Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

Breve antología de Miguel Delibes

 

Selección a cargo de

Jesús Diéguez García

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1. Biografía breve

Miguel Delibes (Valladolid 1920–2010) es el tercer hijo de los ocho que tuvieron sus padres. La familia y el apellido Delibes son originarios por sus abuelos de una zona francesa cercana a Toulouse.

Miguel finalizó el bachillerato, en 1936, poco antes del inicio de la guerra civil española. En 1938 se alistó como voluntario de la Marina en el ejército sublevado. Al finalizar la guerra cursó estudios universitarios de Comercio y Derecho. Comenzó sus trabajos literarios como caricaturista y escritor de críticas cinematográficas en el diario El Norte de Castilla. En 1946 se casó con Ángeles de Castro, mujer inspiradora de algunos de sus éxitos literarios. En 1950 sufrió un contagio de tuberculosis. Poco después pasó a ocupar la subdirección (1952) y la dirección del periódico en el que trabajaba (1958). En 1964 pasa una temporada como profesor en la universidad estadounidense de Maryland. En 1973 es nombrado miembro de la Real Academia Española; ese mismo año también fue elegido miembro de la Hispanic Society of America. En 1974 fallece su esposa. En 1991 recibe el Premio Nacional de las Letras españolas, que otorga el Ministerio de Cultura. Tras padecer un cáncer de colon, fallece en 2010 a los 89 años de edad.

Caricaturas de Miguel Delibes en El Norte de Castilla.

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2. Catálogo de sus novelas

Miguel Delibes es un escritor prolífico. Su primera obra se titula La sombra del ciprés es alargada (1947) y fue galardonada con el Premio Nadal. En 1949 publicó Aún es de día, novela censurada por el franquismo. Durante la década de los 50, casi anualmente fue publicando nuevas novelas: El camino (1950), Mi idolatrado hijo Sisí (1953), La partida (1954), Diario de un cazador (1955) con el que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa, Un novelista descubre América (1956), Siestas con viento sur (1957), Premio Fastenrath, Diario de un emigrante (1958) y La hoja roja (1959).

A pesar de los éxitos literarios ya reseñados, suele considerarse su época de apogeo la década de los 60, en la que publica, también con regularidad nuevas obras: Viejas historias de Castilla la Vieja (1960), Por esos mundos (1961), Las ratas (1962), otra de sus grandes novelas con la que obtiene el Premio de la Crítica, y en 1966 publica la novela considerada su obra maestra, Cinco horas con Mario; después ven la luz Parábola del náufrago (1969), El príncipe destronado (1973), Las guerras de nuestros antepasados (1975), El disputado voto del señor Cayo (1978), Los santos inocentes (1981), Cartas de amor de un sexagenario voluptuoso (1983), El tesoro (1985), Madera de héroe (1987), Señora de rojo sobre fondo gris (1991).

Ha publicado algunos otros libros de viajes, obras biográficas, ensayos y varios otros con la caza de fondo, una de sus aficiones preferidas. Su última gran novela se titula El hereje, aparece en 1998. De ella se sentía muy satisfecho por ser compleja y haber tardado tres años en redactarla. Con ella obtuvo de nuevo el Premio Nacional de Narrativa.

 

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3. Actos previstos en el centenario

La APE Quevedo ha elegido para la portada de su revista anual Letra 15 una escultura del gran escritor Miguel Delibes, leve homenaje en el centenario de su nacimiento que se ha cumplido el 17 de octubre de 2020. Otros actos celebrados en el año del centenario han partido de la Fundación que ostenta su nombre. Entre ellos:

  1. En la SEMINCI (Semana internacional de Cine de Valladolid) bajo el título El cine que Delibes amó y para celebrar su centenario se proyectaron algunas de sus películas favoritas. En otros cines se han visionado una decena de películas basadas en algunas de sus novelas. Entre ellas El camino (1963), La guerra de papá (1977), Los santos inocentes (1984), El disputado voto del señor Cayo (1986), La sombra del ciprés es alargada (1990), Las ratas (1997), entre otras.
  2. Varias exposiciones: una en la sala de exposiciones «La Pasión» de Valladolid; otra en la Biblioteca Nacional Española sobre la obra, familia, amigos de Miguel Delibes y su forma de trabajar en su creación literaria.
  3. Inauguración de una escultura de bronce de Delibes, obra de tamaño natural, original de Eduardo Cuadrado y colocada en la Puerta del Príncipe del Campo Grande de Valladolid. Sin pedestal ni título, pero con mascarilla para recordar un año de la pandemia, como un caminante más.
  4. Radio Nacional de España (RNE), en colaboración con la Fundación BBVA, estrena una adaptación radiofónica de Los santos inocentes novela publicada hace 40 años. Se emitirá en el programa de RNE «El ojo crítico» en seis capítulos entre el 19 de abril y el 26 de mayo. Capítulo 1.

 

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4. Algunos fragmentos literarios de Delibes

El argumento de muchas de las novelas de Delibes transcurre en zonas rurales y en espacios de Castilla la Vieja, movido por su interés en la variedad de hablas, pero también se pueden encontrar algunos párrafos memorables ambientados en Madrid.

Soy un escritor que escribe tanto con la vista como con el oído, cosa esta última que facilita mi tarea. Estimo que éste es el dato que mejor define a mis personajes, ya que la manera de hablar dice más de un ser humano que su rostro. Ésta es la razón de que yo use ─y tal vez abuse─ del tono y del habla de los distintos estamentos sociales, especialmente de los campesinos, cuya riqueza de vocabulario es superior a la de otros sectores. Soy consciente de que este último es un rasgo propiciado por siglos de aislamiento, por lo que no es arriesgado aventurar que no perdurará demasiado tiempo, dado que campo y ciudad conviven hoy, viven unidos y confundidos.

(Nota del autor en 2008 a Las guerras de nuestros antepasados, 1975).

El escritor vallisoletano también ha reflexionado sobre sus propias preferencias novelísticas en torno a las ciudades y las gentes, como en este ensayo sobre el género.

Este ocultamiento progresivo del hombre se acentúa a medida que asciende en la escala social y se agrupa en mayores concentraciones urbanas. Quizá venga de ahí mi inclinación a novelar a gentes sencillas de las pequeñas ciudades o los medios rurales. Esta tendencia mía ha sido, sin embargo, afeada por algunos que arguyen que a mí, como novelista, me perjudica vivir en provincias. Ante esta afirmación no puedo ocultar mi sorpresa. ¿Quieren decir estos señores que es malo que mis novelas discurran de ordinario en el campo o en pequeñas capitales? ¿O quieren decir que la trascendencia de un libro es menor por ser sus protagonistas gentes elementales o pequeños burgueses, pero nunca gentes de esas que han dado en llamarse gran mundo? ¿Creen de verdad estos señores que un novelista sería mejor viviendo en Madrid que en Sevilla, y mejor aún si fija su residencia en París o Nueva York?

Este hilo nos lleva, sin quererlo, al debatido tema de la universalidad del escritor o, quizá sería mejor decir, al de la universalidad de su obra. En multitud de ocasiones he dicho que para escribir un buen libro no considero imprescindible conocer París ni haber leído el Quijote, entre otras razones porque Cervantes escribió el Quijote antes de haberlo leído. Captar la esencia del hombre y apresarla entre las páginas de un libro es la misión del novelista. Una buena novela no es sino eso, y el libro será tanto mejor cuanto más sinceramente se haga. Situar geográficamente a ese hombre no deja de ser una cuestión accesoria, siempre que su pintura sea diestra y el fondo del retablo marche acorde con la figura central, es decir, se tengan muy en cuenta las proporciones. De este modo, resulta indiferente que nuestro personaje se mueva en una gran urbe, una capital de provincias o un minúsculo pueblecito. Por otro lado, el hecho de vivir el novelista en Buenos Aires, Londres o Nueva York, no le quita ni le añade nada como tal novelista. La experiencia no la da la densidad demográfica del lugar de residencia, sino el vivir con los ojos abiertos. En lo que personalmente me concierne, puedo afirmar que mi leve conocimiento de América no lo adquirí en Valparaíso, ni en Río de Janeiro, ni siquiera en Nueva York, sino en las pequeñas ciudades y en el campo. El clima cosmopolita de Buenos Aires, Río o Nueva York en poco se diferencia del de Madrid, Berlín o Roma. Diría más, en estos ambientes el instinto de observación del novelista topa con una cortina, el bosque no le deja ver los árboles. Unos hombres asumen los modales de otros hombres y, a la postre, todos vienen a parecer lo mismo.

(España 1936-1950: muerte y resurrección de la novela, 2004).

Sus obras son ventanas abiertas a las procupaciones de la época, como los debates religiosos del tardofranquismo que recoge en un libro de diarios.

7 de octubre.— Asistí con mi mujer, en Madrid, a la sesión del seminario, montado por Álvarez Bolado en el Instituto Fe y Secularidad, sobre «Crisis del catolicismo». Veinte estudiantes para dos grandes cabezas: José Luis Aranguren y José Jiménez Lozano. Aranguren y Lozano centraron el problema de la Iglesia antes como acontecimiento que como esencia y la crisis del catolicismo como un aspecto de la crisis sociológica general. Al final, Álvarez Bolado recogió cabos y habló de la angustia, especialmente en los que tenemos más o menos su edad y fuimos educados en el preconcilio y madurados en el posconcilio. Lozano confesó que él no siente ninguna angustia. Es un caso admirable, el de Lozano, porque su fe es profunda y —cosa muy rara en el país— fundada. Todo lo contrario de la fe del carbonero. Luego cenamos juntos los cinco. Aranguren dará, si puede, una conferencia en el periódico. Depende de que se confirme o no su proyecto de viaje a Chile. Luego le hablé de su libro de memorias, que tanto me ha interesado, y le hice ver que emplea con mucho tiento la ironía y el sarcasmo, la fuerza terriblemente demoledora de su pluma, quizá debido a su sensibilidad cristiana. Respondió que no, que se debe simplemente a elegancia y buen gusto. Yo sigo pensando que la ética es para él mucho más que una asignatura.

(Un año de mi vida, 1972).

El príncipe destronado es el nombre utilizado en Psicología infantil para explicar los celos que sufren algunos niños tras el nacimiento de un hermanito/a. Esta novela está situada en Madrid, en la década de los 60 del siglo XX, en la que Quico, un niño de cuatro años, perteneciente a una familia acomodada, siente celos de su hermanita Cristina. La novela fue trasladada al cine bajo el título La guerra de papá película dirigida por Antonio Mercero en 1977.

Entró la Domi en el comedor con la niña en brazos. La sostuvo un rato en alto:

—Di adiós a Papá y a Mamá, hija. Diles adiós.

Cris movió torpemente los deditos de la mano derecha. Dijo Quico:

—Hace con la mano como la Vito, ¿verdad, Mamá?

Mamá le aplastó la cabeza contra el plato:

—Vamos, come y calla. ¡Dios mío, qué niño!

La Vito rio limpiamente. Dijo a media voz:

—¡Qué crío este, con todo da!

La gafedad de sus manos se acentuaba ahora, con el azoramiento, al mudar los platos y cuando la Domi salió con la niña en brazos, Mamá dijo levantando levemente la voz:

—Domi, no le quite la fajita al acostarla. Está un poco suelta la niña.

Papá miró, de repente, con insistencia, como escrutándole, a Pablo:

—El domingo te imponen las insignias —dijo—. A las once en el estadio, no lo olvides. Va a ser un acto magnífico.

Pablo se sofocó todo y se encogió de hombros.

Añadió Papá:

—¿Parece como que te contrariara?

Pablo tornó a levantar los hombros, resignado. Intervino Mamá:

—¿No se te ha ocurrido preguntarle si quiere hacerlo? ¿Si sus ideas coinciden con las tuyas? Pablo ha cumplido ya dieciséis años.

Pablo tenía el rostro arrebatado. Los ojos de Papá revelaban un creciente desconcierto.

—¿Ideas? —dijo—; sus ideas serán las mías, creo yo. Además, esto no es tanto cuestión de ideas como de intereses.

No quitaba la mirada de su primogénito, pero Pablo no despegaba los labios. Encareció Marcos extemporáneamente:

—Cuéntanos cosas de la guerra, Papá.

—¿Ves? —dijo Papá—, estos son otra cosa. ¿Y qué quieres que te diga de la guerra? Fue una causa santa. —Miró profunda, inquisitivamente a Mamá y agregó—: ¿O no?

—Tú sabrás —respondió Mamá—. Esas cosas suelen ser lo que nosotros queramos que sean.

—La guerra —dijo Quico, y destapó el tubo de dentífrico—: Este era un cañón. ¡Boooom!

Los ojos de Juan se habían hecho redondos:

—¿Tú ibas con los buenos? —apuntó.

—Naturalmente. ¿Es que yo soy malo acaso?

Juan sonrió, como relamiéndose. Dijo:

—Yo quiero ir a la guerra.

—Tú no sabes —dijo Quico.

Papá sonrió:

—Eso es bien fácil —añadió—. En la guerra solo existen dos preocupaciones: matar y que no te maten.

—Muy aleccionador —dijo Mamá, y se volvió a la Vítora—: Haga un zumo de dos naranjas para el niño.

Papá prosiguió, adoptando un gesto de hastío:

—Lo malo es la paz: el teléfono, la Bolsa, los líos laborales, las visitas, la responsabilidad del mando… —Su mirada, flotante, se concretó súbitamente, implacablemente, sobre Pablo—: ¿Tú, qué piensas de todo esto?

Pablo volvió a sofocarse y a levantar los hombros. Se inclinó aún más sobre el plato de postre.

Papá se sulfuró:

—¿Es que no tienes lengua? ¿Es que no sabes decir sí o no, esto me gusta o esto no me gusta?

Juan no colegía las desviaciones de Papá. Su cerebro seguía en línea recta. Demandó:

—¿Tú mataste muchos malos, Papá?

Papá dijo a Mamá, señalando a Pablo con un movimiento de cabeza:

—Ya le has malmetido tú, ¿verdad?

Dijo Juan:

—Di.

—Muchos —dijo Papá, sin mirarle.

Agregó Mamá:

—De sobra sabes que yo no intervengo en esto. Pero se me ocurre que a lo mejor Pablo piensa que es más hermoso no prolongar por más tiempo el estado de guerra.

—¿Más de ciento? —inquirió Juan.

—Más —dijo Papá, pero miraba a Mamá y agregó—: ¿No será eso lo que tú piensas?

—Quizá —dijo Mamá.

Quico rio y dijo «quizá» y miró a Juan y repitió: «quizá» y volvió a reír, pero el plato que arrojó Papá por encima de su cabeza planeaba ya hacia el salón y se quebró de pronto, estrepitosamente, en mil pedazos al chocar contra el suelo. El vozarrón de Papá prolongó el estruendo durante un rato:

—¡Coño, con la pava esta! —voceó—. Esto no ocurriría si a tu padre le hubiéramos cerrado la boca a tiempo, en lugar de andar con tantas contemplaciones.

(El príncipe destronado, 1973).

Fotograma de La guerra de papá (1977, Antonio Mercero), con la escena descrita arriba.

Otro de los grandes temas delibesianos es el de los aplastados ─como prefería llamarlos Jiménez Lozano─, los humildes, los humillados, que en algunas novelas, como Los santos inocentes, son objeto de una épica singular en la que llevan tácitamente la voz cantante.

pero amaneció el día 22 y el señorito Iván, erre que erre, se presentó con el alba a la puerta de Paco, el Bajo, en el Land Rover marrón,

venga, arriba, Paco, ya andaremos con cuidado, tú no te preocupes,

y Paco, el Bajo, que se acercó a él con cierta reticencia, en cuanto olió el sebo de las botas y el tomillo y el espliego de los bajos de los pantalones del señorito, se olvidó de su pierna y se subió al coche mientras la Régula lloriqueaba,

a ver si esto nos va a dar que sentir, señorito Iván,

y el señorito Iván,

tranquila, Régula, te lo devolveré entero,

y en la Casa Grande, exultaban los señoritos de Madrid con los preparativos, y el señor Ministro, y el señor Conde, y la señorita Miriam, que también gustaba del tiro en batida, y todos, fumaban y levantaban la voz mientras desayunaban café con migas y, conforme entró Paco en el comedor acreció la euforia, que Paco, el Bajo, parecía polarizar el interés de la batida, y cada uno por su lado,

¡hombre, Paco!

¿cómo fue para caerte, Paco, coño? claro que peor hubiera sido romperte las narices,

y el Embajador trataba de exponer a media voz al señor Ministro las virtudes cinegéticas de Paco, el Bajo, y Paco procuraba atender a unos y a otros y subrayaba adelantando las muletas, como poniéndolas por testigos,

disculpen que no me descubra,

y ellos,

faltaría más, Paco,

(Los santos inocentes, 1981).

 

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