Sección VASOS COMUNICANTES
Jesús Hilario Tundidor
Nació en Zamora, en 1935, y reside actualmente en Madrid. Su vida, como su obra, se ha edificado en intensas emociones ante la realidad y el mundo, siempre vividos en planos líricos de verdadera poesía compartida. Hasta recalar en Madrid, ha vivido en varias capitales españolas y recorrido múltiples lugares dando recitales o conferencias. De capital importancia para su obra podemos citar, además de su ciudad natal y las tierras castellanas, las luminosas ciudades andaluzas y el Levante español. Recogida en dos volúmenes con entidad propia cada uno, Borracho en los Propileos y Repaso de un tiempo inmóvil, la poesía de Tundidor, estructurada y unificada en redacción definitiva, ha sido publicada por Calumbur bajo el título unitario de Un único día. En 2014 Cuadernos del Laberinto publica bajo el título La fertilidad de los vocablos una antología de sus poemas más representativos traducidos a seis idiomas: francés, inglés, italiano, neerlandés, portugués y rumano.
Nota:
La siguiente selección poética, reunida bajo el título «Edificación de la Pintura»,
se publicó bajo esta denominación en El Extramundi y los papeles de Iria Flavia, nº 37,
primavera 2004, páginas 119-150.
Para esta publicación busqué un título que, además de personalizar los poemas, sirviera para unificarlos, presentarlos como un conjunto argumentalmente armónico que se diferenciara dentro de mi bibliografía. Suelo hacer esto, en general, con este tipo de entregas.
Por otra parte, hace bastante tiempo que deseaba tener reunidos en una publicación aquellos poemas cuya base argumental fuera la Pintura como materia, objetivo o creación.
La Pintura es, en lugar primerísimo, obra de edificación humana y a mí me interesa en especial el ser humano como sujeto de la poesía y, por supuesto, del Arte. Sus actos, su pensamiento, su experiencia, su mismo vivir... todo aquello que forma el entramado original de su ámbito emotivo e intelectual. Y de ello tratan estos poemas: la pintura más allá del mero objeto, más allá de su mera objetividad formal... en la misma raíz de su contextualización creadora, emocional y configurativa.
De las ocho unidades que formaban la separata original, se recogen aquí seis. De ellas, unas se mantienen tal cual se publicaron en su día, otras han sufrido la reconstrucción que todo poema exige, ya que este nunca se concluye definitivamente, sino que queda abierto a una posible revisión que lo perfeccione.
Y nada más. Leed, si os apetece.
Jesús Hilario Tundidor
Madrid, 27 de diciembre de 2013
La Pintura no es la lentitud del frío en el húmero de la piedra.
ni el brocal de la aurora ni la alberca del agua.
Sino una múltiple desembocadura de ríos
que no dora el otoño ni pervierte la sal
ni la caída de la hoja. Acaso sea
una pared mate donde se escribe, para
derrotar carvalledas nocturnas, un signo, una varonía de sueños
edificados en la imaginación. Acaso es
el onanismo del color sobre el lecho aceitoso
del óleo, la insinuación de la lujuria
desde la inserenidad del inconsciente.
Porque pudiera suceder realizarse sobre la suma
de todas las cosas o caos integrando
orden, unidad en el cosmos
de la mirada. O mejor, gestos de arco iris y prismas
que señala un dilema llegado por un largo aprendizaje
manual y policromo, sin perspectivas ni supeditaciones,
desde un mundo perplejo,
desde una intuición remota anterior a Lascaux, a Altamira,
a la noche, desde el origen inicial de la emoción humana,
desde la clara geometría irracional de los astros
y el desconcierto de los animales.
Tal vez, purísima metáfora del acontecimiento amoroso
finalice una impecable terminología
de los signos cromáticos, una razón lineal fuera
del tiempo, una fe o un castigo: Velázquez-luz,
carnal-Rubens,
altivez-Greco, Giotto-inocencia...
¿Acaso la pintura no precede
a sus orígenes y es visión y nervio óptico herido
por la luz del arcángel de las alegorías?
¿No es anterior a la hosca belleza de los pájaros
libres en el fulgor del espacio sobre las frondas del aire?
¿Otro vuelo infinito, otra soledad
creíble? Trinitaria y elemental, como toda inocencia:
Azul, hijo del dios que abre la altura,
Rojo o amor que siempre está ofreciéndose,
Amarillo, que crea eternidad, cohabitante de muerte,
representan la gran metáfora del mundo,
la gran metáfora extendida y sin límites.
Es así aniversario
en Chagall; en Renoir un primor, una sutil
delicadeza, casi música y nieve
en Kandisky; postrimerías en Van Gogh; caminos
en Picaso así como, en Tapies, una determinada
teoría de conocimiento...
Mas siempre una ligera escritura de pincel en el ojo
nos concede el contexto visual de su gramática
nacida de aquel largo contemplar lo vivido.
¿Desde el alcohol oval de Modigliani,
no nos llegó su otoño de besos y de astillas, de dudas
y derrumbes y de edificaciones?
Su grado fue creciendo desde el rosa al malva,
desde el trigo al hollín y desde el violeta al rosa
pálido, al verde pálido, al ocre germinante
hasta la orilla del azul y el sueño. Y luego el negro
que Manet templaba.
O el blanco que convoca,
anterior al pigmento, la cesación verbal, y origina
el vacío, la simplísima nada que todo lo contiene
y en la que todo yace.
Y entre tanto milagro de albercas y brocales,
quebrantamientos lentos y sequías de espátulas,
se pertrecha y produce, se celebra y festeja
en asombros y hallazgos, fugas color barniz
y esmeraldas opacas, una tormenta triste
de museos y polvo, de arenales y musgo
que el azar selecciona.
El Jardín de las Delicias, de Hieronimus Bosch, El Bosco
A Joaquín Riaza
CUANDO la luz se resquebraja, el ser
se resquebraja, el mundo...
Hieronimus
Bosch, creyente
desengañado desde su matrimonio
de Jeroen Antoniszoon van Aken,
es decir, de sí mismo antes
de que el río de luz que recogía
resquebrajado, roto pernicioso mordaz
resquebrajado,
Hieronimus Bosch,
artesano de la ironía, padre
de brujas, gozoso
padre diabólico y místico y creyente,
iba
de cofradía en cofradía en Hortogenbosch,
(entonces bella
ciudad de Brabante, rica
en lanas alfileres cuchillos magia alquimia)
resquebrajado Hieronimus
Bosch.
IBA
bajo el ruido del mar tarde mañana
noche aurora, ebrio
y no puro cuando
el Malleus Meleficarum,
terrible ara del sacrificio para
la brujería no úrsulas no hisopo no
Caro Baroja... iba,
Hieronimus Bosch,
picoteado de pájaros, picoteado
de mujeres desnudas, comido
su corazón por
los insectos, por
las orugas los funerales ebrio resquebrajado
IBA / abierto
su pecho como
un corazón de Jesús / enseñando/, /creando/
el color la verdad la lujuria y la muerte.
In illo témpore
Alain de la Roche,
predicador y padre común aún dentro de la tierra
seguía con gusanos golpeando = qué somos, dónde, cuándo =
los ombligos del mundo.
Así llegó también
nuestra crecida, llegó
a tu alma, a tu camisa blanca camisa
de comunión, entre diablos y entre
escolopendras sapos gordos sapos nocturnos,
azufre-satanás y sus cavernas,
muerte, Hieronimus muerte, todavía tan niño,
todavía
tan inocentemente congraciado
con la sonrisa.
Alain de la Roche poblaba el mundo
de escupideras
y lagartos
y miedo.
Tú creciste, Hieronimus, viendo
bajo la cama, bajo
el corazón del hombre y de la pena
el horror, las exequias
pompas fúnebres galas
donde el amor yacía / ¿dónde
el amor moría? / creciste
desalojado y seco, interrumpido
por la espalda brutal de las excomuniones.
Y aún veías la tarde, su luminosidad,
la tarde pura la mañana pura
y no impura la noche te arropaba
el miedo. E IBAS
= qué somos, cuándo, dónde = de iglesia
en iglesia viendo, oyendo, de púlpito
en púlpito,
los gestos tenebrosos
del padre,
la lengua tenebrosa
del padre,
el tenebroso mundo del sexo contenido,
Alain de la Roche = qué somos, dónde...
Oh, cuerpo, flor de cardo sin alas, alas
baten,
tú
qué
poco
sabías,
inquisidor
corregidor Henricus Kramer (Malleus
Maleficarum) no era muerte, inscrito amor inscrito,
los brujos, qué poco tú, corregidor, sabías.
¿Hieronimus, creciste como cuando
el viento norte de la tarde frío
te paró el corazón, la sacristía
de la niñez?
Cuando Inocencio, papa nº VIII de este nombre.
De nuevo una vez más se confundían
alquimia magia ciencia saber conocimiento...
Hieronimus resquebrajado desvaído solo
irremediablemente.
Los alquimistas prófugos
sumergidos
en la indolencia, perseguidos,
pasearon
las empedradas calles sucias, los óvulos
de la verdad no cesaron, el crisol proseguía
su continuo mortero o larga noche,
su
poderosa mística de cavas, subterráneos
en los que un dios olía,
crecía en siete círculos
de almirez, siete esfuerzos
de amor / ¿el sol
cantaba? /. Pasearon
su participación en catedrales
y piedras, vivas aún, legándonos sus signos
y su búsqueda, sus números con sol que ilimitan
el orden.
Hieronimus pájaro marginal, ya irremedia-
blemente desvaído,
acompañado y torturado ahora
por peces ratas cuervos búhos zumayas hembras
de durísimo y curvo vientre duro,
mas de andrógino amor que asola olvidos.
FUE
como LA BULA DEL ESPÍRITU SANTO, santo
soplo gentil, olla marmita
luterana,
hacia el fondo con rojos decorados, nubes
y tempestad, furor iconoclasta, profecía,
PROFECÍA, pobre
Hieronimus, contado
medido pulido y archivado,
clasificado,
rico
y burgués, pobre
Hieronimmus que ahora, sonriendo
amargamente,
va a colocar sobre el pudor de Eva pecadora,
con suma gentil gracia, una hoja seca.
COMO liberación es la mirada
y aquí mira quien sabe y ve
como grajos en bando, como cuervos en bando:
LOS DESEOS:
Párpados
que no caen, pestañas que no irrumpen
su obsolescencia móvil,
el mirar deseoso, el lento
acecho mordaz / ciervo, leona / sexuada
es la mirada que desnuda y penetra:
La retina aventura su larga cacería.
La retina aventura,
muros áureos paredes
lechos acerca, ropas -¿quién corrió la cortina?-
Cuerpo, humanos cuerpos ávidos, del color de la miel
en el ojo de mosca... La pequeña ciudad se viste
en verde, verde
amarillo violeta y pronto
la lujuria hace vuelo, halcón planea: ojos y ojos
posan, ojos y ojos
aterrizando sobre
el sexo como inoíbles manos que desnudan,
que posesionan / hacen / amor sin tiempo ni ternura
ni palabras ni cuerpo: Solo
ojos-violaciones, neuronas
de la visión en látigo y hoguera, estupro
de la visión, vaginas falos coitos abubillas
o frutos, / jardín
de las delicias... / FORMAS,
CONTORNOS,
que nunca van a luz sino a deseo.
Ay, Alain de la Roche, ¿Oyes
escuchas
sabes
que hundido en los abismos de tus imprecaciones
la mirada convoca amor convoca
amor y amor, retén, estratagema y pájaro? Ay,
ay, Alain de la Roche, la libertad, aun dentro
del ser emparedada y triste y poderosa
gira.
CUANDO Inocencio papa, bula
sumis desiderantes afectibus
(1484)... Luminoso
Hieronimus perdido resquebrajado solo
irremediablemente
solo, el alquimista cóncavo exilado en la materia
casta, pobre
Hieronimus, jirón de la ternura, deshabitado
sueño.
Yerto
conocimiento, una esfera
es el mundo, un orbe impúdico
la estulticia. Espejos, subterráneas alas baten
gula-envidia mentira hipocresía, oh, ciudades,
buenas para quemadas, ¿cómo
entre tanto yelmo y basura
no ver la acusación de cada rostro: Ecce homo,
Ecce homo, aquí no hay nadie nada nunca nada,
ojos inquisición para buscar la dicha, ojos
de un ínfimo presente insólito
mirar, presente en el que el hombre yace cuando
DESPUÉS no hay nada nunca nadie
bajo la tierra el corazón el fuego. ¿Dónde
el hombre, el humus?
Hieronimus ¿dónde
Hieronimus?
Jeroen trabajaba:
¿CÓMO penetrar en la piel, abrir
el hueso, lamer las llamas todas
de la ciudad que somos, incendios de este burgo
(fulgor y asaltos / un puente ruido armas...)
al que pertenecemos
y nos pertenece?
He aquí, pues, al hombre: ciudadano notable
de su propia derrota.
= Cuando Inocencio, cuando
Pablo sexto, yo era.
Bailarina oyendo tocar el órgano en una catedral gótica, de Joan Miró
De pronto el viento, el aire, la humedad y la vida
en un río sin cauces, sin riberas ni chopos
caen
desde el órgano múltiple y toda
la ternura ojival allí penetra.
Ciegas arquerías, toral mirada múltiple
aleteo de Dios, estrellas
que aún perduran, como palomas cuya
soledad no es la muerte. Pero
¿dónde la danza, el paso
que extiende el pie desde un rojo remoto
que fluye? ¿Dónde el delicado pezón que se abre
a un ritmo, el movimiento, su eternidad
perecedera? ¿Qué exedras, qué ámbitos
infinitos del templo, lo corvo
del contrapunto y alma y quién diría?
¿Dónde tú, poseedora
de la hermosura, brevísima cintura,
magia o tobillo a quien indefinida
mente asiste la realidad?
La realidad que nace,
que se escucha nacer y hacerse forma,
línea delgada que organiza el sueño.
Y así se oye un color: azul
mediterráneo canta
el mar, un rojo limpio, blancos...Inocente
universo, vulnerado vacío,
intimidad en cuya hondura el órgano
dilata la frontera
del ser y cálido
en su ardor allí ilumina.
De pronto el viento, el aire, la humedad, y la vida
llegan.
Joan Miró contemplaba y ahora existen.
In ictu oculi, de Juan Valdés Leal
Juan de Valdés, canto
tu corazón, isla, milano, águila de la duda
que afirma y que regresa
la tempestad.
Dime tú dónde, para qué y de qué
ha servido todo.
Canto, Juan de Valdés,
tus soledades:
Veo
tiaras, cetros, jerarquías y órdenes y muerte
sin ya campo ni riberas ni río,
interiores abiertos
a la desolación en cuya sombra
siempre un arcángel pálido allí escribe
su inconcluso exterminio de la noche.
(Por
las verdosas costillas de la herrumbre
inútilmente silba
el viento).
Intuyo
la profecía, nunca
el acoso: IN ICTU
OCULI; Heidegger, Nietzsche, Eliot, Truman
Capote, Trento
después de tanto tiempo
¿han servido
de algo...? Y la belleza,
porque toda belleza es siempre
compañía, dorado atardecer, plácida
brisa entre el candor del álamo, fugitiva
verdad.
Juan
de Valdés, no tuviste la culpa,
NIMÁS NIMENOS.
Lo que estaba hecho deshecho ya en la breve posesión de la fuga.
¿Pero sirvió, Valdés,
nos ha servido?
Generoso es el ser
que está creando.
Jubilosa la orilla
donde crea.
Generoso es el ser
que multiplica.
Jubilosa la orilla
donde canta.
Jubiloso es el ser
que permanece.
Jubilosa la muerte.
Jubilosa la muerte
que allí triunfa.
Fui tocando
los músculos, seccionando las venas, cuerdas
y violines
del duro cuerpo humano. Amé
y odié y acompañé y estuve
solo. Y dentro
de todo lo entregado y recibido
hallé,
si bien se mira,
soledad, un hastío oropel que enumeraba
hoyas y huesas
sola
consolación por la ceniza. Oh, ¿dónde,
dónde estabas tú, luminosa
realidad, aliento
que más dura, arquitectura tan leve de la vida?
Oteros de tinieblas, pasto
inútil, ¿era
la vida aquello?
Juan de Valdés Leal-
mente: afírmame que es justo este equilibrio,
que gravedad, sotura
y pánico nos sirven, afírmamelo, Juan, y luego
silénciate y conforma,
huerco amigo callado del espanto,
con pintar pudrideras, caballeros y obispos
sobre los que el instante que transforma arguye
su insólito presente. Confórmate,
regrésate, silencia
lo que fue vanidad, la orgía, el tránsito,
el dulcísimo fruto de la carne,
el jardín de la gula... Oteros
de tiniebla, no
fue vivir sino era todo cuanto
se te iba perdiendo, desviviendo, cayendo
como una escolopendra de sollozos inútiles
desvanecidamente derramada,
desde el alto andamiaje
del corazón al hiscal pedregoso del siglo:
que la muerte es verdad -dices-
que la verdad es muerte,
pronuncias muerte y vida creas.
¡Cómo
en tan sabio dominio
desde la inteligencia de tus dedos,
límite corporal en el que existes,
iniciaste
lo verdadero, en que aún duras, perduras
definitivamente ya salvado
de todo lo banal que abre la vida
y cierra el esplendor de la miseria!
Con Antonio Pedrero
Puente de piedra y Zamora, de Antonio Pedrero Yéboles
OCRE y blanco neutral, apasionado,
gris ceniciento, rojo ceniciento
gira sin pulso por debajo el viento
la tierra triste y el amor cansado.
Qué vieja dimensión para el tejado
la variedad de azules, el aliento
sin Dios... Escribo, siento
azules, llevo el alma con candado.
La piedra oscura, la ciudad oscura,
y aquel río unidad en color crece.
Marrones hay y añil es la ternura.
Mira la paz, la paz que nos asola
y que va haciendo en tanto que atardece
más hondo el ser pero la luz más sola.
En homenaje a Caspar David Friedich
Monje mirando al mar, de Caspar David Friedich
SOLO de oscuridad. La extendida
materia, caído el sol, en éxtasis
de novilunio. Los infinitos
cielos de la noche, sus inoíbles
pobladores.... Solo de oscuridad,
también de lumbre y rayo.
Así se ocupa tu callado abismo.
Si cópula de un sueño, inabarcable
desaliento que en el saber construye
la realidad. El pensar que edifica
actuando su torpe papel trágico
en el viejo teatro de la contemplación.
Es la hora: ¡Despierta! Escucha todo
lo que es vivir y sus alrededores
y que jamás te ciegue la esperanza
de la verdad que no alcanzaste nunca.
Es ya la hora, has dicho: callejuelas
que no se ven, caminos que no tienen
espacio y las olas en paz... Tu dentro
se perpetra en la hondura, ni arenas hay
ni grietas hay, solo tormenta ¿Es nada
lo creado? ¿Una desolación? Actúa
tu palabra sin ruido: horada, hunde
el establecimiento de los jueces
pues que nada protege de la muerte.
Calla tú, mente mía, emoción mía.
Calla, entusiasmo, intimidad, oh, brumas.
Más allá está la niebla y el silencio
por los harapos tristes del lenguaje.
Son aproximaciones, cercanías,
un sutil merodeo que establece
la soledad: los claustros de la sombra,
el monasterio pertinaz del alma
junto a sus laberintos, la miseria
de lo existente... Es la hora. Y no hay nadie.
Lo que nunca soy yo. Lo que no sé.
La curva analogía del asombro.
¿Y aún estás esperando? ¿Celaje
el conocer, despoblado desierto
la verdad? Fría la playa duda
si espuma son las olas, si son aire.
Si es audaz la falacia de los sueños,
la seducción de la alabanza. Tiempo es
de alcanzar ya lo humilde: Tú sí eres tú
puesto que Dios no existe. No existe.
Pero sus manos musicales tocan
el arpa que es el mar, su fértil noche
que provoca la luz del universo.