Letra 15. Revista digital
Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid - ISSN 2341-1643

Sección NUEVAS VOCES

Las pasiones de los vetustenses en el capítulo XVI de «La Regenta». El léxico al servicio de una literatura política

Lucía Munilla Fuentelsaz

Antecedentes de difusión: trabajo de investigación en la Universidad Autónoma de Madrid.

lmunilla@yahoo.es

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Resumen / Abstract / Résumé

Resumen.

La novela de «Clarín» La Regenta aparece salpicada por todas partes de palabras pertenecientes al campo semántico de las pasiones, de los sentimientos. El léxico retrata a todos los personajes que desfilan por las páginas de la novela hasta su destrucción final, pues en Vetusta no está permitido sentir. Mediante el empleo virtuoso de un número ilimitado de sinónimos, hipónimos y paráfrasis de pasión, adjetivados con una sutil ironía, «Clarín» hace una dura crítica literaria (su «pasión») a la sociedad de su tiempo.

Palabras clave: Regenta, «Clarín», léxico, pasiones, sociedad.

The passions of the inhabitants of Vetusta in the 16th chapter of «La Regenta». Vocabulary in the service of political literature

Abstract.

In «Clarín»’s novel «La Regenta» we find feelings vocabulary all throughout the story. Words help portray the characters in the novel until they are finally destroyed by their passions, which are not allowed in Vetusta. By masterfully using a wide range of synonyms, hyponyms and paraphrases of the noun feeling, subtly modified by different adjectives, «Clarín» harshly criticizes (his own «passion» being literary criticism) the society he lives in.

Keywords: Regenta, «Clarín», vocabulary, feelings, society.

Mots-clés: Stratégie de compréhension et de production textuelle. Condensation de l'information. Explicitation du processus de réduction. Pratique du résumé.

1. Introducción

Muchos son los trabajos en torno a La Regenta en los que se dedica un apartado importante al análisis de las pulsiones del inconsciente en la novela. Algunos se limitan a referirse a ellas cuando se trata de ahondar en el mundo interior de Ana; otros, como es el caso de la edición de Víctor Fuentes de La Regenta, en Akal, toman esta freudiana cuestión como clave interpretativa de toda la obra. En palabras del propio Fuentes,

[e]l deseo salta a un primer plano en La Regenta desde el primer capítulo [1999: 28] y ...aparece la acción degradadora de la pulsión del mundo originario y del tiempo, incrustándose en el cuerpo textual y social de la novela [1999: 29].

Por otro lado, se ha señalado también que, junto a la pulsión sexual de Ana (y de algunos otros personajes), destaca en la novela la presencia de un sinfín de sensaciones o pasiones «sin nombre» en todos los vetustenses, como desarrolla Gonzalo Sobejano en su artículo «Sentimientos sin nombre en La Regenta» [1994: 360-361]:

[E]l narrador sugiere estados, reacciones o circunstancias de difícil determinación en personajes como Obdulia, Visita, Mesía, Quintanar y otras figuras menores. [...] la envidiosa Obdulia Fandiño admira y desea, casi apetece, a la envidiada Ana; la tentadora Visitación paladea como golosina la caída de esa misma persona, que no ha de traerle ningún beneficio; el descreído Tenorio Vetustense experimenta en alguna ocasión la “nostalgia de lo infinito” [...]. Sobrepasan el nivel de la interpretación psicológica para asumir categoría temática trascendente [...].

No en vano La Regenta aparece en todo tipo de pasajes plagada de palabras del campo semántico de las pasiones: placeres, sentimientos, alegría, tristeza, voluptuosidad, gozar, entrañas, ansiedades, ensueños, desapasionado, envidia, hastío, enojo, excitado, gustos... Esto no es más que una pequeña muestra. Nótese que estamos tomando pasión en su sentido más amplio.

Lara Núñez de Villavicencio dedica un artículo al análisis de cuestiones lingüísticas de La Regenta; sin embargo, no hace ninguna referencia a este campo semántico de las pasiones. Pese a ello, parece interesante detenerse a estudiarlo, dado que su anteriormente mencionada ubicuidad en la novela sugiere una probable relevancia macroestructuctural de esta cuestión. Juan Oleza avala esta hipótesis en su introducción a la novela en Cátedra, donde llama la atención sobre la importancia del léxico en la descripción de la pasión de Fermín de Pas [Oleza, 1987: 64-65]:

E]l vocabulario reproduce las sensaciones del Magistral ante la ciudad, sensaciones de voracidad, de hambre de poder, al incluir en la descripción términos como “gula”, “gastrónomo”, “bocados apetitosos” [...]

También se refiere a la importancia del lenguaje en relación con las pasiones de Ana:

«Ana no consigue expresar nunca lo que quiere, lucha siempre con el lenguaje y no reconoce sus sentimientos en las palabras con que los expresa» [1987: 79].

Vista, pues, la importancia de las pasiones en La Regenta ─sentimientos de todo tipo en todos los habitantes de Vetusta─ y lo relevante del léxico del campo semántico de las pasiones en esta novela, nos proponemos profundizar en el análisis de estas cuestiones en cada uno de los personajes o grupos de personajes de la obra. Tomaremos como punto de partida de este análisis una fuente primaria: el capítulo XVI de La Regenta. La elección se debe al hecho de que por este capítulo, en el día de difuntos, desfilan todos y cada uno de los habitantes de Vetusta ostentando su amplia gama de pasiones ante el lector, más hipócritamente escondidas de cara a los espectadores del Espolón y del teatro. También en este capítulo conocemos el interior de Ana y su peculiar pasión recíproca con Álvaro Mesía, por un lado, y con Fermín de Pas, por otro.

Por último, antes de entrar de pleno en materia, vamos a exponer brevemente las fuentes bibliográficas empleadas en la elaboración de este trabajo. Como fuente primaria, se han manejado las ediciones críticas de La Regenta de Víctor Fuentes y de Juan Oleza, en Akal y Cátedra, respectivamente. A modo de fuentes secundarias, se ha trabajado con los volúmenes dedicados al siglo XIX de la Historia y crítica de la literatura española dirigida por Francisco Rico, así como las introducciones de las dos ediciones de la novela anteriormente citadas. Por último, cabe mencionar el recurso, como obras de consulta, al tomo dedicado al siglo XIX de la Historia de la literatura española dirigida por R. O. Jones y al segundo volumen de la HSLE (Historia social de la literatura española), dirigida por Julio Rodríguez Puértolas, así como a obras lexicográficas como el DRAE (Diccionario de la lengua española de la Real Academia) y el Corpus histórico del español (CORDE) de la RAE.

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2. Desarrollo

 

2.1. Las pasiones de los vetustenses

En la novela de «Clarín», todos los personajes sienten. Conocemos los sentimientos ─las pasiones─ de los vetustenses a través de las palabras que el narrador elige en cada caso para describirlos. El narrador de La Regenta es un narrador omnisciente en tercera persona. Sin embargo, dando muestras de gran modernidad, este narrador omnisciente va cambiando de «focalizador», es decir, enfoca en cada caso a un personaje distinto, se introduce en su mente e, incluso, adopta su lenguaje. Gracias a este juego perspectivista, conocemos a los personajes por fuera y por dentro, percibimos sus pasiones tal y como las ve y describe el narrador externo, pero también conocemos cómo siente en su interior cada personaje sus pasiones y con qué palabras las describe él mismo.

Este perspectivismo se materializa en un modelo incipiente de lo que se llamará «monólogo interior». Uno de los personajes en los que más se produce el fenómeno es el de Ana Ozores, quien utiliza un número elevadísimo de palabras diferentes para definir sus sentimientos.

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2.1.1. Ana Ozores

Ana es un personaje que piensa sintiendo, esto es, que expresa su pensamiento valiéndose de una amplia gama de palabras del campo semántico de las pasiones. Podríamos clasificar las pasiones de La Regenta en dos grandes grupos: las pasiones negativas hacia Vetusta y su aburrido entorno inmediato, y las pasiones positivas ─al menos, a priori, ya que ella no siempre las percibirá y definirá así─ hacia el Magistral, hacia don Álvaro y ante la representación de Don Juan Tenorio.

Veamos, en primer lugar, ejemplos que ilustren el odio, el aburrimiento, el hastío y la frustración de Ana como pieza romántica que no encaja en el rompecabezas vetustense. Por un lado, encontramos a Ana pensativa ante la mesa del comedor de su casa, aún sin recoger. El narrador se refiere a sus sentimientos ante lo que ve en estos términos:

Todo esto miraba la Regenta con pena [«Clarín», 1987: 63];

La insignificancia de aquellos objetos que contemplaba le partía el alma. [«Clarín», 1987: 64].

Habla de «pena», «insignificancia» y rotura de alma, en este caso al referirse a un marido «a medias», que no le proporciona placer de otro tipo pero a quien tiene que ser fiel; un marido que define las crisis de Ana como fruto de «los nervios», y no de la frustración sexual que realmente las causa, como indica Víctor Fuentes en la introducción a su edición de la novela en Akal: «así la vemos en sus movimientos convulsivos de sus «ataques de histeria» o de «erotismo reprimido» [1999: 19]. Ana habla así de su matrimonio:

aquellos ocho años de juventud sin amor, sin fuego de pasión alguna, sin más atractivo que tentaciones efímeras, rechazadas al aparecer [«Clarín», 1987: 93].

Otros términos con los que se refiere Ana a sus sentimientos negativos son «desconsolador», [«Clarín», 1987: 67] «desdén» [«Clarín», 1987: 67] o «lástima»:

concluyó por tenerse aquella lástima tierna y profunda que la hacía tan indulgente a ratos para con los propios defectos y culpas [«Clarín», 1987: 73].

Este fragmento sugiere que Ana, pese a no resignarse a ser una vetustense más, se limita a compadecerse de sí misma, sin atreverse a actuar en realidad. En su introducción a la novela en Cátedra, Juan Oleza apunta que Ana Ozores «tiene un acusadísimo complejo de víctima y no podría vivir sin remordimientos de conciencia» [1987: 84].

Muy revelador de las reticencias morales de Ana, que le impiden pasar del pensamiento a la acción, es el fragmento de la novela que copiamos a continuación. Se trata de la voz de Ana, que nos habla de sus sentimientos con un léxico muy significativo y definitorio de sus ideas [«Clarín», 1987: 73-74]:

¿De qué le servía resistir en vela, luchar con valor y fuerza todo el día, llegar a creerse superior a la obsesión pecaminosa, casi a despreciar la tentación, si la flaca naturaleza a sus solas, abandonada del espíritu, se rendía a discreción y era masa inerte en poder del enemigo? Al despertar de sus pesadillas con el dejo amargo de las malas pasiones satisfechas, Ana se sublevaba contra leyes que no conocía y pensaba desalentada y agriado el ánimo en la inutilidad de sus esfuerzos.

Ana habla de resistir, luchar, sublevarse... Parece que su conflicto interior es de tipo bélico. Lucha contra «las malas pasiones satisfechas», pues así es como Vetusta le ha enseñado a entender ─y reprimir─ sus sentimientos. No obstante, y a diferencia de la mayoría de los habitantes de Vetusta, la Regenta sí emplea en ocasiones palabras positivas para referirse a sus sentimientos. Probablemente la gran variedad léxica y metafórica con que Ana manifiesta sus pasiones nazca de ese sentimiento de culpa que le obliga a disfrazarlas ante Vetusta, ante el Magistral y, en última instancia, ante sí misma.

En cualquier caso, destaca el hecho de que Ana se sirve constantemente de palabras como «pasión», «placer» y un sinfín de sinónimos e hipónimos de estas voces para expresar lo mismo la pasión carnal hacia don Álvaro que la espiritual hacia el Magistral o la artística ante la representación teatral.

Al hablar de las atenciones de Fermín de Pas hacia ella, Ana Ozores emplea la palabra placer:

Veía con placer que más se aplicaba el bendito varón a prepararle una vida virtuosa [«Clarín», 1987: 75].

Ante la representación teatral de Don Juan Tenorio, experimenta una especie de placer místico

(No era ya una escena erótica lo que ella veía ahí; era algo religioso [«Clarín», 1987: 111]).

La obra le produce también pasiones; Ana al verla piensa, pero, sobre todo, siente, como el mismo «Clarín» nos indica:

Anita comenzó a comprender y sentir el valor artístico del don Juan emprendedor, loco, valiente y trapacero de Zorrilla [«Clarín», 1987: 104];

El tercer acto fue una revelación de poesía apasionada para doña Ana [«Clarín», 1987: 106];

«sintiendo por doña Inés una compasión infinita» [«Clarín», 1987: 111];

haber estado pensando y sintiendo tantas cosas sublimes [«Clarín», 1987: 119].

Pero es, sin duda, en relación con don Álvaro Mesía, el «mesías» que la ha de salvar de su aburrimiento, con quien Ana se muestra más elocuente al encontrar palabras para expresar sus sentimientos. Encontramos en el texto expresiones como

ensueños, frescura en el alma, deshacerse el hielo, humedecerse la aridez [«Clarín», 1987: 80],

resurrección del ánimo, de la imaginación y del sentimiento [«Clarín», 1987: 81],

motín general del alma [«Clarín», 1987: 81],

región de luz y calor que bañaban y penetraban todas las cosas [«Clarín», 1987: 91],

revolución repentina en las entrañas, voces interiores de independencia, amor, alegría, voluptuosidad pura, bella, digna de las almas grandes, [«Clarín», 1987: 93],

torbellino, terror que la encantaba, atmósfera de fuego [«Clarín», 1987: 107],

locura mística [«Clarín», 1987: 107]

o las de este último fragmento [«Clarín», 1987: 79 80]:

Ana se sentía caer en un pozo [...]; le parecía que toda la sangre se le subía a la cabeza, que las ideas se mezclaban y confundían, que las nociones morales se deslucían, que los resortes de la voluntad se aflojaban; y viendo como veía un peligro, y desde luego una imprudencia en hablar así con don Álvaro, en mirarle con deleite que no se ocultaba, en alabarle y abrirle el arca secreta de los deseos y los gustos, no se arrepentía de nada de esto y se dejaba resbalar, gozándose en caer, como si aquel placer fuese una venganza de [...] la estupidez vetustense.

Son expresiones, todas ellas, encaminadas a expresar del modo más sutil posible lo que Ana no puede admitir. Lo admitirá, finalmente, en su pensamiento, pero no es su intención permitirse llevar a la práctica lo que sueñan sus pasiones:

Amaré, lo amaré todo, lloraré de amor, soñaré como quiera y con quien quiera; no pecará mi cuerpo, pero el alma la tendré anegada en el placer de sentir esas cosas prohibidas por quien no es capaz de comprenderlas [«Clarín», 1987: 93-94].

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2.1.2. Fermín de Pas

El Magistral, Fermín de Pas, ostenta en la novela dos pasiones. La primera, por orden cronológico, es el ansia de poder, de dominar Vetusta. De ella se habla en términos de «anhelos» o «ambición»; de hecho, en el primer capítulo de la novela, el narrador focalizado en don Fermín nos explica:

Vetusta era su pasión y su presa.

Frente a esta pasión por el poder, el Magistral descubre otra en Ana; una que le parece más digna y que define como

pasión noble, ideal [«Clarín», 1987: 79-77]

frente a los anteriores

anhelos de volar más alto [«Clarín», 1987: 79-80].

El sentimiento o pasión de don Fermín hacia Ana ha sido objeto de polémica. ¿Se trata realmente, de una «pasión noble»?

Por un lado, encontramos las palabras de Víctor Fuentes en su introducción a la novela en Akal, donde señala como objeto de la pasión de Fermín hacia Ana el cuerpo [1999: 30]:

El dinamismo enérgico de la pulsión no se somete a los sujetos constituidos [...]. Catalejo o falo en ristre, lo que busca su mirada [del Magistral] es el cuerpo fetichizado de la mujer. Al final de la novela le veremos doblegado por el delirio de los celos.

Juan Oleza, en cambio, en su introducción en Cátedra, defiende la apriorística espiritualidad del sentimiento del Magistral [1987: 90-91]:

El Magistral descubre en Ana el espíritu. Y empieza a amarla precisamente por esto. Yo no creo que el Magistral se enamore carnalmente de Ana y trate de sublimar ese amor carnal en el sentimiento de una fraternidad anímica, como se ha dicho. Ana descubre al Magistral el espíritu y [...] despierta en él el profundo idealismo reprimido desde su infancia. [...][P]ronto comprende que Ana no puede ser suya solo por el espíritu: otras fuerzas la combaten. [...] Y al comprenderlo, se siente impetuosamente impulsado a desafiarlo todo, a poseer a Ana íntegramente, lo que le lleva a desearla sexualmente.

Las dudas hermenéuticas son comprensibles, dado que el Magistral nos presenta en su discurso un conflicto interior de la envergadura del de Ana. Él también lucha contra sus pasiones y se esfuerza por encontrar palabras para describirlas que no pongan en peligro su dignidad moral. Así, la voz del Magistral también nos proporciona un abundante corpus léxico de las pasiones, con independencia de que se trate de pasiones físicas o espirituales. Oigamos al narrador de la novela en dos fragmentos del capítulo XVI [«Clarín», 1987: 75-79]:

Aunque la curiosidad le quemaba las entrañas, aguantaba la comezón y se contentaba con las conjeturas.

[...]

[L]o principal, lo primero, era mostrarse discreto, desapasionado. [...] No, no caería en la tentación de convertir aquella dulcísima amistad naciente, que tantas sensaciones nuevas y exquisitas le prometía, en vulgar escándalo de las pasiones bajas [...]. Verdad era que la idea de ser objeto de los ensueños que confesaba la Regenta le halagaba [...]. Pero esta delicia de la vanidad satisfecha no tenía que ver con su propósito firme de buscar en Ana, en vez de grosero hartazgo de los sentidos, empleo digno de la gran actividad de su corazón [...]. Sí, lo que él quería era una afición poderosa, viva, ardiente, eficaz para vencer la ambición, que le parecía ahora ridícula, de verse amo indiscutible de la diócesis.

Don Fermín habla de «comezón», «quemaba las entrañas», «desapasionado», «tentación», «sensaciones exquisitas», «escándalo de las pasiones bajas», «delicia de la vanidad satisfecha», «grosero hartazgo de los sentidos», «gran actividad de su corazón», «afición»... Su selección léxica de adjetivos y sustantivos que definan las pasiones está claramente determinada por su condición de cura. La sociedad vetustense cohíbe a Fermín igual que hacía con Ana, a diferencia de lo que ocurre con don Álvaro, que representa el modelo de esa sociedad, como apunta Oleza. Fermín, en cambio, es un personaje «que sufre y se desgarra» [1987: 53].

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2.1.3. Álvaro Mesía

En relación con lo dicho anteriormente, cabe mencionar la «apatía» ─en sentido estrictamente etimológico─ de Álvaro Mesía a la que apunta Oleza: «Mesía es el símbolo de la vida vetustense [...], está muerto, carece de secreto, de misterio, de intensidad vital, de capacidad de sentir amor, dicha, dolor» [1987:53]. Es cierto que el narrador se introduce en la mente de Álvaro en contadas ocasiones, a diferencia de lo que ocurre con Ana o Fermín. Sin embargo, ello no quiere decir que Álvaro no piense ni sienta. Mesía también tiene sus pasiones, solo que, en su caso, no cabe duda de que estas no son de tipo espiritual. El texto mismo nos dice que para él

No había más amor que uno, el material, el de los sentidos. [«Clarín», 1987: 73]

Mesía siente, sí, pero no habla de «resurrecciones del alma», como Ana, sino que

sentía opresiones, ansiedades que se le quitaban a caballo [«Clarín», 1987: 79-81]

o, mucho más gráfico,

sentía en las rodillas el roce de la falda de Ana [«Clarín», 1987: 79 110].

Álvaro siente con el cuerpo; Ana con el alma. Ambos piensan antes de irse a dormir, pero los pensamientos de Álvaro son mucho más tangibles y, además, van a ser llevados a la práctica:

Trataba de llamar al sueño imaginando voluptuosas escenas de amor que se prometía convertir en realidad bien pronto [«Clarín», 1987: 116].

Ana es consciente de la dirección en que apuntan las pasiones de don Álvaro:

Ella conocía que a don Álvaro se le estaba quemando vivo la pasión allá abajo [«Clarín», 1987: 80],

pero eso no le impedirá ver en él una válvula de escape a su hastío.

Sin embargo, durante la representación de Don Juan Tenorio, las diferencias entre las pasiones de Ana y de Álvaro se pondrán de manifiesto de forma especial. Ana se sentirá entusiasmada por lo que ve, mientras que Álvaro no entenderá al don Juan de Zorrilla porque para él

unas eran las empresas del placer, y otras las de la vanagloria [«Clarín», 1987: 85].

Lo expresa muy bien Juan Oleza en una nota de su edición de la obra en Cátedra [«Clarín», 1987: 113]:

El drama de Zorrilla arranca en Ana un sentimiento de entusiasmo erótico religioso, el amor es una “locura mística” a través de la cual el alma se eleva al reino de las ideas puras. Este éxtasis contrasta, sin embargo, con la interpretación crudamente fisiológica de don Álvaro

El propio «Clarín», por boca de su narrador, expresa con suma ironía cómo don Álvaro es incapaz de ascender a la esfera sentimental de Ana para comprenderla:

Don Álvaro solo observó que el seno se le movía con más rapidez y se levantaba al respirar. Se equivocó el hombre de mundo [«Clarín», 1987: 111]

o

Así era el cuarto de hora de Anita, y no como se lo figuraba don Álvaro [«Clarín», 1987: 81].

Acostumbrado a referirse a sus hazañas amorosas en términos de «ataque», solo le queda, al acercarse a Ana,

hacerse el sentimental disimulado [«Clarín», 1987: 108 109].

Una vez más, comprobamos cómo «Clarín» se sirve de un hábil juego léxico para definir a los personajes y sus pasiones, vistas desde fuera o descritas por ellos mismos. El campo léxico de las pasiones está presente en la novela en todo momento, matizado debidamente, para dar cuenta de sentimientos tan dispares como son los que albergan unos y otros personajes vetustenses.

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2.1.4. Víctor Quintanar

Distintas de todo punto a las pulsiones sexuales de Ana o Álvaro son las pasiones de Víctor Quintanar. Junto a la pasión por la caza («pulsión de la violencia», que diría Víctor Fuentes), encontramos el léxico de las pasiones en don Víctor referido a las cuestiones más inesperadas. Así, el narrador nos transmite la «gran satisfacción» que fue para él

encontrar a su mujer conversando alegremente con el simpático y caballeroso don Álvaro, a quien él iba cobrando una afición que, según frase suya, «no solía prodigar» [«Clarín», 1987: 82].

Otra pasión de don Víctor es el teatro del Siglo de Oro, hasta el punto de que el narrador hable de amor y envidias para definir lo que siente Quintanar ante un espectáculo teatral:

Don Víctor estaba enamorado de Perales. [...] En general, don Víctor envidiaba a todo el que dejaba ver la contera de una espada debajo de una capa de grana, aunque fuera en las tablas y solo de noche [«Clarín», 1987: 102-103].

Son pasiones, todas ellas, distintas de las que Ana habría querido y necesitado durante sus ya ocho años de matrimonio.

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2.1.5. Visitación

También en términos de pasiones y placeres nos habla «Clarín» de lo que siente Visitación ante la idea de que la Regenta sea infiel a su marido con Álvaro Mesía [1987: 71]:

Ella, Visita, no quería renunciar al placer de ver a su amiga caer donde ella había caído [...]. Nunca se le había ocurrido que aquel espectáculo era fuente de placeres secretos intensos, vivos como pasión fuerte; pero ya que lo había descubierto quería gozar aquellos extraños sabores picantes de la nueva golosina. [...] Era el único placer que Visitación se permitía en aquella vida tan gastada, tan vulgar, de emociones repetidas. El dulce no la empalagaba, pero ya le sabía poco a dulce; aquella nueva pasioncilla era cosa más vehemente.

Apreciamos en este fragmento un importante juego conceptual en torno a expresiones como placeres secretos intensos, pasión fuerte, gozar o pasioncilla, pasiones, todas ellas, aplicadas no ya a las pulsiones sexuales a las que se refería Víctor Fuentes en su introducción, sino a sentimientos negativos de otra índole. Es notable también la presencia del campo semántico gastronómico (sabores picantes, golosina, dulce) en relación con los mismos sentimientos. Esta alegoría aparecía también, como dijimos en la introducción, en relación con el «hambre de poder» del Magistral en el primer capítulo de la novela.

El mismo personaje de Visitación emplea, en su monólogo interior, la palabra pasión para definir no ya sus sentimientos, sino los de Ana Ozores:

no, no había que temer, sobre todo tan pronto, una pasión sacrílega [«Clarín», 1987: 71].

En las palabras de Visitación se pone de manifiesto un hecho que contrastaremos más adelante: la «pasión» de los habitantes de Vetusta consiste en regocijarse en la desgracia ajena. Al margen de sentimientos negativos como este (envidia, desprecio, malicia...), las pasiones de los vetustenses solo aparecen expresadas en La Regenta en forma de lítote: por lo que no son, en vez de por lo que son (resignación, conformidad, contención de la alegría...). Lo veremos a continuación.

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2.1.6. Los vetustenses en el Espolón

Como ya hemos avanzado, los vetustenses no aparecen definidos en la novela por sus pasiones, sino por lo que podríamos denominar sus «no-pasiones». El siguiente fragmento da buena muestra de ello [«Clarín», 1987: 69]:

Tampoco se acordaban de los difuntos, pero lo disimulaban [...]. Reinaba una especie de discreta alegría contenida. Si en algo se pensaba alusivo a la solemnidad del día era la ventaja positiva de no encontrarse entre los muertos.

Aquí el narrador nos habla de «alegría contenida», de personas que «disimulaban», de gentes hipócritas, en suma, que no dejan aflorar sus pasiones ni, como vemos por su efecto en Ana, las de los demás. Son seres pasivos hasta el extremo de que la máxima pasión positiva a la que aspiran es la ausencia de pasión negativa. La propia Ana imagina los sentimientos ─o los «no-sentimientos»─ de los vetustenses en estos términos [«Clarín», 1987: 70]:

Ana aquella tarde aborrecía más que otros días a los vetustenses; aquellas costumbres tradicionales, respetadas sin conciencia de lo que se hacía, sin fe ni entusiasmo, [...] aquella tristeza ambiente que no tenía grandeza, que no se refería a la suerte incierta de los muertos, sino al aburrimiento seguro de los vivos.

Y la pasividad de los vetustenses no repercute solo en su propia tristeza o aburrimiento, sino que destruye a todo aquel que no se someta a su «apatía», a su incapacidad de ver más allá, de concebir intentos de cambio en sus insulsas vidas que pudieran atentar contra la estabilidad de su mundo. El espíritu destructivo de los vetustenses encuentra en la romántica Ana un blanco perfecto:

Nada más ridículo en Vetusta que el romanticismo. Y se llamaba romántico todo lo que no fuese vulgar, pedestre, prosaico, callejero. Visita era el papa de aquel dogma anti-romántico [«Clarín», 1987: 72].

Y todo porque

Ana Ozores no era de los que se resignaban [«Clarín», 1987: 63].

No obstante, como señala Gonzalo Sobejano, a la amenaza de toda Vetusta Ana responde «con un odio pasivo, padeciendo sin hacer». Y continúa: «Cierto es que no se resigna, cierto que aborrece, pero ni la irresignación ni el aborrecimiento le conducen a obrar» [1982: 585]. Quizá sea cierto que Ana no actúa al principio, pero casi al final de la novela sí la encontramos quebrando los esquemas vetustenses al ser infiel a su marido con Mesía. Sin embargo, su actuación no haría sino volverse en su contra y acabaría provocando su propia destrucción a manos de la sociedad ─de Vetusta─ al final de la novela.

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2.1.7. Los vetustenses en el teatro

En el capítulo XVI nos volvemos a encontrar con los vetustenses a los que conocimos paseando por el Espolón, esta vez como espectadores de una representación teatral de Don Juan Tenorio. Se confirman aquí las ideas sobre su «apatía». Un ejemplo nimio que, sin embargo, resulta significativo como muestra de la atenuación de las pasiones de los vetustenses es el siguiente comentario de Pepe Ronzal:

La música es el ruido que menos me incomoda [«Clarín», 1987: 99].

Esta frase constituye toda una lítote del placer. Los vetustenses no hablan de lo que les gusta: solo se refieren a lo que no les gusta y, en última instancia, a lo que menos les disgusta.

Así, la Marquesa comenta su aversión a todo lo relacionado con la muerte:

No me gusta ver cementerios ni esqueletos; demasiado tiempo le queda a uno para eso [«Clarín», 1987: 113].

El comentario, por otra parte, resulta revelador de la falsa moral de los vetustenses, quienes se muestran compungidos de cara a la galería en su afán por respetar lo tradicional o convencional en un día de difuntos, cuando en realidad, como la propia Ana señala,

[s]i en algo se pensaba alusivo a la solemnidad del día era la ventaja positiva de no encontrarse entre los muertos [«Clarín», 1987: 69].

Podemos aportar más ejemplos de pasiones negativas de los habitantes de Vetusta. Así, el narrador comenta acerca de los hombres del palco de Vegallana:

Todos eran escépticos en materia de moral doméstica, no creían en virtud de mujer nacida [...] y despreciaban el amor consagrándose con toda el alma, o mejor, con todo el cuerpo, a los amoríos [«Clarín», 1987: 96].

También se manifiesta el destructivismo de los vetustenses en el provincialismo y desprecio hacia los actores foráneos por parte de los pobladores del palco de Ronzal, así como en la «curiosidad estúpida», la «envidia» y la «malicia» que suscita la entrada de la Regenta en el teatro entre los asistentes a la representación, de igual modo que en su «falso desprecio» al que alude el narrador.

Solo al describir sentimientos hacia cuestiones menos solemnes se permite el narrador atribuir a los vetustenses palabras con carga positiva:

La ópera era el delirio [«Clarín», 1987: 98]

o

a este [a don Frutos] le gustaba el verso [«Clarín», 1987: 95].

Quizá su único objetivo al hablar en términos de gustar o delirio referidos a cuestiones como estas sea ridiculizar a los vetustenses mediante el lenguaje, de forma sutil. O no tan sutil, puesto que, pese al perspectivismo de la novela, del lenguaje del narrador omnisciente, focalizado o no en Ana o en algún otro personaje, se acaba siempre vislumbrando la opinión del propio «Clarín» sobre la burguesía vetustense ─ovetense─ y su estulticia.

3. Conclusión: La pasión de Clarín

Hemos analizado hasta el momento las pasiones de los personajes de La Regenta, haciendo hincapié en el léxico que su autor ha empleado en cada caso para definir las pasiones de cada personaje y a los personajes mismos. El léxico retrata a Ana, a Mesías, a Fermín y a toda Vetusta, forjando en el lector una imagen determinada de cada uno: de estupidez, en el caso de Mesía y Vetusta; de inadaptación, en el de Ana, etc. Lo que no hemos señalado es que todo este juego semántico está al servicio de la literatura política de «Clarín».

Antes de explicarlo, vamos a referirnos a un fragmento de la introducción de Juan Oleza al segundo volumen de la obra, en Cátedra, incluido en un subapartado titulado «La crítica literaria como pasión». El término pasión, elegido por Oleza, resulta muy oportuno para nuestro trabajo, puesto que nos permite conectar las pasiones de los personajes, de los que venimos hablando, con las del propio autor. Este es el fragmento al que nos referimos: «Por lo demás, la pasión por la crítica literaria que dominó al polémico «Clarín» fue pasión por una crítica militante, no erudita ni científica». [1987: 30]. Tras la pasión por esa crítica literaria se esconde una pasión por «[l]a lucha por la regeneración y modernización del pueblo español» [1987: 26].

«Clarín», realista crítico, retrata las pasiones de unos personajes atrapados en el marco de la España de la Restauración borbónica, del atraso y la corrupción. Describe a una Ana Ozores que «padece» el hastío ante una sociedad en la que no encaja, donde no le están permitidas otro tipo de pasiones. Nos muestra también otros personajes, como Visita o Álvaro Mesía, que sí responden al patrón de la sociedad vetustense de la Restauración, pero que sienten, igualmente, que también «padecen», y que no escaparán a la destrucción al final de la novela. El Magistral, que ostenta un cargo representativo del sistema, tiene pasiones y se ahoga, como todos.

Se transmite al lector la sensación ─la pasión del lector─ de que en Vetusta no está permitido sentir y, si de todos modos se tiene algún tipo de pasión, es necesario ocultarla. Mediante el empleo virtuoso de un número ilimitado de sinónimos, hipónimos y paráfrasis de pasión, adjetivados con una sutil ironía, «Clarín» hace una dura crítica literaria (su «pasión») a la sociedad de su tiempo, poniendo su pluma y, en concreto, el léxico de las pasiones, al servicio de un fin literario, lo que en su caso equivale a un fin político.

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4. Referencias

 

4.1. Bibliografía: Fuentes primarias

  • ALAS, L., «Clarín» (1987). La Regenta, 1.er y 2.º vol., prólogo, ed. y notas de Juan Oleza. Madrid: Cátedra, 3.ª ed.
  • — (1999). La Regenta, prólogo, ed. y notas de Víctor Fuentes. Madrid: Akal.

4.1.1. Artículos

  • NÚÑEZ DE VILLAVICENCIO, L. (1982). «La heroica ciudad dormía la siesta... Sobre el lenguaje de La Regenta». En RICO, F.: Historia y crítica de la literatura española, (coord.), vol. 5, pp. 594-597. Barcelona: Crítica.
  • SOBEJANO, G. (1982). «Símbolo, sociedad y género literario en un capítulo de La Regenta». En RICO, F.: Historia y crítica de la literatura española, (coord.), vol. 5, pp. 584-589. Barcelona: Crítica.
  • — (1994): «Sentimientos sin nombre en La Regenta». En RICO, F.: Historia y crítica de la literatura española (coord.), primer suplemento, pp. 360 363; Barcelona, Crítica

 

4.1.2. Obras de consulta

  • RICO, F. (coord.) (1982). Historia y crítica de la literatura española, vol. 5 y suplemento. Barcelona: Crítica.
  • SHAW, Donald L. (1974). Historia de la literatura española, vol. 5, coord. R. O. Jones. Barcelona, Ariel, 2.ª ed.
  • RODRÍGUEZ PUÉRTOLAS, J. (coord.) (1981). Historia social de la literatura española, vol II. Madrid, Castalia.

FUENTES LEXICOGRÁFICAS

  • RAE (2001). Diccionario de la lengua española. 22ª edición. Madrid: Espasa-Calpe.
  • RAE: Banco de datos (CORDE) [en línea]. Corpus diacrónico del español. [26/12/2006].

 

7.4. Créditos del artículo, versión y licencia

MUNILLA FUENTELSAZ, L. (2014). «Las pasiones de los vetustenses en el capítulo XVI de LA REGENTA. El léxico al servicio de una literatura política». Letra 15. Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid. Año I. Nº 2. ISSN 2341-1643 [URI: http://letra15.es/L15-02/L15-02-06-Nuevas-Voces-Las-pasiones-de-los-vetustenses.html]

Recibido: 30 de septiembre 2014.

Aceptado: 13 de octubre de 2014.

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