Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

1.
Mares

Carmelo Chillida

 

El autor (Caracas, 1964) estudió en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, donde ejerce la docencia desde 1995 en la Cátedra de Poesía. Dirige, entre otros, los talleres de lectura y escritura. Ha publicado las siguientes obras poéticas: El sonido y el sentido (1997), Versos caseros (2005), ¿Un poema de amor? (2011) y Desde el balcón (2013).

El presente poema pertenece al libro editado en 1997 por el Grupo editorial Eclepsidra bajo el título El sonido y el sentido.

 

 

Una vez anduvimos por mares lejanos.

¿Lo recuerdas?

 

Sí, caía la tarde y cruzábamos

el Cabo Codera, hacia Puerto Francés.

De pronto entre las aguas distinguimos

un grupo de amistosos delfines. Se hundían

bajo el barco y reaparecían

al otro lado y así, jugando,

nos acompañaron un buen trecho.

Sí, recuerdo, esa tarde

mi padre me entregó por primera vez

el timón, con indicaciones

de no apartarme del rumbo trazado.

 

Una vez, otra vez resuenan

en nosotros los mares: las olas golpean

duramente las tablas, el viento

hace ondear las velas, y pensamos

un instante en nuestro incierto

destino. ¿Acaso visitaremos

algún día la costa entrevista

una tarde ya tan lejana?

 

Es cierto que partimos

y en algún momento extraviamos el rumbo.

Mar del Caribe, tan distinto

a las ensenadas del Mediterráneo;

de la súbita furia a la calma, y de nuevo

al fragor del temporal.

Mar real, tan distante

de los mares del sueño.

 

Una vez, otra vez resuenan

en nosotros los mares, y quizás

todos son en verdad el mismo mar.

 

Y quizás también nosotros

en todo somos semejantes

a Ulises, salvo en que olvidamos

el nombre y el aspecto de esa patria

a la que, un día despejado,

esperamos todavía regresar.

 

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2.
Felicitación de Año Nuevo

Javier Fernández Delgado

 

Experto en edición digital.

Escribe sobre didáctica de los dispositivos móviles.

 

Manel Loureiro

 

Sabiendo que el tiempo pasa
—corre que te corre—,
que los libros migran
del barro al papiro,
del pergamino al papel,
de la mente a la pantalla;
que dejamos el tintero por el bolígrafo
y el rotulador por el besito con los dedos
en el teclado virtual.

 

Sabiendo todo eso,
que la lectura sigue,
que la escritura continúa, más si cabe,
confiemos en las ocurrencias del azar
y en que los vientos nos lleven tan lejos como puedan
pero cerca de los seres queridos:
a la distancia de un abrazo
o de un baile de las yemas de los dedos. 

 

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3.
Un sueño disparatado

Jesús Diéguez García

El autor (1947) es licenciado en Filología Románica (Universidad de Salamanca) y en Ciencias de la Educación (UNED). Profesor de Lengua y Literatura en distintos centros, ha publicado varios libros de narrativa infantil, de poesía y de aspectos lingüísticos como Textos breves, correctos y claros, premiado por la Editorial Santillana o Mejorar la expresión oral. Animación a través de dinámicas grupales (en colaboración).

Sus últimas novelas, inspiradas en diversas antologías y editadas por Visionnet, tienen por título El gran plagio medieval (2011), Salamanca o Antología romántica novelada (2014) y Las citas cervantinas (2015).

El presente poema pertenece al libro de poesía para niños La naturaleza es un juego publicado por Visión Ebooks en abril de 2016.

 

 

Tan absurdo que no tiene rima.

Los ojos contemplan, en blanco y negro,

a través de los párpados entornados,

el paisaje imposible, el más hermoso:

un río de aguas amarillas

riega una pradera de hierba roja y flores negras.

 

En el aire

se balancean las raíces de los árboles (quizá

porque sus ramas y frutos están en el subsuelo).

 

A lo lejos, ahora sí,

hay esplendorosos árboles que muestran

sandías, calabazas y melones en sus copas.

Y más lejos

cierra el paisaje una montaña en la que se adivinan

animales inexistentes que

satisfacen su sed en las aguas rosas de un lago inclinado,

que no se desborda,

y que está iluminado por los reflejos

de los rayos de un sol que tiene forma de cubo

perseguido por nubes triangulares

y pájaros esféricos sin alas.

 

Cuando la niña despierta

se esfuerza en dibujar lo soñado.

Ven el dibujo sus padres y piensan y se preocupan

y se preocupan y hablan

y hablan y discuten y se preocupan

y deciden llevarla al psicólogo,

que reflexiona en voz alta, ante el dibujo de la niña:

«¿Río amarillo,

hierba roja, flores negras, agua rosada?

¿Lago en cuesta, sol cuadrado, nubes

triangulares, pájaros esféricos?

Todos signos preocupantes».

 

Por fin la niña se explica

«Sí, dibujo muy mal,

soy pequeña y en mi estuche solo me quedaban esos colores».

 

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4.
El primer avistamiento

Ricardo Lobato Morchón

Ricardo Lobato Morchón

El autor (Madrid, 1967) es doctor en Filología y profesor de Lengua castellana y Literatura en el I.E.S. La Estrella de Madrid. Ha publicado el ensayo El teatro del absurdo en Cuba (Madrid, Verbum, 2002) y diversos artículos y reseñas en revistas especializadas sobre literatura hispanoamericana y didáctica de la lengua y la literatura. Es también autor de los poemarios Decantaciones (Madrid, Ediciones Vitruvio, 2005), Interior hombre (Madrid, Biblioteca Nueva, 2011) y El avistamiento (Madrid, Biblioteca Nueva, 2014), y del libro de artista En luz no corrompida (Madrid, Zambucho, 2005), con fotografías originales de José Luis López Moral. Junto con Ana Lahera Forteza, ha elaborado libros de texto de ESO y Bachillerato, tanto de Lengua como de Literatura castellana y Universal.

La presente poesía pertenece al poemario El avistamiento.

 

el

primer

avistamiento

fue temprano

 

del

paso

de las hordas

sin

idioma,

de aquel tiempo

de pillaje,

solo

sé por

sus efectos:

 

cada

día,

 

el humano

toma

la palabra,

por ver si la muerte se desdice

 

lo que vino

después

ya lo sabéis

 

vivimos los tres dentro en

el

oasis

 

miradme

por

ejemplo en

esta imagen:

 

con manos hechas a las cosas

 

amasando

 

un

presente

tan entero

 

que no lo infectan

los

presagios

 

o en

esta

 

(es reciente):

 

el

humano,

con su cálamo,

en el decimoquinto año

de su alegría

 

al

fondo

 

el desierto

que

ávido

nos cerca

 

(un

día

serán nuestras pisadas su escritura)

 

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5.
A contratiempo (fragmentos)

Pilar de Vicente-Gella

Pilar de Vicente-Gella

Nace en Zaragoza (España) en el año 1948, aunque posteriormente se traslada a vivir a Madrid. Desde muy pequeña tiene una fuerte inclinación por las artes, concretamente su vocación se encuentra dividida entre la danza y la poesía. Con veinte años, formó parte de la compañía de teatro de la Ópera de Montecarlo. Vivió en Paris, Inglaterra, La India o Los Emirados Árabes. Es autora de diversos libros de poesía y cuentos, entre los que destacan La eterna prometida (1987), A través de mi noche (1989), Cuarto creciente (1990). Entre otros, recibió el primer Premio de Poesía «Nicolás del Hierro».

 

 

Dudar. Dudar siempre. Privilegio del hombre.

……………………

No existe la fórmula de la eterna juventud. Pero, tal vez, lo más cercano sea conservar intacta, la curiosidad por seguir aprendiendo.

…………………….

Si algo le agradezco a mi padre es que me enseñara a pensar. No que me trasladase sus ideas sino que procurara que yo, paso a paso, fuera configurando las mías.

…………………….

Creo que hay que vivir con unas cuantas certezas y muchas dudas, si no te cuestionas, no buscas.

…………………….

Si no buscas, no hallas.

……………………. .

Si no hallas pasas tu vida instalado en un sempiterno esquema preconcebido que puede guiarte hacia la imbecilidad.

…………………….

Cualquier tipo de fanatismo es el polo opuesto de la inteligencia

…………………….

Acepta la contrariedad: es como una vacuna. Duele cuando se aplica pero puede librarte de males mayores.

…………………….

 

HOY , CATORCE DE JULIO

 

Hoy, catorce de julio. Clínica del Rosario.

Y Claudio se nos muere, poco a poco,

entre sábanas tersas.

Tan blancas, tan lavadas,

más blancas que sus sienes

teñidas de azabache.

Su rostro ya ha adquirido ese gris macilento

que nos aguarda a todos, pues la muerte es cercana.

Me ha reconocido.

Ha dicho algo.

Tal vez fuera importante, o así creo.

Tal vez su despedida.

Mas no logro raptar todo su verbo.

Me quedo sin el último mensaje.

Cojo el cincuenta y uno.

Príncipe de Vergara.

Llego a Alcalá. Gran Vía.

Y ni siquiera llueve en esta hora.

Espero mi transporte.

Enciendo mi suicidio en un cigarro.

Y ahora me doy cuenta de que tanta tristeza

humedece mis ojos

como un río pequeño que no tuviera orillas.

 

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6.
Dos relatos breves

Rocío Nieto Cid

Rocío Nieto Cid

 

Nacida en Madrid en julio de 1994. Estudiante del Grado de Magisterio de Educación Primaria en la Universidad Complutense de Madrid. Autora de varios relatos y microrrelatos, aficionada a la música, al circo y a la lectura.

 

6.1. Cuántos cuentos cuentas

Me desperté de golpe por el frío. Las ventanas de mi cuarto estaban abiertas de par en par y el viento entraba a sus anchas en mi habitación. Agarré la escoba y salí a surcar los mares. «¡Arriad las velas!, —grité—: el viento sopla con fuerza». Pero nadie me hizo caso. Solo un viejo papagayo que posándose en mi hombro me dijo al oído: «arríalas tú».

De repente, y sin previo aviso estábamos entrando en el continente asiático. Selva. Me bajé de mi bajel pirata que llaman por su ternura El soñado y saqué mi guadaña del bolsillo. Llevábamos recorridos la mitad del camino cuando una lluvia desalentadora inundó todo el arrozal. «¡Los cultivos! ¡Los cultivos!», —gritaba la gente del pueblo. Corrían desesperados de un lado a otro y yo no sabía cómo ayudar. Silbé y mis amigos nómadas aparecieron conmigo. Traían todo lo necesario: guitarra, trombón y flautín. Toda la mañana y el día estuvimos cantando.

Cuando volvió el arcoiris habíamos llegado al fin a la cima de la montaña. «Desde aquí veo todo el mundo», —pensé y busqué desesperadamente a mi caballo. No lo encontré, pero en su lugar un gato anaranjado venía siguiéndome desde hacía un rato. Juntos iremos a salvar al príncipe. El pobre está encerrado porque perdió a una partida de cartas y se avergüenza. Era la hora del té así que decidimos hacer un descanso.

Sin pretenderlo me quedé dormida debajo de un roble. En ese preciso instante un tremendo terremoto sacudió la Tierra entera y caí en picado por un agujero. Al llegar al suelo un montón de ojos y bocas me decían algo en un idioma incomprensible pero yo solo podía pensar que me rugían las tripas de hambre. Suerte que, en mi bolsillo, tenía aún un trozo de tarta. «No puedo ponerme a comer delante de todas estas bocas sin ofrecerles», —pensé. Menos mal que en el otro bolsillo conservaba también la propia receta, impecable a pesar de la fuerte lluvia: un poco de jengibre, harina y algo de azúcar y manzana recién caída del árbol. Lo tenía todo, menos la manzana.

Salí en su búsqueda pero pasaron días, semanas, meses y no encontraba la manzana. Me hablaron de una bruja buena que ayudaba a la gente perdida a encontrar su destino. Habitaba en una cueva, al otro lado de la noche. Me armé de valor y atravesé la noche entera. Aún en la oscuridad llegué a una cueva iluminada por farolillos y luciérnagas.

«Te estaba esperando», —dijo la bruja buena—. «Si la manzana quieres encontrar, un atuendo has de dejar». —Entonces, y tras mucho pensar, dejé la codicia que me pesaba mucho.

«Si la manzana te quieres llevar, algo nuevo me has de enseñar». —Le enseñé a montar en bicicleta para cuando su escoba se estropease.

«Si la manzana te quieres llevar, un consejo me has de dar». —Le aconsejé que saliese a tomar el sol de vez en cuando.

Finalmente, con la manzana, emprendí mi viaje de vuelta. Parece que la bruja buena me hizo caso porque todo el trayecto fue de día. Encontré mi barco amarrado a una cerilla y prendimos fuego al mar. El papagayo, que ya llevaba conmigo un buen rato me dijo al oído: «He cerrado la ventana». Y así, entrada en calor, desdoblé mi alfombra mágica y regresé a mi cama.

 

6.2. Aparentemente inútil

Era el cambio que necesitaba. Nunca me había planteado hacer algo así, nunca había buscado en ese baúl; hasta aquel día, en el taxi. Algo se me removió por dentro, supe que quería más. Y así descubrí el circo. Más bien, me topé de bruces con ello.

Venía del aeropuerto y estaba bastante cansada; sin embargo, el taxista no paraba de hablar.

—Hace buen tiempo aquí, eh, todo el mundo sale a la calle y al parque a hacer el loco. Mi hijo se rompió el brazo el otro día; dice que haciendo volteretas. Yo nunca entenderé ese afán por hacer tonterías. Luego vas y te caes y te rompes un brazo. Y menos mal que a la otra, a su hermana, no le pasó nada porque a esta la cogen, la lanzan por el aire… bueno, bueno, no te quiero ni contar. Pero oye, no paran estos dos y se entienden muy bien. Nada que ver con cuando eran pequeños; se llevaban a matar, no había quien los aguantase. Eso sí, siempre hemos sido muy bromistas en casa, todo el día venga a reír. Nos gusta hacer bromas y hacernos reír entre nosotros, ¿sabe? Hay que tomarse las cosas con alegría y eso mis hijos lo han heredado; no como eso de hacer el cabra, eso yo no lo hago —reía—. La verdad es que a mí de joven se me daba bien contar chistes, me llamaban el risueño, porque siempre contaba historias absurdas que me inventaba y hacían reír a todo el mundo. Me decían «tú podrías dedicarte a esto, Manolo». ¿Me imagina a mí en un teatro con un montón de público? Ja, ja, dónde estaríamos ahora, ¿se imagina?

Ahora recordándolo pienso: benditas conversaciones aparentemente inútiles…

 

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7.
II Certamen de Microrrelatos de Misterio
para Jóvenes Escritores 2016

Cartel

 

A continuación ofrecemos los textos ganadores del II Certamen de Microrrelatos de Misterio para Jóvenes Escritores organizado por nuestra Asociación, en colaboración con el IUCE de la Universidad Autónoma de Madrid y el Museo del Romanticismo de Madrid, que ha tenido estas bases y cuyo jurado ha presidido el escritor Manel Loureiro.

Este certamen va dirigido a alumnos de 4º de la ESO de centros docentes de la Comunidad de Madrid.

 

7.1. Primer premio.
Renacimiento
por Enrique Pino Martín
IES Santa Teresa de Jesús

Allí estaba, mirando la antigua pistola, oxidada. Se había levantado y, por instinto, había sentido que debía ir al café del museo. Se sentó en una mesita alejada, pidió un café y empezó a hojear los periódicos. «2016 y seguimos igual», se repetía a sí mismo. Al terminar su café, dejó dos reales sobre el mantel y se dispuso a dar una vuelta por el museo. Allí estaba, mirando la antigua pistola, oxidada, pero tal como la recordaba desde 1837. Mariano José abrió el compartimento, la cogió y, tras recargarla, se disparó en la sien. Allí sigue la pistola, oxidada, la única pistola capaz de matar dos veces al mismo hombre.

Ganadores del II Certamen de Microrrelatos de Misterio para Jóvenes Escritores, con el presidente del jurado Manel Loureiro.

 

7.2. Segundo premio.
La dama del espejo
por Paula Carpeño Huelves
IES Prado de Santo Domingo

El reloj de la habitación marcó las ocho menos cuarto de la tarde: por la sala vacía del museo reverberaba el eco del gorjeo de los pájaros. Frente al reloj, el espejo grande y ovalado, envuelto en su cáscara dorada, presidía el cuarto.

Tic, tac. Quince minutos para la hora. Un muchacho sentado en una silla movía nerviosamente los pies.

—El sábado, a las ocho, te veré en el espejo de la sala verde del museo.

Recordó el día en que se conocieron, cuando la vio sonreír, inmóvil, mirándolo a través de la superficie pulida del espejo. En ese momento supo que se había enamorado.

—Es muy hermosa, casi etérea —dijo a todo el mundo—. Como de otra época.

Todos le tacharon de loco.

Cinco minutos, cerró los ojos. Rememoró el brillo de sus ojos glaucos, la fuerza de su mirada, sus manos alisando el vestido carmesí.

Cuatro minutos, un haz de luz atravesó el espejo. Ya viene.

Tres minutos, el espejo perfila el contorno de la cara. No es ella.

No es la que esperaba. La imagen del espejo tiene los ojos traslúcidos, sus antes perfectos labios están ahora cortados y sangran, las manos despellejadas se asemejan a garras, de su cuello de cisne cuelga una soga.

Dos minutos. Espantado, el muchacho se aparta.

Tic, tac. ¿Qué ha pasado?

Tic, tac. ¿Dónde está su hermoso ángel? Sus labios esbozan una sonrisa.

Tic, tac. El monstruo extiende sus garras.

—¡No es ella!, ¡no es mi bella flor…!

Tic, tac. El reloj del salón marca las ocho.

 

7.3. Primer accésit.
Un 29 de septiembre
por Rosa Pellitero Beltrán
Colegio Nuestra Señora de la Concepción

Trabajo en el Museo del Romanticismo durante media noche, y cuando recibo las órdenes, recorro el museo en busca de algún peligro. Primero accedo a la sala I, donde observo los retratos de Isabel II y Fernando VII. Al abandonar el lugar, ráfagas de aire me hacen sentir escalofríos y murmullos invaden mi cabeza. Miro hacia atrás, pero todo continúa igual. Llama mi atención el retrato de Isabel II que presenta unas lágrimas que nunca había visto. El colgante con la cruz de su padre posee un aspecto rojizo, como de sangre. Oigo un estruendo, un relincho de caballo, su trote y disparos. Nada más cruzar el umbral de la puerta, contemplo el retrato de Isabel II montada a lomos de un corcel. He pasado bastantes veces por esta estancia y nunca experimenté tal angustia. El trotón se dispone a cambiar de postura. Ahora mira hacia a mí, y sin aviso me atraviesa abandonando el lienzo. Me persigue, avanza más rápido. Huyo, accedo a la sala XII, los Cachorrillos se elevan, apuntan y disparan. Las balas han dañado a las muñecas de la sala de juegos, las cuales, como si de un aliento de vida se tratara, caminan y me buscan, corro y me encuentran. Llego a la sala IV. Siento unos toquecitos en mi espalda. Me giro. Es una pintura, una mujer, un boceto. Grito, pero no emito voz. Hay niebla, sangre, ruido. Triunfa el silencio, me siento de papel. Mis pupilas contemplan una estatuilla de Isabel II. Aparece otro vigilante, se acerca y con su linterna me examina. Me palpa el rostro, pero no siento tacto y lo comprendo. Ya no soy un ser de carne y hueso, simplemente de óleo y lienzo, que permanecerá en la historia hasta que el desastre culmine con el recuerdo.

 

7.4. Segundo accésit.
Melodía de un piano
por Celia Hernando del Valle
Centro Concertado Fuentelarreyna

Es noche cerrada y camino hacia la plaza de Santa Bárbara, únicamente acompañado del repiqueteo de las gotas de lluvia. De pronto comienzo a oír una tenue melodía al piano y salgo del ensimismamiento en el que me encontraba sumido. Estoy en la calle San Mateo, frente al Museo del Romanticismo, no sé cómo he llegado aquí. La melodía parece provenir del interior y tengo la necesidad de averiguar su origen. La puerta está abierta y, a pesar de lo extraño de la situación, no hago caso a mi sentido común y entro. Subo por las imponentes escaleras y llego al salón del baile, donde, ante mi sorpresa, está teniendo lugar un majestuoso baile. La extravagancia de los muchos individuos que participan de la celebración capta mi atención. Hay mujeres ataviadas con antiguos vestidos de corte, militares con sus uniformes, caballeros ilustrados e incluso religiosos. Me mezclo entre la muchedumbre y me uno al baile como uno más: disfruto con la música de la orquesta, charlo con los allí presentes y bailo con algunas de las damas mientras las camareras ofrecen copas que yo acepto sin rechistar.

Repentinamente comienzo a ver todo borroso a mi alrededor. Solo me da tiempo a pensar que debían de tener algo las copas. Caigo sobre la mullida alfombra y escucho la misma melodía que me trajo a este lugar antes de perder el conocimiento. Me despierto aturdido, recuerdo vagamente el baile. Miro el reloj, el museo abrirá dentro de poco y lo mejor será que salga de aquí cuanto antes. Al mirar los cuadros, creo reconocer a algunos de los asistentes al baile y siento cómo los ojos de los allí retratados me siguen con la mirada. No ha podido ser un sueño, me digo a mí mismo, parecía todo tan real….

 

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