó que estaba desesperada por que la ayudaran y que le había llamado la atención. De reojo veía cómo la niña mascaba algo demasiado grande para su boca. En alguna ocasión asomaba entre los dientes algo liso y amarillo. La señora me seguía hablando, me contaba que estaba con ansiedad desde hacía años y que su hija no colaboraba. Decía que era rebelde y que estaba loca, que seguramente tuviese algún problema y ella no sabía lidiar con ello. Quería quitarse un peso de encima pero no deshacerse de su hija, pero que si yo lo consideraba daría la niña a una casa de acogida. Me quedé callada mientras terminaba de masticar el último trozo del bocadillo. Tragué a duras penas porque no tenía agua. Cuando acabé le dije a la señora que vería lo que podría hacer y le dije que me dejara a solas con la niña. Ella se negó. Le volví a preguntar y se volvió a negar. Le dije que una amiga tenía su bolso, que se lo habían encontrado. Se fue en busca de algo que nunca tuvo en un inicio, ella no llevaba bolso porque lo tenía todo en los bolsillos pero aun así se fue a buscarlo.

Me arrodillé ante la niña que dejó de masticar. Se le caía la baba por los lados de la boca. Debía tener unos diez años, era rubia de pelo liso recogido en dos trenzas pequeñas y flequillo perfectamente recortado. Llevaba una sudadera rosa y unos vaqueros azules. ¿Qué masticas? Abrió la boca lo más que pudo y sacó una pelota de goma que dejó en su mano. Me miró sin decir palabra. Intentó volver a meterse la pelota en la boca pero la frené. Se puso nerviosa, empezó a temblar y tenía los ojos llorosos. Abría y cerraba la boca como si tuviese la pelota dentro.

─Yo también tengo una pelota, solo que más pequeña. Como un tercio más pequeña. Y no es tan amarilla, es más anaranjada. Me la solía meter en uno de los cachetes cuando era pequeña. También era de goma así que la dejé de masticar porque sabía mal─. Le dije.

La niña se quedó quieta y secó la saliva que había en la pelota en su sudadera, después me cogió una mano y con la otra me puso la pelota en la palma. Me tiré cinco años intentando ayudar a esa niña a comunicarse y entre medias a su madre a superar la pérdida de la hija que tuvo antes de Leticia. Así la llamé. Su madre nunca le puso nombre, siempre se refería a ella como "mi pequeña". Cuando salió el sol bajamos por el mismo camino por el que habíamos subido y pude ver cómo Leticia y su madre se perdían entre la vegetación sin mirar atrás. Cuando crucé la valla de salida me quedé parada mirando cómo todo el mundo reía y saltaba. Me llamaron para subirnos en el coche e irnos a comer por ahí.

 

 

             Arriba                                  Arriba            

5.
Origen y críticas de los concursos-oposición

Antonio Martín Cepero

Jesús Diéguez García

El autor, licenciado en Filología Románica por la Universidad de Salamanca y en Ciencias de la Educación por la UNED, ha impartido docencia de Lengua española y Literatura en diferentes institutos y, durante algunos años, ha pertenecido al cuerpo de Inspección educativa en la Comunidad de Madrid. Es autor de libros de su especialidad, tres de ellos definidos como antologías noveladas, además de otros infantiles o de poesía. 

jesdieg@gmail.com

 

Nadie puede asegurar quién ideó las oposiciones como sistema de conseguir un trabajo fijo, aunque sí la época en que se iniciaron tal como actualmente las conocemos. Desde luego no se le ocurrió a ninguna persona de baja clase social. Me permito ofrecer al lector las críticas más frecuentes a este sistema de consecución de un puesto de trabajo con la esperanza de que se vayan mejorando hasta eliminar sus aspectos negativos.

Como otros muchos descubrimientos, parece que los inventores de un tipo de oposiciones son los chinos. Hacia el año 600, para defender el poder absoluto de su Emperador y evitar las amenazas de los nobles con pretensiones hereditarias se apostó por una burocracia fiel que ejerciera funciones de gobierno sustituyendo a la aristocracia que en el resto de naciones ocupaba la mayoría de cargos públicos. Los elegidos para el funcionariado accedían a unos exámenes selectivos que pronto recibieron críticas similares a las que podemos escuchar actualmente.

Otro antecedente de las oposiciones es español, tanto para seleccionar profesorado como, en 1560, para ostentar el cargo de Corregidores; se aplicó en la época del rey adjetivado como «el prudente», Felipe II, que consideraba que la causa de muchos problemas sociales se debía a la falta de educación de la mayoría de la población.

En el mundo occidental, los concursos-oposición son procedimientos selectivos a los que acuden, en general, numerosas personas para aspirar a un número muy inferior de puestos de trabajo de una empresa u organización oficial. Las oposiciones para funcionarios públicos se regulan en torno al siglo XIX: no había transcurrido un siglo desde la abolición de la esclavitud, a finales del XVIII. Desgraciadamente sabemos que quedan vestigios de esclavitud en la actualidad.

La mayoría de las críticas de los exámenes en su origen siguen siendo muy actuales: que eran excesivamente memorísticos, que no formaban especialistas en materias concretas, que la igualdad entre los opositores era discutible, etc. Tampoco faltaron escándalos por irregularidades. También, cómo no, existieron en ciertos momentos, coincidiendo con los cambios de dinastía, exámenes "extraordinarios" que permitieron acceder a cargos públicos con "turnos" restringidos y con atajos para llegar a la cúspide administrativa, con gran descontento de los ya funcionarios. Sin embargo, el considerar a los empleados públicos inamovibles no queda definitivamente aprobado hasta 1963, aunque hay que recordar el precedente en el reinado de Alfonso XIII del conocido como Estatuto Maura, aprobado en la Ley de Bases de 1918.

Una de las críticas que suele hacerse a los concurso-oposición se basa en las pruebas a los que los opositores se someten: tests, desarrollos de un temario, supuestos prácticos, nivel de idiomas extranjeros… Fijémonos en la oposición al profesorado público. Casi siempre solo se evalúa la capacidad memorística de los aspirantes pero, rara vez, si se adaptará bien al puesto de trabajo, si tendrá dotes para desenvolverse ante un grupo de alumnos. En cualquier proceso selectivo, las Administraciones creen elegir a su personal basándose en tres principios: igualdad, méritos y capacidad. Pero el concurso oposición falla por las siguientes razones:

  1. No son un sistema científico. Las oposiciones se apoyan en un supuesto muy discutible, que los candidatos que obtienen las mejores puntuaciones serán los mejores en su puesto.
  2. Son un gasto enorme y exigen un esfuerzo improductivo. Muchos opositores pasan años preparando una oposición. Dedican una media de cinco años a resolver un examen que les aportará muy poco si fracasan. En ese tiempo ni se forman eficazmente ni trabajan: solo se examinan. Renuncian a ganar un salario, cotizar y acumular experiencia.
  3. Son aleatorias: influye el turno, el día, el tribunal o los aplazamientos. Tras años de estudio, es injusto e irracional que el éxito dependa de situaciones aleatorias o desiguales para los candidatos. En todos los procesos de selección influyen causas ajenas y la suerte.
  4. Influencia de los cambios legislativos. Solo revisando la última legislación educativa comprendemos la escasa permanencia de leyes y casi es una excepción la duración de veinte años de la Ley General de Educación de Villar Palasí (1970-1990). Desde esta fecha, hemos contado en un corto período de tiempo con la LOGSE (1990), LOPEGCE (1995), LOCE (2002), LOE (2006) y LOMCE (2014). Y ya se presagian nuevas leyes. Esta excesiva sucesión legislativa es fruto del relevo de los partidos que gobiernan, incapaces de lograr un acuerdo estable en política educativa.

Un autor gallego ha comparado las características de una oposición limpia con las del agua natural: deben ser claras, incoloras (no similares a los colores de los logotipos de los partidos políticos), inodoras (sin ningún tipo de tufillo) e insípidas (no deben servir para colocar a familiares, validos o personas encuadrables en un campo semántico similar). Los concursos-oposición no pocas veces se han convertido en protagonistas del humor. Es bueno recordar las disparatadas pruebas del concurso organizado por Mortadelo y Filemón en la T.I.A., personajes del dibujante Ibáñez en un tebeo de 1975. O el chiste que me llegó hace ya tiempo por wasap:

─¿Usted cómo llegó a ministro?

─Yo soy electricista, fui a la Moncloa por un aviso, dije «estoy aquí por lo del enchufe», y hasta ahora.

 

 

             Arriba                                  Arriba            

6.
Imagine (Carta a John Lennon)
Descalzos, por seguridad

Teodoro Álvarez Angulo

Teodoro Álvarez Angulo

Ha sido profesor titular del Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid y coordinador del Grupo Didactext. Entre sus publicaciones podemos destacar las siguientes: El resumen escolar. Teoría y práctica (Octaedro, 1998); Cómo resumir un texto (Octaedro, 1999); Textos expositivo-explicativos y argumentativos, (Octaedro, 2001); (Dir) Los procesos de escritura y el texto expositivo en la mejora de la competencia escrita de los escolares de sexto de Educación Primaria (Editorial Complutense, 2005); Didáctica del texto en la formación del profesorado (Síntesis, 2005), Competencias básicas en escritura (Octaedro, 2010). Ha coordinado también Competencias Géneros discursivos y estrategias para redactar textos académicos en Secundaria (Octaedro, 2010) y el reciente El miniensayo y su didáctica: escribir en las materias del currículo (Octaedro, 2019).

talang@edu.ucm.es

 

Imagine (Carta a John Lennon)

Sí, sí, John, me imagino un mundo de todos y para todos; en el que todos vivan y dejen vivir; en paz, como gustabas decir tú; con la justa ambición de la superación personal y del desarrollo de los proyectos de vida, en el que los dioses sean opciones de vida íntima de cada quien, sin imponer dicha verdad a los demás, para construir la verdad machadiana. Un mundo en el que las riquezas que la naturaleza ofrece y el hombre transforma sean para vivir todos; y en el que las patrias se sitúen en el corazón, sean patrias chicas, en la idea cosmopolita que postulan los clásicos Terencio, Séneca, y el propio Cervantes cuando dice: «Mi patria es el feraz territorio de la duda»; que no se tengan que medir y contar por indicadores de producción, por cuotas de mercado y por el poder militar y la influencia política que se ostente.

Claro que no me cuesta imaginar un mundo alegre y flexible, en el que las opciones de vida de cada quien no tengan más límite que la necesaria ordenación de la vida en común. Creo más en una sociedad que arriesga el pellejo por conquistas prosaicas del día a día, como afirma Savater en «La Nación Balón» (El País, 22 de julio de 2010), tales como la defensa de la seguridad social, de la educación general obligatoria o de la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que en las grandes soflamas de las democracias acomodadas en que se dan vivas a la patria eterna, al honor, a la libertad o a otras entidades igualmente abstractas y glamurosas, como, por ejemplo, la sociedad nacional de fútbol.

Quiero decirte también que tengo más que recelo cuando, en la sociedad de la globalización, al amparo del sueño americano, se habla con tanta insistencia de las máquinas robóticas que hacen y enseñan todo, en la que las mentes brillantes aventuran la fusión con las máquinas y consideran anticuado «lo solamente humano». Creo, sí, en la ciencia al servicio de la mejora de la vida del hombre, sin las mentiras ni los utopismos tecnológicos que alimentan los sueños de los frikies de la tecnología que buscan obsesivamente, centrados en la ciencia ficción, los videojuegos y la informática, un deus ex machina que vuelva a arreglarlo todo.

Como puedes ver, a pesar del tiempo transcurrido desde que la mano vil te quitó la vida en la City, los tiempos no han cambiado tanto: el Top of the Rock del Roquefeller Center y el Empire State, centinelas de la ventana y del escaparate del mundo que eran y siguen siendo, ya tienen ganada la tierra y aspiran a ganar el cielo, mientras que otros muchos somos reserva espiritual que aún no poseemos la tierra, que es, a fin de cuentas de lo que se trata aquí.

Pero, a pesar de todo, estoy contigo en que bien vale poner un granito de arena para que así sea, porque otro mundo tiene que ser posible.

Hasta siempre, John.

(En Ocurrencias. Cosas veredes, Sancho amigo.
Barcelona, Octaedro, pp. 91-93).

 

Descalzos, por seguridad

El palacio de Zaramán de los Reyes es un castillo-fortín extenso, marmóreo y áureo, con columnas y dependencias luminosas, alimentadas por grandes tragaluces y una techumbre acristalada; se sitúa en el corazón de Hispania, y es concurrido y afamado expendedor de modas y tendencias en el vestir, en kilómetros a la redonda. No faltan en él, como piden los cánones de la modernidad, espacios para satisfacer las necesidades gastronómicas, de ocio y de culto al cuerpo, en forma de gimnasios, estos últimos. Ello hace que sea en toda estación, y, particularmente en invierno, la meca de los urbanícolas de la zona y allende las fronteras de la localidad.

Allí acudieron, en busca de un detalle para el cumpleaños de su hijo dos de estos habitantes-residentes en la zona, marido y mujer, con intención de comprar en alguna de las dependencias del palacio, especializadas en ropa y complementos, cuando hete aquí que, dispuestos a rebasar el umbral del negocio, juntos como iban, las medidas de seguridad instaladas para acceder al espacio de negocio anunciaban desesperadamente la presencia de individuos sospechosos, por lo que, ante tales machacones alaridos electrónicos, acude el guardián del orden y la paz del lugar, vestido de riguroso color negro, con gesto adusto, y en tono enérgico y seco, no exentos de la amabilidad debida a la clientela, solicita autorización para inspeccionar el bolso de la señora.

Ante la perplejidad y la discreta advertencia del marido, dada la firme decisión del centinela en la resolución de la causa del desorden, este solicita a la mujer cortésmente que salga del espacio y vuelva a entrar; y de esta manera comprueba que no es ella la causa del desarreglo, con lo que no queda otra que dirigirse al caballero, quien, entre risas, sorpresa y guasa, se somete gustoso a la prueba, y se certifica que es el varón el causante del desmán. Situadas las sospechas del vigía en el señor, ahora la cosa pasa por averiguar cuál pudiera ser la causa de los pitidos. Para ello, el celador comienza por solicitar las llaves, monedas y objetos metálicos que el caballero pudiese llevar en los bolsillos.

Despojado de los posibles causantes del mal, el varón decide pasar primero un pie, el derecho, como si de un juego de casualidades con la máquina se tratase, y todo va bien: el artefacto no se altera; ahora bien, cuando el causante intenta pasar el pie izquierdo (debió levantarse ese día con el pie siniestro), de nuevo el revuelo de las estridencias desesperadas hizo presencia advirtiendo de irregularidades que pudiesen perturbar el orden de la estancia del palacio de Zaramán.

De esta manera quedó probado que era el zapato izquierdo el depositario de un chip de seguridad que delataba al cliente y avisaba al vigía de dicha presencia, si bien, en descarga de la honorabilidad del señor, toda la responsabilidad recaía sobre el zapato izquierdo, no del derecho, libre este de toda sospecha, compartida con el fabricante, cómplice de por vida de las andanzas de aquel. Con lo que la solución consistió en que el caballero ingresó en la sala del palacio descalzo, por razones de seguridad. Suerte que el juanete y el tomate del calcetín no tuvieron que comparecer para la ocasión.

Y ya se sabe lo que pasa en estos casos: se empieza uno descalzando cuando va a comprar una camisa, y termina exhibiendo involuntariamente sus interioridades y vergüenzas, a la hora de subir a un avión.

(En Ocurrencias. Cosas veredes, Sancho amigo.
Barcelona, Octaedro, pp. 66-67).

 

             Arriba                                  Arriba            

 

Letra 15. Revista digital    Créditos | Aviso legal | Contacto | Mapaweb | Paleta | APE Quevedo