Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

Sección ARTÍCULOS

Antonio Ferres entre las urbes de la memoria y el deseo: «París y otras ciudades encontradas» (2010)1

Foto: Tony Alcarria

Louis Bourne

Professor of Spanish
Department of Modern Languages & Cultures
Georgia College & State University, CBX 046
231 West Hancock St.
Milledgeville, GA 31061
EE.UU.

louis.bourne@gcsu.edu

Descargas: PDF     EPUB

Resumen / Abstract

Resumen.

Antonio Ferres, novelista y cuentista, ganó renombre por La Piqueta (1959) como miembro de un grupo que se identificaba con el realismo crítico (de 1958 a 1962). No obstante, Ferres empezó a publicar poesía con La deslumbrada memoria (1998). Su sexto poemario, París y otras ciudades encontradas (2010), mientras sea un homenaje a Las ciudades invisibles (1972) de Italo Calvino, nos presenta dos categorías contrastantes de la ciudad: la maltrecha de sus memorias del franquismo y la imaginativa, amplia, en la que los árboles, las mujeres y otros entes de la naturaleza son recuperados o perennes protagonistas.

Palabras clave: la memoria, el deseo, la retórica del régimen, la perspectiva cósmica, la ciudad real, la ciudad no creada, el sueño, los árboles, las mujeres, el amor, las montañas y los valles, las estrellas.

Antonio Ferres among Cities of Memory and Desire: «Paris and Other Cities Discovered» (2010)

Abstract.

Antonio Ferres, novelist and short-story writer, gained renown for «La Piqueta» («The Pickaxe», 1959) as a member of a group identified with critical realism (from 1958 to 1962). Nevertheless, Ferres began to publish poetry with «La deslumbrada memoria» («Bewildered Memory», 1998). His sixth collection, «París y otras ciudades encontradas» («Paris and Other Cities Discovered», 2010), while being a tribute to «Invisible Cities» (1972) by Italo Calvino, presents us two contrasting catagories of the city: the damaged one of his memories from Francoism and the ample, imaginative one in which trees, women and other entities of nature are recovered or perennial protagonists.

Keywords: memory, desire, the rhetoric of the Regime, the cosmic perspective, the real city, the uncreated city, dream, trees, women, love, mountains and valleys, the stars.

 

Antonio Ferres (Madrid, 1924) empezó su carrera literaria ganando el Premio Sésamo de Cuentos en Madrid, el año 1954, con Cine de barrio. Desde entonces ha publicado unas catorce novelas. La piqueta (1959) fue la novela que le dio renombre. Agrupado con novelistas como Jesús López Pacheco, Armando López Salinas y Alfonso Grosso, Ferres pertenecía a lo que se llamó el realismo crítico, un período más corto del realismo social en el cual se denunciaba el ambiente bajo la dictadura de Franco, desde 1958 hasta 1962. Durante este último año, salió en italiano Los vencidos, habiendo sido prohibido por la censura en España. Ferres también ha sido autor de cuentos, con una antología publicada por Alianza en 1983 y dos más, El caballo y el hombre y El otro universo, en 2008 y 2010.

Durante los años 90 el prosista, cuyas novelas siempre han tenido vetas líricas, empezó a publicar poesía con La deslumbrada memoria (México, 1998) y La inmensa llanura no creada (2000) que mereció el premio Villa de Madrid (2001). Desde entonces, ha publicado tres poemarios más, La desolada llanura (2005), París y otras ciudades encontradas (2010), y La urraca y los días iluminados (2012).

La colección de 2010 comparte algunos rasgos en común con El otro universo. En los cuentos de esta colección, Ferres recorta las narrativas «a favor de un ambiente de deseo inacabado como expoliador de la literatura» (Bourne, La sombra, 5). El primer poema de la colección de ciudades encontradas, París, el yo lírico y la amada se tendían

a la orilla

como en el deseo de otro río

igual que ayer (17)

cuando ellos temblaban de amor. El deseo que siente el poeta es para un río recordado cuando sentían aun más viva su pasión. Si aquí encontramos el tono nostálgico del poeta, el poema Juventud nos indica que el narrador acepta que

Nunca va a volver

aquel largo misterio

el portal de entrada

más bien a «una vida olvidada» (31) de una juventud que el poeta acepta que no volverá, un ubi sunt no de lamento sino de resolución para dejar lo que no puede retornar.

Sin embargo, hay otra perspectiva más cósmica en estos poemas, textos que procuran romper con las restricciones del tiempo como hicieron varios protagonistas de El otro universo a favor de una consciencia libre de las trabas cronológicas. Parte de este deseo se plasma en versos finales como

Alcanzaremos la sombra profunda

que nos hermana con los árboles

y comenzará el mundo

(Tregua y revolución, 25).

Esta solidaridad con los árboles vuelve en un contexto de la pareja cuando

tú y yo estuvimos

y temblábamos con los árboles jóvenes

(Aquí y ahora, 46)

y cuando el poeta, en Siento el aliento del mundo, también sigue «entre el aliento de los árboles vivos» (65). Tal vez se hermane con la longevidad arbórea y su amparadora presencia.

He de explorar el vínculo entre las ciudades encontradas de Ferres y lo que la nota editorial al principio del poemario indica es un homenaje «a la genial Las ciudades invisibles de Italo Calvino» (6). Sospechamos que ambos autores utilizan la ciudad como símbolo para sus descubrimientos imaginativos. Dice Calvino:

El hombre que viaja y no conoce todavía la ciudad que le espera al cabo del camino, se pregunta cómo será el palacio real, el cuartel, el molino, el teatro, el bazar (19).

Ambos autores son creadores y viajeros de mundos inventados.

1. La desolación de la ciudad histórica

Para entender bien la idea de la ciudad en el poemario de Ferres, hace falta atender a su autobiografía, Memorias de un hombre perdido (2002). Sus primeros años desde su nacimiento en una casa del barrio de Argüelles en la calle Antonio Palomino, así como su juventud, quedan truncados por la victoria del ejército nacionalista de Francisco Franco cuando tenía quince años. Su generación de jóvenes era una de «niños perdidos en la guerra», y se convirtieron en habitantes

de una larga posguerra, de los años triunfales y de la victoria, en una ciudad vulgar donde aparentemente nunca pasaba nada (54).

No por casualidad la tercera novela de la trilogía Las semillas (Los vencidos, 1962, Al regreso del Boiras, 1974) se llama Los años triunfales (1978). Su imagen de la ciudad, la capital de España, fue coloreada por la retórica del régimen, la cursiva en que pone esos años triunfales de la victoria. Cuando empezó a enviar octavillas por correo a mucha gente para un boicot y una huelga en el barrio de Vallecas, un pueblo y barrio de Madrid, pero no Madrid porque no tenía «el mismo brío y riqueza de Madrid», dice de su vida que «transcurría por un tiempo que parecía vacío» (72). Y confiesa cuando se traslada a su primer piso emancipado de sus padres, observa que «quizá no sea fácil escapar de la ciudad destruida que llevo dentro» (99).

Antonio internaliza el dolor de la desolación y desilusión que afecta a su lugar natal. De allí hay una corta distancia a lo que sentía él y su amigo novelista, Armando López Salinas (autor con él de la memorable crónica de un viaje, Caminando por las Hurdes [1960]), como

«una ciudad irreal, habitada por una gente de la que no conocíamos casi nada» (110).

Este proceso de enajenación será fundamental para los saltos de la imaginación y la ansiedad tanto en sus novelas y sus cuentos como en la poesía.

En sus Memorias se trata de convertir «la ciudad perdida de la guerra civil» (92) —a fuerza de varias vueltas breves a España desde los Estados Unidos— en un lugar que le permite rozar con su «aliento la ciudad aún no creada» (150). Describe su deseo de «nacer otra vez aquí» en Madrid y se refiere a «esta época» (150) en la que escribe poemas. Y en el último capítulo de sus recuerdos, cuando sale de noche por su barrio para ver los adolescentes errabundos que beben botellones de cerveza o calimochos, y «permanecen en silencio […] como si soñaran,» él tiene ganas de decirles que estuvo «en una ciudad solo soñada» (216).

Este contraste entre la ciudad controlada por el régimen y la ciudad soñada se refleja también en París y otras ciudades encontradas. «La ciudad de la Victoria», descrita en el poema con este mismo nombre, está rodeada de desierto (28): no es suyo ni tampoco está feliz en su memoria de la adolescencia en un

pequeño sótano

de una casa en una ciudad perdida

(La inmensidad, 29).

El poeta madrileño acude a la ciudad de su imaginación hasta tal punto que, en Atlántida siempre, su memoria de estar en la mili en Las Palmas se transforma en el contexto marino: «Una vez viví en una ciudad oceánica» (19). De parecida manera, recuerda en el poema Atalaya una época en la que vivía tal vez con familiares en un espacio tan alto que el ensueño le colocaba

en la atalaya invicta

de una ciudad invencible,

lo opuesto de lo que vivía en la capital derrotada. A menudo la visión de la ciudad queda vinculada a una memoria de una joven querida, por ejemplo, en Y en el que la muchacha, que no va a volver nunca, se acompaña con el pensamiento que

tampoco va a existir nunca

la ciudad abierta

de los dioses eternos (32).

El deseo informa el poema Galaxias ya que el poeta quiere escribir

un poema que descubra ciudades

donde conocen tu lenguaje (38).

Si hay añoranza por la mujer ausente, se convierte en Tanto tiempo en una fantasma difusa de urbes recordadas, en

la realidad muerta

de otra Tierra

donde hubo ciudades

que no encuentro (40).

Y si no las encuentra, entonces las inventará como relacionadas con el empuje del deseo. En La ciudad del sol, es

en la luz blanquísima

de la ciudad nueva

nacida del catálogo infinito

de las formas (58)

que

los seres vivos

distingan otro ritmo

de la evolución y del deseo (59).

Ferres desarrolla esta idea de la ciudad nacida de la imaginación en Las ciudades simétricas, poema que declara «de un Universo semejante» (62). Aunque el texto comienza en las playas del Pacífico, combina este escenario con la erupción de otro universo para volver a un aroma del océano que le hace temblar «de deseo» (62).

Este tema del deseo se relaciona con el mismo en la imaginación barroca de Italo Calvino en Las ciudades invisibles. El contexto es una serie de relatos que cuenta el viajero Marco Polo en primera persona a Kublai Kan, nieto de Gengis Kan, emperador de los mongoles. Hay nueve capítulos con diez cuentos en el primero y en el noveno, cinco en los otros. Cada ciudad tiene nombre de mujer, así las descripciones se prestan a detalles casuales, sorprendentes y caprichosos.

En los tres capítulos primeros, hay cinco relatos nombrados Las ciudades y el deseo pero en el último, Calvino hace una clara personificación de la ciudad Zobeida como una mujer desnuda «que corría de noche por una ciudad desconocida» (59), pero todos los hombres que la perseguían la perdieron. Deciden construir una ciudad «como en un sueño» (59) para que nunca pudieran perderla otra vez. Y cuando vienen otros hombres nuevos a la ciudad porque reconocen algo del sueño en sus calles, los primeros hombres que construyeron la ciudad no pueden entender «qué atraía a esa gente a Zobeida, a esa ciudad fea, a esa trampa» (60).

2. La ciudad y la naturaleza como fuentes de amor

Sin embargo, Ferres no describe la mujer como trampa y sus ciudades ideales no son ni invisibles ni engaños, sino manifestaciones del amor, o como afirma tajantemente en Xalapa-Veracruz o vivir al sur del mundo:

Solo el amor o la Revolución

nos hacían regresar al mundo (77).

Vemos el amor presente en El bosque encadenado ya que inicia el poema con «ciudad que se alza desde el sueño», y aunque cambia la escena de invierno a verano, se fija en «Tu cuerpo de muchacha junto al mío» y

los prados

donde descansábamos del amor (76).

Menos importa el ambiente estrictamente urbano como la expresión de plenitud amorosa. Parecida fruición ocurre en Ciudad de noche donde no se menciona una ciudad para nada pero se trata de su alma temblando, ya que el yo lírico se ha extraviado desde el primer verso: «Me he perdido en la noche» (84). Nos hace pensar que «ciudad» es un sentido de solidaridad, no meramente con la mujer sino más bien con toda la naturaleza. Su alma se asoma

al cielo antiguo

donde hay astros muertos que miramos

y se trata que un «nosotros» que es un «yo» que se extiende al ser humano. El poeta declara, a continuación,

Pero es gozo

regresado aquí mi cuerpo entero

contemplando las montañas de la noche (84).

Describe una unión de todo su cuerpo con las montañas, así parece que se trata de una unión con la naturaleza, porque después se refiere a la vida de insectos, el ruido de linces, y hasta

los valles que anhelamos

los seres diminutos

que caminan conmigo (85).

Aquí las criaturas de su bucólico entorno le acompañan, y le producen

la ilusión de la eternidad de la Tierra

aún en la noche oscura (85).

Su compañía, al final, es su sentimiento de solidaridad con los entes naturales, y en este sentido «ciudad» llega a significar «acompañamiento» unitario. Pese a llevar una cita de San Juan de la Cruz de En una noche oscura (259), no se especifica aquí una unión con Dios sino con el mundo natural en el que vive el hombre. Sin embargo, es evidente que el poeta busca una salida de los confines de la mortalidad al describir su alma «asomada a espacios mayores que mis días» (84). Además, al contemplar las montañas y después los valles anhelados, nos recuerda a la Esposa de la estrofa 14 (B, Jaén) del Cántico espiritual de San Juan en el que la persona amada se identifica con estos dos elementos del paisaje:

Mi Amado las montañas,

los valles solitarios nemorosos (250).

Cuando se refiere a circunstancias históricas, Ferres traza el realismo de la ciudad maltratada, lejos de su sentido personal de la urbe. En el poema Paz, describe un momento de

estar en paz y sueño

lejos del ruido

de guerras

y en un catálogo de circunstancias adversas se refiere a «las ciudades maltrechas» (95). Semejante recuerdo vivifica Reencarnación, en el que traza su simpatía por una mujer que no pudo amar pero en un aspecto de ella le gustaría

Reencarnar en el brillo enorme de tus ojos cuando huías

y ardían las ciudades incendiadas (98).

En estos poemas, la ciudad significa eventos históricos que el poeta quiere dejar para encontrar un refugio de ternura y amor posible. Dos penúltimos poemas expresan el contraste entre las ciudades soñadas y las históricas perdidas o malogradas. En Llegar hasta ti en Córdoba, el poeta se identifica tanto con la mujer evocada que quiere

estar en el mundo

como sangre tuya

en tu ciudad indecible

en tu país de dulces sombras (105).

La idea de la ciudad abarca un sentimiento inefable de hacerse la amada, aunque está dispuesto a aceptar que ella nunca tuviera memoria de él. En contraste, El hermano mayor presenta a este familiar como persona que tenía que conducirles «en la lucha», y su hermano menor, el autor, se pregunta cómo podía él conocer a su pueblo sin haber visto

la mirada

de las mujeres perdidas

y sin conocer «el grito de los huérfanos» (107). Con este desarrollo poemático no nos sorprende que el poema empiece con un movimiento ominoso que caracteriza el tiempo:

Fue en plena marcha

hacia ciudades

fundadas frente al viento (106).

En este ambiente bélico, ninguna ciudad puede permanecer.

Italo Calvino dice que Kublai Kan es un

emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder poco cuente en un mundo que marcha hacia la ruina,

así tiene en Marco Polo un viajero imaginativo que «le habla de ciudades imposibles» (14). El autor italiano considera mejores las del capítulo cinco, ya que tienen «su evidencia visionaria» y su «zona más luminosa» (16). Así Marco ofrece una «ciudad en el vacío […] suspendida en el abismo» (88), otra donde «los habitantes tienden hilos entre los ángulos de las casas» (90), una tercera en la que «nada de la ciudad toca el suelo salvo las largas patas de flamenco en que se apoya» (91), una cuarta en la que «dioses de dos especies protegen la ciudad» (92). La imaginación de Calvino se prolifera poliédricamente.

Ferres, sin embargo, tiende a dibujar la ciudad de dos maneras: como enajenante, o por influencia de la guerra o por ansia de un mundo mecanizado hostil; o, de otra manera, imaginativamente, como la encarnación de una naturaleza viva y, sobre todo, informado por un contexto donde el amor se expresa y humaniza el entorno.

Volvamos al tema de los árboles en el poemario de Ferres precisamente porque se ubica en un contexto de un libro que se dedica a «otras ciudades encontradas», y así parece original que el poeta busca su asociación con estas silentes o susurrantes plantas perennes y verticales que nos acompañan en el campo o en la ciudad. En Galaxia, un poema un tanto profético respecto a lo que escribirá, incluye

un poema que descubra países

con grandes árboles de resina roja

como fuera la sangre de los hombres (38).

Identifica una sustancia que segregan los árboles con la sangre misma del ser humano, como después en el ya mencionado poema, Siento el aliento del mundo, ve la unión del soplo de la creación en el mundo en general y en particular cuando sigue «entre el aliento de los árboles vivos» (65). Comienza con un ser respirante pero termina dedicándose a las palabras porque están

hechas para acariciar la piel humana

para levantar el vuelo del amor (65).

Ferres hace a los árboles participantes en su paisaje ideal donde reina el sentimiento humano que busca unión con otros seres. A veces es la colectividad de los árboles que imparten vida al ser humano como en Mira la hermosura de la tierra en la que cita al principio «la selva viva» antes de concretar que es

donde comienza el corazón del hombre

en el pecho de un animal perdido (70).

El hombre en este contexto selvático

sigue hacia la cosecha

de otros árboles,

inventor de lo eterno y el tiempo, y termina siguiendo

por la hermosura de la Tierra

por la selva crecida en el intervalo oscuro (71).

En «El bosque encadenado» que se trata de la ciudad alzada del «sueño», hay «blancos árboles que llegan a las nubes» (76). Y cuando confiesa en momento melancólico, en el poema Jardín, que «es tan oscuro el Universo» sin soles, sus ojos aún «buscan la hoja caída del cerezo», se recompensa con la imagen del cerezo en un

centro

ingrávido

esperando las flores

y las dulces frutas (94).

Incluso en el contexto enajenante del poema La torres del norte de Chicago, en una noche de frío con borrachos y un alba con pájaros cardenales gritando rojos con el invierno subiendo del Lago Michigan, se refugia en unas figuras de madera: «en los muros habíamos pintado árboles de cadmio» (99).

La memoria del amor viene a ser un tema fundamental de París y otras ciudades encontradas. Frecuentemente tiene un vínculo con la ciudad o el poeta abandona el contexto urbano para imaginar un lugar esencial y algo cósmico en su memoria. En el primer poema del libro, París, único sobre esta ciudad, recuerda cuando un tú y yo escaparon «hacia los bulevares» y los puentes de la capital francesa se tendían

a la orilla

como en el deseo de otro río

y este deseo

igual que ayer

cuando temblábamos de amor

lejanos (17).

Presenta un ayer que toma más distancia temporal con la palabra final, la lejanía de los dos. Hay poemas como El aliento del tigre en el que los «tú y yo» se encuentran «en el asombro de la noche», entre soles amanecientes que borraban «los vacíos del bosque» y simplemente se ubican

bajo el cielo

de la Creación interminable (39).

En este tipo de contexto, Ferres revive un espíritu casi de levitación en el ambiente de un mundo nuevamente creado. Algo de esta sensación se halla también en Recuerdos donde el poeta acaba con un futuro difuminado en la naturaleza. Comienza, declarando que «Alguna vez he muerto joven»; paradójicamente, dice, «solo un instante vivo» y ha aguardado

la ciudad crecida detrás de la muralla

las calles hacia el río.

Sin embargo, también aguarda

el amor

de muchachas nacidas

en relámpagos

que poblarán la Tierra,

mira un horizonte «que estremece el trote de caballos salvajes» (45). Lo que pudieran ser recuerdos que se aúnan en la memoria se convierten en la sensación de estremecimiento de los primeros amores.

En otras ocasiones, como en Cruzar Madrid, la pareja ve algo que el poeta transforma en pintura:

tú y yo

vimos una danza de golondrinas

—giro de brillantes sombras—

que Matisse pintara una vez

con forma humana. (63)

Sin embargo, este texto termina con la ruptura de la pareja ya que el poeta, caminando en el Parque Retiro de Madrid, piensa que

será primavera en Colorado

y que por más que rece

no vendrás nunca (64).

Creemos que Ferres se refiere a su compañera, Doris Rolfe, mencionada varias veces en sus Memorias de un hombre perdido (37, 161, 191, 204-208, etc.), una mujer importante en la vida del poeta. Aunque confiesa en sus Memorias de 2002, «E incluso —pasados tantos años— trato de no pensar en Doris» (162), ella reaparece en Las ausencias, cuando el poeta, en un triste estado de ánimo, la recuerda en un restaurante de Vancouver, cuando revive

el calor de tu cuerpo

como en la lejana juventud,

o en caminatas «entre la ventisca de los Grandes Lagos», pero también rememora que ella ha vuelto quizá al norte invernal de los Estados Unidos, a «pisos donde nunca da el sol» y reside «en los posos de sombra y los reflejos» (75) de la tarde. Antonio explica que ella no encontró en España medios para ganar la vida (204) ni tampoco se sentía en casa en el ambiente madrileño de 1983, pero las ausencias viven en la sensibilidad de todos. Doris, con su doctorado sobre el realismo mágico de García Márquez (Memorias, 175), era también una compañera intelectual y política para Antonio, así en el poema Xalapa-Veracruz o vivir al Sur del mundo los dos estaban de acuerdo en que

el absurdo

estaba en la esencia de la vida,

aunque reconocían que «el tirano vive del desaliento del esclavo» (78).

No obstante, hay varias mujeres en la vida de Ferres. En el poema a Natalia, Estela levantada en tu memoria, el poeta declara su afán de pervivir pese a las pérdidas. «Morir», advierte,

es como vivir siempre

cuando ya se ha ido

los que amamos (80).

Si Italo Calvino tiene cinco capítulos sobre Las ciudades y la memoria, el segundo de los cuales concluye con el paso del tiempo, Los deseos ya son recuerdos (23), Antonio lucha para salvarse, para convertir memorias del amor en breves momentos redimidos. En Este instante, Luisa vuelve a la conciencia del poeta en la presencia de

un escorzo

[…]

entre el gentío de la ciudad

y ella, como

las muchachas nacidas

en relámpagos

se transforma en

un instante de ti

cual un relámpago

trazando nuestra vida,

y el poeta se reconcilia cósmica y visionariamente:

He visto un instante

de tu figura

de tu cuerpo venido

en el parpadeo de las estrellas. (91)

3. Referencias

3.1. Citas

 1  Una versión de este ensayo fue leída en el 61st Mountain Interstate Foreign Language Conference, 29 de sept.-1 de oct., 2011, en la Universidad de Auburn, Auburn, Alabama, EE.UU.

3.2. Bibliografía

  • BOURNE, Louis. «Federico Vidal, el espíritu ecuánime en Los vencidos de Antonio Ferres. The Coastal Review: an Online Peer-reviewed Journal 1 (2007): 1-7.
    https://sites.google.com/a/georgiasouthern.edu/thecoastalreview/previous-issues-archives/volume-1-issue-1-march-2007/federico-vidal-el-espritu-ecunime-enlos-vencidosde-antonio-ferres Consultado 11-01-2014
  • —(2011). «Un cuentista existencial y parabólico.» Suplemento literario La sombra del ciprés. El Norte de Castilla. 19 de febrero, 2011: 5.
  • CALVINO, Italo. Las ciudades invisibles. Ed. de César Palma. Trad. de Aurora Bernárdez. Madrid: Siruela, 2011. 20ª ed. 1ª ed. 1998.
  • CRUZ, San Juan de la. Poesía. Ed. de Domingo Ynduráin. Madrid: Cátedra, 1983.
  • FERRES, Antonio (2002). Al regreso del Boiras. Madrid: Trama Editorial.
  • —(1978). Los años triunfales. Bilbao: Ediciones Albia.
  • —(2008). El caballo y el hombre y otros relatos. Madrid: Gadir.
  • —(1983). Cuentos. Madrid: Alianza.
  • —(2005). La desolada llanura. Madrid: Gadir.
  • —(2002). Memorias de un hombre perdido. Madrid: Debate.
  • —(2010). El otro universo. Madrid: Gadir.
  • —(2010). París y otras ciudades encontradas. Madrid: Gadir.
  • —(2002). La piqueta. 1959. Prólogo de Javier Alfaya. Madrid: Viamonte.
  • —(2012). La urraca y los días iluminadas. Madrid: Gadir.
  • —(2005). Los vencidos. 1962. Madrid: Gadir.
  • LLERA, José Antonio, & Louis M. Bourne. Conversaciones con Antonio Ferres: «Si un escritor antes no ha hecho poesía, yo siempre tengo reservas respecto a su obra». Clarín. Revista de nueva literatura, XVIII, 107. Sept.-oct. 2013: 49-54.

4.4. Créditos del artículo, versión y licencia

BOURNE, L. (2014). «Antonio Ferres entre las urbes de la memoria y el deseo: «París y otras ciudades encontradas» (2010)». Letra 15. Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid. Año I. Nº 1. ISSN 2341-1643 [URI: http://letra15.es/L15-01/L15-01_04_antonioferres.html]

Recibido: : 21 de agosto de 2013.

Aceptado: 21 de diciembre de 2013.

Letra 15. Revista digital    Créditos | Aviso legal | Contacto | Mapaweb | Paleta | APE Quevedo