Jesús Hilario Tundidor
Unos de los principales representantes de la llamada generación del 60, el autor nació en Zamora en 1935, y reside actualmente en Madrid. Ha recibido premios como el Adonais (1962), el San Juan de Baños (1997), el Premio de la Academia Castellano-leonesa de Poesía (1999), el Premio Internacional León Felipe (2000) o el Premio Castilla y León de las Letras (2013). En el 2010 publica Un único día, que organiza y estructura su obra poetica en dos libros unicos: Borracho en los propileos (Primera época) y Repaso de un tiempo inmovil (Segunda época). Como ensayista ha publicado, entre otros trabajos, Seis poetas de Zamora, Reflexiones sobre mi poesía o El hacer del deshacer. El autor ante su obra.
A continuación nos ofrece una pequeña muestra de su libro aún inédito Cuadernos de Guadarmar en el que se acerca al género de aforismo para darnos, de una manera directa e íntima, su visión sobre el lenguaje y la creación poética.
1. El lenguaje como comunicación con el otro es posterior al lenguaje como comunicación con el mundo.
2. ¿El lenguaje es pensamiento o pensamiento es lenguaje?
3. ¿Pero qué es pensar? ¿Qué es experiencia? ¿Acontecimientos o causalidades?
4. Solo hay experiencia personal en la formación de la inteligencia.
5. En el origen del lenguaje está el origen del pensamiento que está en el origen de la inteligencia.
6. La realidad es aprehensible por el conocimiento, pero es diverso su significado en cada individuo.
7. Sin embargo, todo es conocimiento; aun aquello que no se conoce.
8. ¿Por qué es posible aplicar la duda a la verdad?
9. La realidad se da a la percepción y a la experiencia. Lo real a la sabiduría.
10. Hemos perdido el más noble de las herramientas que conforma la sabiduría, el pensar por el puro gozo de pensar.
Felipe Díaz Pardo
El autor (Madrid, 1961) es licenciado en Filología hispánica, profesor de Secundaria e inspector de Educación. Ha publicado numerosos libros de tema educativo y de creación literaria: novelas (La sombra que nos persigue, La humanidad de los dioses, Tanto motivo sin fisura, La casa de las almas soñadas, La factoría de los sueños, Profundo origen, Tardes en El Edén, Vuelo sin retorno) libros de relatos y cuentos. Reproducimos en esta ocasión varios poemas de su último libro, en esta ocasión de poesía, recientemente publicado En paradero desconocido.
Veo que, cuando la rosa cae,
la tarde se detiene.
Veo robar al sol
los últimos rayos de esperanza.
Sombras de paja se vuelven contra mí
y alimentan el único fuego que,
dentro de mí,
se esconde.
Sigue en vilo
el alma que se arrastra,
que me quiere empujar
hacia el precipicio
que cada día levanto,
disperso,
entre el ramaje de mi existencia.
Su sonrisa fue mi sonrisa en
atardeceres y crepúsculos.
Nacen luces de piedra entre sus ojos
y la noche.
No hay nada mejor
que reconocer que la vida
son instantes que no vuelven,
flores deshojadas cada mañana
que inicia un nuevo día
imposible de recuperar.
No hay nada mejor
que apreciar lo que se tiene
antes de que el velo oculto de la noche
extienda el tul de sus entrañas
a todo aquello que no le es fiel,
a todo aquello que les estorba.
No hay nada mejor
que darlo todo por perdido,
como cuando los atardeceres
te acompañan con su ocaso
o cuando un recuerdo
te hace revivir
lo que ya no existe.
Pero hay que ser fuerte y resurgir,
buscar entre los restos del naufragio
y encontrar la cuerda que nos une
a ese hilo de ilusión,
a esa brizna de esperanza,
que siempre nos deja el fracaso.
Las nubes del tiempo pasan
y se repiten,
sin descargar torrentes que todo lo arrasan,
ni rayos que ciegan el horizonte,
ni truenos que asustan
a los que lloran.
Las nubes del tiempo mantienen
la calma
de un tiempo muerto que ya no vuelve
aunque la brisa enrede
entre sus brazos, huellas y restos
de la memoria.
Las nubes del tiempo solo,
con su silencio inútil,
arrastran penas del aire y sombras
que al sol cubren de oscura bruma
y a aquel que las ve pasar,
desarma.
En mi barrio,
cuando las hijas del churrero
eran princesas en mis sueños,
yo todavía era un príncipe azul
por descubrir.
Y su uniforme de colegialas,
el más hermoso de los vestidos,
envoltorio ya de prometedores carnes
e incipientes redondeces
que me hacían acudir cada tarde
a respirar
el caldo aceitoso y caliente
de mis deseos.
En mi barrio,
cuando el tendero de ultramarinos
era ejemplo de éxito y admiración,
yo todavía hacía las sumas
con los dedos de una mano.
Y su chaquetilla de inmaculada blancura,
el signo sin tacha del triunfo
que prometía mayor gloria
a los que le conocíamos.
En mi barrio,
cuando la cerillera de la esquina
era el rincón de mis ilusiones,
yo todavía era un ingenuo fumador
de pitillos sueltos y a escondidas.
Y su negra figura de solitaria vendedora,
la más triste imagen de una intermediaria,
que alentaba pequeñas travesuras
a jóvenes rebeldes.
En mi barrio,
cuando en la lontananza del horizonte
apenas se distinguía la maraña de edificios lejanos,
yo todavía no sabía de sueños
más allá de sus límites.
Y sus breves manzanas, de cómodas calles,
un laberinto tan simple
que me hacía pensar
que todo era fácil.
Guillem Vallejo
El autor es doctor en literatura comparada y profesor de Lengua y Literatura castellana. Ha impartido durante más de diez años clases de formación en el Colegio de Doctores y Licenciados de Barcelona. Ha publicado los poemarios, Las verdades imposibles (Seuba ediciones), Perfil sin sueño (Seuba ediciones) y Mirall obert (Columna ediciones), El frutal del adiós (Parnass ediciones), Ahorimos en azul (Parnass ediciones). También ha escrito ensayo de crítica literaria, en libros como Federico García Lorca. Poesía y teatro: La casa de Bernarda Alba (Alhambra Longman), Taller de poesía (Oikos Tau). Coordina la tertulia Ética y poesía en el Ateneo Barcelonés y es colaborador de revistas como Cálamo o El Ciervo. Dirige, como presidente, la asociación Poesía en Acción y la APE Juan Boscán.
A veces
cuando tú y yo hablamos somos cuatro,
los que hablan por nosotros de nosotros,
los que miran sin verse ensimismados,
los que fueron, los que no pudieron ser,
las ideales voces que persisten
hablando de nosotros sin nosotros.
Los que amaron y ya no lo recuerdan,
los que perdieron algo en sus espaldas
y miran las cumbres con nostalgia,
los que siguen hablando en el silencio,
y ocupan el territorio de los besos,
las intrusas voces incrustadas
entre el corazón y la garganta.
A veces
cuando tú y yo hablamos somos multitud
de voces y no hay forma humana de escucharlas.
Faltan oídos, faltan ojos, falta tiento y tiempo
para oír todo lo que no alcanzamos a decirnos.
Por eso a veces
necesito hablarte con las manos, con mi lengua,
que mi discurso sea un curso lento
por la geografía de tu carne, donde reina
el silencio sabio de la tierra, donde los pájaros
aman el cielo que los ampara y los eleva.
A veces
me emociona pensar que me recorres
por la fibra sensible de mis versos,
que puedes escucharme con tus ojos,
que puedes reconocerme en el silencio,
que nos amamos lejos
de los debería y los pudiéramos…
Que hay dos voces sin más que hablan sabiendo
la dicha de encontrarse ellas dos solas.
A veces.
Si uno suelta un verso surge un puente.
Una gaviota pasa por encima, y es tu risa.
Un niño me llama por el globo que ha perdido.
Y es mi infancia y yo lo atrapo. Se lo acerco
con el cabo de la cuerda y nos miramos
sin despegar el alma de los labios.
Y yo me quedo absorto con un globo
que quizás me sostiene sin saberlo.
Debajo pasa un río y no es mi llanto.
Si lo fuera, me lanzaría de cabeza
para beber las lágrimas que no logré
verter, para traerte con ellas hasta ti
que vuelas alto, sobre el puente, tras
los pasos que cruzan firmes, en silencio,
con este cuerpo lentamente levantado
con pasión, con la frágil transparencia
del que pone su destino en cada paso,
con tantas voces idas que son mías
y que emergen de su fondo con mis manos.
Si uno suelta un verso surge un puente,
pasa un niño, nace un vuelo, un horizonte
se abre, y te sé, por fin, aquí, a mi lado.
Dejar estar las cosas; que encuentren su lugar
un poco sin nosotros. Desaparecer justo
a tiempo. No agrietarnos el ánimo buscando
ventanas en el viento, solidez en el mar.
Un niño pelea fruta,
marea la merienda,
combate a mano armada
la piel con el cuchillo.
Pela la fruta -dirán,
y se equivocan.
Crecer es siempre una guerra
a muerte con el cuerpo.
Hay que quitarle la piel
a la amarga memoria,
rescatar su dulzor a fuerza
de lides de ternura.
El hueso es la constancia
de que existió esa lucha.