Sección TECNOLOGÍAS
Javier Fernández Delgado
Docente, investigador, historiador, editor y experto en edición digital.
Ha publicado Escuchando con los ojos en la era digital y otros artículos sobre el uso didáctico de los dispositivos móviles, y el libro digital El lector móvil: del jeroglífico al emoticono. CV en El lector andante.
Resumen.
Ensayo histórico y metodológico que continúa a otros anteriores del proyecto de investigación sobre Oralidad y educación, esta vez centrado en la presentación de una propuesta de recitario escolar al que se le aplican dos filtros específicos: que las voces sean femeninas y que se correspondan con la Edad de Plata de la cultura española. La propuesta adopta la forma de una situación de aprendizaje con la dramatización de un acto de graduación de la enseñanza obligatoria en la que se realizan lecturas en voz alta, una leyenda.
Palabras clave: Asociación de Profesores 'Francisco de Quevedo', Recitario APE Quevedo, metodología, innovación, competencias digitales lingüístico-literarias e históricas, lectura oral, recitados, aprendizaje móvil, materiales didácticos digitales multimodales, audiolibros, bibliotecas virtuales.
Abstract.
This historical and methodological essay follows previous essays from the research project on Orality and Education. This time it focuses on the presentation of a proposed oral recitation in schools, which is subject to two specific criteria: the voices must be female and they must correspond to the Edad de Plata of Spanish culture. The proposal takes the form of a learning situation with the dramatization of a graduation ceremony from compulsory education, in which readings are done aloud, a 'leyenda'.
Keywords: Asociación de Profesores 'Francisco de Quevedo', Recitario APE Quevedo, methodology, innovation, digital linguistic-literary and historical skills, oral reading, recitations, mobile learning, multimodal digital teaching materials, audiobooks, virtual libraries.
Para Alba.
Y, volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían, y, a pocos pasos que entró por el bosque, vio atada una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince años, que era el que las voces daba, y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprehensión y consejo. Porque decía: —La lengua queda y los ojos listos.
Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1605, IV.
Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas: —Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete..
Cervantes, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1605, VIII.
Si la ociosidad te diera para tanto, lector, disfrutarías consultando la brújula cervantina ─que es como beber o leer la primera vez lo que has leído mil veces, sin agotar la fuente─ y constatarías que Cervantes usa innumerables veces el término voces─, como puedes comprobar también por las citas iniciales que presiden esta página. Amén de que es frecuente que no sean voces solas, sino grandes voces, como en esta ocasión (Segunda parte, LVI) y en otras muchas:
[...] y viéndole partir su buen escudero Sancho, dijo a grandes voces:
—¡Dios te guíe, nata y flor de los andantes caballeros! ¡Dios te dé la victoria, pues llevas la razón de tu parte!
La lectura, como sabemos, puede ser en voz alta o para sí (en silencio, diríamos), distinción que también encontramos en el Quijote (Segunda parte, LI):
Mandó Sancho al secretario que la leyese para sí, y que si no viniese en ella alguna cosa digna de secreto, la leyese en voz alta. Hízolo así el secretario, y, repasándola primero, dijo:
—Bien se puede leer en voz alta, que lo que el señor don Quijote escribe a vuestra merced merece estar estampado y escrito con letras de oro, y dice así...
Nosotros daremos también voces, pero ni grandes ni a gritos, sino más bien en voz baja, expresión también cervantina (Segunda parte, XII) :
[...] y llegándose a Sancho, que dormía, le trabó del brazo, y con no pequeño trabajo le volvió en su acuerdo y con voz baja le dijo:
—Hermano Sancho, aventura tenemos.
Eso, aventura tenemos: este artículo metodológico continúa la serie formada por los previos Cómo fabricar una 'Fonoteca' y un 'Recitario' digitales en entornos educativos (2022), La biblioteca escolar digital y la Edad de Plata como situación de aprendizaje (2023) y Recitantes. Técnicas del proyecto de Oralidad y audiolibros para la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico (2024) que pretenden poner al alcance del docente o el curioso nuevos materiales didácticos acordes con el proyecto de investigación sobre Oralidad y educación en el que estamos embarcados en la Asociación.
Nuestra colaboración con el Ministerio de Cultura se traduce ya en una colección de 65 audiolibros y 20 recursos educativos abiertos en los que la oralidad juega un papel principal, y la experiencia adquirida nos permite aventurarnos en la creación sistemática de recitarios escolares, un ejemplo de los cuales se presenta en este artículo, donde vamos a considerar, para su creación, dos filtros específicos: que las voces sean femeninas y que se correspondan con la Edad de Plata de la cultura española, para darle una entidad propia y singular a nuestro esfuerzo y aventura. Seguimos en esto las indicaciones de la normativa escolar vigente sobre Lectura guiada (Ministerio de Educación, 2022: 46302):
Lectura de obras relevantes de la literatura española del último cuarto del siglo XIX y de los siglos XX y XXI, inscritas en itinerarios temáticos o de género, en torno a tres ejes: (1) Edad de Plata de la cultura española (1875-1936)...
(...) Lectura expresiva, dramatización y recitado atendiendo a los procesos de comprensión, apropiación y oralización implicados.
¿Y qué forma dramática escogemos para presentar una situación de aprendizaje acorde con nuestras pretensiones? Pues un acto que se ha ido normalizando, la graduación al fin de la educación obligatoria, que muchas veces se cumple como un trámite obligado sobre el que se pasa de puntillas, pero que puede ascender a otro nivel de significado, como podremos comprobar en el experimento que se propone en estas líneas, que aunque no exista todavía, bien podría existir de esta forma algún día.
Las lecturas orales de este festival ─o leyenda─ que se presentan y recitan fragmentadas en este artículo se pueden disfrutar completas, escucharlas con los oídos o leerlas con los ojos, en las referencias con los hiperenlaces al Recitario APE Quevedo,
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─Enhorabuena a todos vosotros, chicos y chicas que os acabáis de graduar, habéis terminado la Enseñanza Secundaria Obligatoria y os adentráis en el nuevo mundo de la madurez y de la voluntariedad, porque tendréis que escoger si hacéis Bachillerato, una formación profesional o si os incorporáis al mercado de trabajo. En cualquier caso, como directora del Instituto público de Enseñanza Secundaria Rosario de Acuña, quiero ser la primera en felicitaros, rebosante de orgullo por lo que hemos conseguido juntos. ¡Enhorabuena! Y para celebrarlo vamos a mostrar a todos los presentes, padres, madres, familiares, compañeros de otros cursos, invitados, así como a profesores y miembros de la comunidad educativa, vamos a celebrarlo, decía, con un gran acto festivo que habéis titulado Leyenda de voces femeninas de la Edad de Plata...; pero, un momento, por cierto, ¿qué es eso de leyenda, que no lo entiendo bien?
─ Hola, buenos días a todos, yo soy Marcela, una pastora del Siglo de Oro y una de las muchas mujeres estupendas que aparecen en el Quijote. Os voy a explicar yo qué es eso de una leyenda atendiendo a lo que mi amigo y creador, Cervantes, expresa con ese término. Él dice así ─un momento, suba, suba al escenario, don Alonso, no sea tímido, arrodíllese a mi lado y hagamos los gestos que describe don Miguel en la escena de la venta manchega y su nombramiento como caballero (Quijote, I, III), yo seré el ventero castellano y vos el arrodillado:
Advertido y medroso de esto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traía un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas; y, leyendo en su manual, como que decía alguna devota oración, en mitad de la leyenda alzó la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras él, con su misma espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba.
─¿Lo habéis captado? «En mitad de la leyenda», escribe. Está bien claro, pero os pongo otro ejemplo, de cuando don Quijote se vuelve cuerdo (II, LXXIV):
Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías.
─¿Leyenda es lo mismo que lectura? ¿Es lo que vais a hacer, una lectura?

Ilustración de Gustave Doré que representa a Alonso Quijano leyendo.
─En efecto, una lectura en voz alta, ante todos ustedes, y de nosotros, la gente menuda. ¿Veis en la imagen cómo el dibujante Gustave Doré imagina y representa a Alonso Quijano leyendo en voz alta aun estando solo? Nosotros, por esta vez, hemos escogido voces, voces femeninas, como la mía, de Marcela la pastora, que tengo quince años, como todavía algunos de vosotros, y digo así, por ejemplo, con las palabras que me escribió don Miguel (I, XIV), subida a una peña desde la que hablo a los pastores, que han venido al entierro de uno de ellos, que murió de amor por mí. Mirad, esa soy yo.

«Donde se da fin al encuentro de la Pastora Marcela con otros sucessos» [Entierro de Grisóstomo]. Europeana. Biblioteca Digital Hispánica.
─Sube tú aquí ahora, María Carbonell, profesora de maestras y en la Institución para la Enseñanza de la Mujer y di aquí lo que contaste en la conferencia que impartiste en 1905 cuando tenías 53 años:
─Pues bien que lo recuerdo, dije así y por la buena acogida que tuvo luego se imprimió en papel con el título Las mujeres del Quijote (BVPB y REA02):
Aun en los tiempos de Cervantes los enamorados despeñados morían como el pastor Grisóstomo abrazados por el amor y humillados por la contrariedad pero las pobres marcelas de nuestra época pagan frecuentemente con la vida sus esquiveces, los crímenes pasionales que tanto abundan al presente no suelen tener otro origen sino el deseo de lograr por la fuerza lo que de grado no se rinde.
─Marcela soy y veo que pasan los siglos y esos problemas permanecen, esos crímenes pasionales con los que intentan torcer nuestra voluntad. ¿Han cambiado las cosas en vuestros tiempos del siglo XXI?
─Quiá, Marcela, sigue esa pesadilla, que riega de dolor las noticias de vez en cuando. Ahora la legislación la califica de violencia de género, y otros la denominan violencia intrafamiliar, para evitar subrayar que la más frecuente es la que se realiza contra la mujer, fundada en la tradicional desigualdad histórica de poder entre hombres y mujeres y la discriminación de esta última. Por cierto, que no me he presentado, Soy Carmen de Burgos, más conocida con mi nombre artístico de Colombine, con el que firmaba mis innumerables artículos en los periódicos y revistas de la época. Tengo ya 54 años cuando publico un libro sobre ese asunto, titulado El artículo 438: novela (1921), en que un hombre sale absuelto de un asesinato porque lo hizo supuestamente para defender su honor mancillado, gracias a un artículo discriminatorio del Código Civil que trataba los crímenes juzgados de forma diferente según el género del afectado (Recitario 433).
La ley, promulgada por hombres, favorecía siempre a los hombres y humillaba a las mujeres. Ningún artículo del Código les daba a ellas aquella facilidad de asesinar a los infieles; ni siquiera el funesto artículo 438 decía: «Cualquiera de los dos esposos que sorprendiera en adulterio al otro», sino: «El marido que sorprendiese en adulterio a su mujer». Era sólo un privilegio masculino. Los jueces se cuidarían mucho de no quebrantar aquel principio de autoridad que era como su privilegio, la lección indirecta que daban ellos mismos a sus propias mujeres.
─Ya no es así, Carmen, en la democracia en que vivimos todos somos iguales ante la ley y la ley es igual para todos, aunque cueste cumplirla. Pero tú, Colombine, a pesar de las restricciones a las mujeres, hiciste muchas más cosas, por ejemplo viajar por Europa en guerra en 1917 acompañándote de tu hija adolescente.
─Así es, y fuimos detenidas cuando viajábamos en tren por Alemania, imagina ahora viajar por Ucrania como periodista y que te acusen de espía como me acusaron a mí. O por Gaza, no sé si sobreviviría. Escribí entonces el capítulo 'Prisioneras' en mi ensayo Mis viajes por Europa (Recitario 472), donde recogía lo siguiente:
El hombre examina mis papeles y parece dudar aún. Me hace mil preguntas y me revela que pesa una acusación formulada por un viajero contra mí. Me acusan de saber alemán y fingir que no lo entiendo, fundándose en que he comprado, y visto con detención periódicos ilustrados alemanes, y en que he hablado con los mozos para que me lleven los bultos, etc. Se acumulan como cargos contra mí, el llevar dinero francés, no haber saludado los trenes de soldados, ni aplaudido el himno alemán. Además son indicios muy comprometedores mis sentimientos de compasión hacia los rusos. Me indigno tanto al responder que el oficial empieza a convencerse y como mi hija llora y tiembla, asustada de verse entre dos soldados, me vuelvo y le digo:
—No eres hija mía si lloras delante de los alemanes.
─Ya que hablamos de niñas en la literatura española, me voy a presentar, soy Elena Fortún, creadora del personaje infantil más emblemático de la literatura española, con cuyas aventuras se tronchaban ─se partían, se mondaban, decís las mayores; se meaban, diríamos nosotras─, se tronchaban, decía, las abuelas, bisabuelas y tatarabuelas, porque era una niña independiente e iba siempre a contracorriente, rimando, como ahora ha sucedido: Celia, nada menos que Celia. ¿Que no la conocéis? Pues os hablaré de ella: una vez llevó unos gatitos recién nacidos a clase y los escondió en el cajón del pupitre, de donde se escaparon, por supuesto (Recitario 239). En otra ocasión aprovechó un cuaderno que le regalaron para escribir sus historias, como conté en el 'Prólogo' a mi Celia novelista de 1934, publicado en plena Segunda República y donde trataba las inquietudes nuevas que sobre la mujer y su educación se vivían en esos años y que yo recogía y trasladaba al mundo infantil. No será raro que en las estanterías esas en las que nunca escarbáis haya algún libro mío. Pero ojo, que me leían las niñas, pero también sus madres y... sus padres, y la verdad, todos los antecesores vivos (Recitario 650). Aquí tengo el libro de papel en una edición antigua, ¿veis qué chula? Os leo un fragmento del prólogo:
¡Fantasías! ¿Podría escribir todo esto en un libro, con las hojas blancas y las tapas de piel?
No, no; ésos son cuentos que están escritos en muchos libros… Yo tenía que inventarlo todo, todo, y contarlo como si fuera verdad y estuviera pasando…
Sería la historia de una niña que se llamaría Celia, como yo, y andaría sola por el mundo…
¿Una niña como yo? No, no; yo misma… Yo, que me iba por el mundo, ahora que mis papás me habían dejado sola, y, andando, andando, me encontraba un hada, y luego un enano, y nos íbamos al país donde pasan todos los cuentos, y llegábamos a una isla desierta…
─Como observo unas caras raras os vamos a dar algunas explicaciones. Desde aquí veo muchas mujeres, niñas, chicas, mozas, chavalas, mujeres, señoritas, señoras, madres, abuelas, bisabuelas. ¿podéis levantar las manos las abuelas presentes, por favor? Ah, mira, hay unas cuantas. ¿Y bisabuelas, hay alguna que ya tenga bisnietos? Allí, allí, esa señora, corre, Marcela, llévale el micrófono.
─Hola a todos: yo efectivamente soy bisabuela, me llamo Ana Mari y ahí está mi bisnieta Rita, que se llama como mi madre, que se ha graduado hoy; mírala, qué contenta está y qué felices sus familiares y amigos. Venga, saluda, Rita.
─Hooolaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.
─Señora venerable bisabuela, ¿puede amablemente indicarnos en qué año nació usted y qué edad tiene?
─Nací en 1934, durante la Segunda República, tengo 91 años y algunos achaques, pero mantengo intactas las ganas de vivir, ¿no veis lo lozana que estoy hoy?
─¿Y recuerda usted en qué año nació su propia madre, la tatarabuela de Rita?
─Claro, se llamaba Rita, como he dicho, y vino al mundo en 1908, y también recuerdo que la suya, mi abuela Socorro, había nacido en 1883. ¡Ella sería la tataratatarabuela de la Rita la graduada hoy, y qué orgullosa estaría si viviera! De todas ellas yo fui la primera que pudo estudiar una carrera, las demás fueron amas de casa y trabajadoras, en el campo, en la fábrica y en el comercio. Lo sé porque me he entretenido indagando y elaborando la genealogía familiar. Ahora, para las mujeres, las cosas son muy diferentes a como fueron, por eso es tan interesante lo que estáis haciendo hoy, este festival, esta leyenda.
─Pues de Socorro a Rita se suceden seis generaciones familiares, prácticamente la duración completa de la Edad de Plata larga, en su acepción más amplia que va de 1875 a 1936; nada menos que 61 años, que figura tal cual en los currículos escolares (BOE, 2022). Así la cronología abstracta toma cuerpo en forma de saga familiar real, histórica y cercana a la vez. Muchísimas gracias, doña Ana Mari, por ilustrarnos de manera tan práctica lo que son las generaciones, separadas más o menos por un cuarto de siglo unas de otras. Pilar, ¿puedes subir tú ahora?
─Hola a todos, todas y todes, que no quede nadie sin saludar. Soy Pilar de Valderrama y os voy a hablar de cómo eran las cosas antes, hace un siglo justo, cuando publiqué mi poemario Huerto cerrado donde en el poema a la vez terrible y esperanzado que le da título escribo:
Unas tapias altas cerrando un espacio pequeño:
pequeño tan sólo si se mira a tierra,
pero ilimitado si se mira al cielo.
Como casi no me acuerdo os leo los versos en la pantalla del móvil, que me sirve de libro de los libros, porque así siempre llevo conmigo mis poemas, y los recuerdo y los repaso. Tapias y cielo de un huerto cerrado: así me sentía a los 46 años, casada y madre, y encerrada. Tres años después entablé una amistad amorosa de madurez con un poeta extraordinario a quien admiraba; él me llamaba Guiomar en sus poemas, como en este donde escribe unos versos que reflejan los míos (Recitario 653, 1933):
En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar sobre el río,
jardín de un tiempo cerrado
con verjas de hierro frío.
Nadie sabía con certeza quién se escondía bajo del nombre Guiomar hasta que me di a conocer, muchos años después de la muerte del poeta, en mi libro póstumo Sí, soy Guiomar (1981). ¿Que qué poeta era ese? Pues... Antonio Machado, quien entre sus talentos estaba el de dar voz a quien no la tenía, como la de su joven esposa moribunda con solo 18 años, Leonor, en 1912. Ambos se transforman en un árbol que reverdece (Recitario 594:
EL olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
(...)
Mi corazón espera también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Pero en ese caso no hubo milagro, Leonor falleció y el poeta cantó su dolor. El dolor, sí, el sufrimiento... es un viento... que aventa... el alma del poeta.
─O de la poetisa, ojo, que así nos llamaban hace un siglo, y también antes, durante el Siglo de Oro a las que escribíamos versos. A algunas no le gustaba nada la palabra, porque entendían que era segregador y disminuía el valor de la creación femenina, ¿no era eso lo que decías Rosario?
─Sí, soy Rosario de Acuña y hubo una época en que el término poetisa me chinchaba mucho, tanto que hice una amenaza, allá por 1876 en mi poema ¡Poetisa! (Recitario 632):
Si han de ponerme nombre tan feo,
todos mis versos he de romper.
─Menuda era yo, librepensadora, es decir, que pienso por mi cuenta y no me dejo llevar por lo que me mandan unos u otros, una adelantada a vuestro tiempo; pero precoz, demasiado precoz para el mío. Cuenta muchas cosas sobre mí, que estoy olvidada, la escritora Mar Abad en su Antiguas pero modernas, que sé que lo habéis utilizado para preparar esta leyenda. En un periódico, La Época, me llamaban, con desprecio, «librepensadora poetisa». ¡Toma, dos por uno! Apenas acababa de iniciarse la Edad de Plata, como la llamáis ahora. Yo quería ser poeta, como los hombres, no poetisa; sacerdote, no sacerdotisa, valga el ejemplo para que se me entienda mejor. Sé que hoy hay gente que piensa como yo entonces y que antes que ese término ¿despectivo? prefiere utilizar el artículo o el adjetivo en vez del sustantivo: prefiere escribir las poetas, o a las mujeres poetas para referirse a nosotras, las creadoras de versos y rimas. Pero lo cierto es que la cosa cambió unas décadas después de mis versos, las mujeres escritoras estaban orgullosas de su especificidad, de ser poetisas, de ser diferentes, y no otra versión de lo mismo. ¿Todavía se debate eso hoy, verdad, chicas?
─Hoy no se usa esa palabra, que parece cosa de otra época, y no sé si reivindicarla; algunas de nosotras estaban muy orgullosas de ser poetisas, aunque no es mi caso. Soy Ernestina de Champourcín y tengo 29 años cuando Gerardo Diego recoge algunos poemas míos en su segunda antología de Poesía española, como este de Soledad que os leo (Recitario 646).
Todos van, todos saben...
Sólo yo no sé nada.
Sólo yo me he quedado
abstraída y lejana,
soñando realidades,
recogiendo distancias.
─Esa antología de poetas modernos de entonces, la de los jóvenes de la generación de 27 y otros, también recoge algunos poemas míos, soy Josefina de la Torre y tengo 27 años cuando aparecemos Ernestina y yo en la segunda antología española de Gerardo, ¡junto con otros veintinueve hombres y nosotras únicamente dos!, porque en la primera, de 1932, no había ninguna mujer. De momento quiero recitaros estos versos de entonces (Recitario 647):
Mi falda de tres volantes
y mi blusa desprendida,
qué bien me adornan andares
y brazos del aire libre.
¡Cómo se ondea mi falda
desde el volante primero,
perseguida curva eléctrica,
hasta la orilla firme!
─Éramos muchas las que escribíamos y también publicábamos, basta con pasarse por la prensa y las revistas de entonces. Sé que habéis consultado algunas de ellas siguiendo el artículo de Ángel Luis Sobrino sobre «Las revistas literarias de la Edad de Plata: recursos digitales para el aula. Propuesta para el diseño de una situación de aprendizaje». Efectivamente, había una gran pasión poética en el aire, casi una fiebre, que cantó también el propio Gerardo y que nos afectaba a todos, chicos y chicas, viejos, mayores y jóvenes. ¿Os acordáis de Versos, el poema que la profe de Lengua nos hizo aprender de memoria, ─¡sí, tú, Sofía, que estás ahí sentada!─y además leyéndolo a partir del facsímil del ejemplar impreso de 1919?, un poema que se publicó en la revista España. Semanario de la vida nacional cuando Gerardo tenía 25 añitos. ¿Lo recitamos a coro, compañeros? ¿Queréis que lo recitemos juntos, querido público? Pues aquí podéis leer el texto original; vamos allá, a la de tres (Recitario 216):

─¡Versos, siempre versos! Bravo por el público valiente. Gerardo es uno de los chicos de la generación del 27 y nosotras las chicas del 27 que íbamos con ellos a todas partes, aparecíamos juntos en las fotos y publicábamos en las mismas imprentas y revistas, y desde que Maruja Mallo y sus acompañantes arrojaron al aire sus sombreros, nosotras íbamos sin él, Las Sinsombrero nos ha llamado Tania Balló en varios libros y documentales. Hasta han hecho exposiciones sobre nosotras, que ya era hora. Observad este cuadrito sacado de la exposición en el teatro Fernán Gómez, de hace un par de años, que muestra algunos poemarios publicados por los autores del 27, ¿veis que también estamos nosotras?

─Por ejemplo, una de ellas soy yo, Margarita Ferreras, y compuse estos versos:
Ni argolla ni dogal
quiero ser en amor.
Prefiero seguir
la lección de la rosa.
Si una mano me hiere
le daré mi aroma.
─Pertenecen a mi poema «Ni argolla ni dogal» ─un dogal es una soga al cuello para sujetar un animal─, de mi poemario Pez en la tierra (Recitario 168), que sirvió para que Pepa Merlo compusiera hace unos años, justo cuando teníais un añito de vida, chicos y chicas, su antología deslumbrante Peces en la tierra. Antología de mujeres poetas en torno a la generación del 27, que reúne nada menos que a veinte de nosotras, y que nos ha servido de guía también para la leyenda de voces femeninas de hoy. ¿Qué tal, estáis disfrutando?
─Josefina Bolinaga para serviros, chicas, y estos versos que os voy a recitar pertenecen a mi poema «El primer beso» (Recitario 269):
¡No me riña, madre!
Que más ya no vuelvo
a dejar besarme
del mocico Usebio.
No te riño, hijica;
no me tengas miedo.
¡Cuánto que me gusta!
¡Cuánto que m’alegro!
Q’a mi m’hayas dicho
eso del Usebio!
¿Os habéis fijado que transcribo el habla como sonaba exactamente? No son incorrecciones, es deliberado. A los puristas les enferma un poco, pero a muchas de nosotras nos encanta el habla tal cual que usa la gente. ¿María, subes tú ahora?
─Aquí estoy, me llamo María Cegarra y soy una poetisa científica, nada menos. Aquí va como botón de muestra uno de los versículos de mis «Poemas de Laboratorio» (Recitario 230):
Hidrocarburos que dais la vida: Sabed, que se puede morir aunque sigáis reaccionando; porque no teneis risa ni aliento, ni mirada, ni voz. Sólo cadenas.
Uy, qué caras estoy viendo. Lucía, sube, vamos a seguir contigo.
─Hola, hola, yo soy la poetisa ultraísta Lucía Sánchez Saornil. ¿Que qué es el ultraísmo? Pues esto que vais a ver y que os recito a la vez, un poema vanguardista de 1921 mitad texto mitad imagen titulado, cómo no, «Libro» (Recitario 226):

¿Os habéis fijado que firmo el poema con nombre masculino, Luciano? Volveremos sobre ello más adelante, pero ya os podéis imaginar que era la manera de publicar. Sube, Concha, vamos a tirarnos al agua un rato.
─Hola, me llamo Concha Méndez y soy muchas cosas, poeta o poetisa, como gustéis, campeona de natación también y precisamente sobre ello escribí esto en mi juventud (Recitario 163):
NADADORA
Mis brazos:
mis remos.
La quilla:
mi cuerpo.
Timón:
mis pensamientos.
(Si fuera sirena
mis cantos,
serían mis versos.)
Algo después amplié mis ocupaciones y me hice impresora, editora diríamos hoy quizás; junto con mi pareja y también poeta Manuel Altolaguirre, tras una experiencia en Londres fundamos una imprenta en la calle Viriato de Madrid y sacamos a la luz obras como El rayo que no cesa de Miguel Hernández o la revista Caballo Verde para la Poesía. No estoy segura, pero es posible que fueran mis manos las que compusieron en la prensa tipográfica manual estos versos del pastor de cabras y grandísimo poeta, que publicamos en 1936, cuando él tenía 24 años (BVPB):
Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.
─Pero, ¿cómo se le pudo ocurrir a ese chaval la genialidad de imaginar un rayo que no cesa y que nace de uno mismo? Eso lo quiero yo también para mí y nadar así entre descargas eléctricas.
─Hola, soy Rosa Chacel , y precisamente me publicaron un Soneto en Caballo Verde que termina así (Recitario 681:
En su escondido sésamo seguro
custodia el grifo de la fantasía
de hirviente manantial el fuego puro.
─Hasta aquí habéis podido disfrutar de un botón de muestra de estos peces en la tierra de los que estamos hablando. Pero somos muchas más y merecemos una consideración diferente a la que se nos ha tenido. Ya lo propone así Ana Fernández-Cebrián en su reciente Las Sinsombrero y un nuevo 27 (2024) en el que reconoce que este grupo de mujeres, como escribe María Teresa León «se habían propuesto 'adelantar el reloj de España'». Ya va siendo hora de reconocerles, de reconocernos, ese esfuerzo. Es más, la autora insiste en ampliar el foco a la expresión Generación de la República e incluir junto a los poetas consagrados a varias escritoras, como las que estamos recitando en esta leyenda.
─Y ahora, para todos ustedes, sube al escenario con su vestido verde de volantes la gran Encarnación López Júlvez, alias La Argentinita, bailaora y cantante mundialmente conocida hace un siglo.
─Saludos, he venido no a cantaros ni a bailar, que esto es una leyenda, sino a recitaros unos pocos versos de dos canciones. Una lleva por título Anda jaleo, y seguro que le habéis oído la expresión a vuestras abuelas cuando sucede algo de improviso y se complican las cosas, '¡anda jaleo!', pero también tiene otro significado, una interjección que transmite energía y entusiasmo en momentos de diversión. Federico García Lorca, mi amigo, que está por ahí, entre vosotros, aunque ahora no lo veo, transcribió y armonizó algunas canciones tradicionales, como esta que digo, y yo las canté mientras él acompañaba al piano, en la Colección de Canciones españolas antiguas. Lo mejor de todo es que se grabaron en discos de pizarra y se publicaron con gran éxito en 1931. Se emitían también por la radio, así que su difusión fue máxima con las tecnologías de la época. Nos interesaban entonces tanto las nuevas tecnologías de los discos grabados con fonógrafo que se escuchaban con el gramófono, como las tradiciones populares ancestrales, esas canciones antiguas que se transmitían oralmente, de voz en voz, y que ahora podían fijarse para siempre, y sus melodías sobrevivir al paso del tiempo o a la frágil memoria humana. Dice así una versión de la canción:
Yo me subí a un pino verde
Por ver si la divisaba
Por ver si la divisaba
(...)
Anda jaleo, jaleo:
Ya se acabó el alboroto
y vamos al tiroteo,
y vamos al tiroteo
─¿Reconocéis la melodía? Pero la que más me gusta es La Tarara, que ahora soy yo, ¿no me veis?, una loca que anda por los campos de aceitunas bailando. Esta pieza procede de una canción de corro de origen sefardí de la que se han hecho innumerables versiones, antiguas y modernas, que parecen iguales, pero no lo son. Algunos versos dicen así:
Lleva mi Tarara
un vestido verde
lleno de volantes
y de cascabeles.
La Tarara, sí;
la Tarara, no;
la Tarara, niña
que la he visto yo
─¿La conocéis, no? Ya lo creo que sí, tiene esta melodía que el corro debe corear cuando termina el solista: «La Tarara, sí; la Tarara, no; la Tarara, niña que la he visto yo». ¡Venga, cantad conmigo!: «La Tarara, sí; la Tarara, no; la Tarara, niña que la he visto yo». Ahora recito unos versos que añadió Antonio Vega no hace tanto, demostración de que la canción sigue navegando por el tiempo, y después tararead conmigo; sí, sí, eso he dicho, tararead conmigo:
Baila la Tarara
con bata de cola,
y si no hay pareja
bailotea sola.
«La Tarara, sí;
la Tarara, no;
la Tarara, niña
que la he visto yo»
─Hablando de la palabra grabada y así perdurable a través del tiempo tenemos que mencionar los discos de pizarra del Archivo de la Palabra que se grabaron también por aquellos años de la Segunda República, que recogen las voces insignes de la época: Azorín, Juan Ramón Jiménez, Pío Baroja, Ramón Menéndez Pidal, Santiago Ramón y Cajal, Miguel de Unamuno, Niceto Alcalá-Zamora, Manuel B. Cossío, Serafín y Joaquín Álvarez Quintero y Ramón del Valle Inclán... Una colección de voces en las que un poco por milagro podemos encontrar dos voces femeninas, ¡dos!, que hoy cualquiera puede escuchar en línea en la Biblioteca Nacional de España y de las que he traído aquí y ahora unos pequeños fragmentos para poder disfrutar en vivo en nuestra leyenda de los timbres y texturas vocales de dos mujeres de la Edad de Plata, mujeres plateadas extraordinarias. Venga, subid, señoras.
─Hola a todos, soy Concha Espina, escritora autora de novelas, he cultivado la poesía, el teatro y el cuento, tengo ya 62 años cuando me ponen delante del fonógrafo, qué emoción, vaya chisme raro, y esta que vais a oír ahora es mi auténtica voz, la de 1932, con la que cuento un poco la génesis de mi novela El metal de los muertos, sobre los mineros de Río Tinto, sí ese río que es rojo y se parece al ambiente marciano, río que, ahora sabemos, aunque lo parece, no está muerto, sino que alberga formas de vida extremas, pero que entonces era ese infierno auténtico que yo intento describir con toda su crudeza. Decía entonces en voz alta:
Yo no puedo olvidar nunca la emoción de Río Tinto, es algo enorme, todo allí es tan grande, tan triste, tan desolado; aquellas cortas, inmensas con escalones de tantos metros, con todo el cáncer, con todo corroído, es un terremoto que parece que sacude allí la tierra, todo tiembla y hasta el suelo parece que solloza, no solamente es el quejido de los hombres el que se oye, es el quejido supremo de la tierra, que parece que también pide libertad.
─A mí me puso de la misma manera Tomás Navarro Tomás, delante del fonógrafo, ese artefacto que podéis ver precisamente en esta imagen.

─Me acuerdo del chisme y de aquel día, cuando estuve grabando para el Archivo de la Palabra. Soy Margarita Xirgu, la actriz y empresaria teatral más famosa de la época, gran amiga de Federico, que escribía papeles pensando en mí y yo le corregía luego con amor, porque me tocaba interpretarlos. Mi voz de entonces, cuando estaba en la cumbre de mi carrera y tenía 44 años, es como sigue, escuchad cómo recito, a la manera solemne y enfática de esos años, unos pocos versos del Romancero gitano.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos.
A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.
Pero me interesa más que oigáis tal cual, 'literal', como decís ahora, algunas ideas que defendía entonces acerca de cómo debería ser el nuevo teatro Español, el Teatro de la República. ¿Qué hacer con la gran tradición dramática española?, un tema candente en esos años de renovación de tantos aspectos de la sociedad y la vida españolas. Y digo así en un fragmento de mis Impresiones personales sobre el Teatro Nacional, escuchad mis argumentos:
Pero podemos y debemos hablar del teatro con tanta razón como quien más tenga; el español, el Nacional, el de la República ha de mantener viva, creo yo, la llama de la tradición genuina de nuestra dramática en lo que esta tradición de tan fuerte contenido popular puede alimentar nuestros ideales de hoy, y suscitar la colaboración de los poetas, de los autores inspiradores de nuestras acciones, de nuestros gestos, de nuestro aliento, en fin, para que el teatro sea verdaderamente nacional los modernos han de mirar a la historia como una realidad viva, y a la realidad cotidiana considerando cada momento de nuestra vida como un alto en el tiempo, como una eternidad.
─Propongo mirar al pasado, pero con los ojos puestos en el presente. ¿No es eso justo lo que estamos haciendo hoy en este momento, en este salón de actos, nosotros y vosotros? Cuando digo 'los modernos' que deben realizar esa tarea me refiero, claro, a autores como Federico García Lorca, que no se cansaba de decir que había encontrado un nuevo público para el teatro: el pueblo, en contraste con la gran tradición de comedia dramática burguesa que reflejaba únicamente las preocupaciones de las clases medias y en las que lo verdaderamente popular ocupaba un lugar marginal. Permitidme que pongamos un ejemplo. Es el caso de la obra Bodas de sangre (Fonoteca 112), en la que incluso protagonicé el personaje de La Novia en una película en 1938 del mismo título, donde, como en otras de sus obras, no solo aparece lo popular, la gente, como decís hoy, sino la mujer y sus renuncias y sacrificios. ¡Menudas mujeres presenta Federico! Os cuento un poco. En esta obra se describe una boda. La Novia y Leonardo, primos carnales, se han sentido atraídos desde niños, pero él se ha casado con otra y ella está a punto de hacerlo con otro. Leonardo va a verla justo antes de la ceremonia de boda y delante de una criada tienen esta estremecedora conversación, que el año pasado grabó como audiolibro la Asociación de Profesores de Español 'Francisco de Quevedo' (APEQ) para el Ministerio de Cultura ─y cuyos miembros están ahí abajo bien atentos─ y que ahora os propongo escuchar aquí mismo. Vamos allá:
LEONARDO.- Después de mi casamiento he pensado noche y día de quién era la culpa, y cada vez que pienso sale una culpa nueva que se come a la otra; ¡pero siempre hay culpa!
NOVIA.- Un hombre con su caballo sabe mucho y puede mucho para poder estrujar a una muchacha metida en un desierto. Pero yo tengo orgullo. Por eso me caso. Y me encerraré con mi marido, a quien tengo que querer por encima de todo.
LEONARDO.- El orgullo no te servirá de nada. (Se acerca.)
NOVIA.- ¡No te acerques!
LEONARDO.- Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¡Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque!
NOVIA.- (Temblando.) No puedo oírte. No puedo oír tu voz. Es como si me bebiera una botella de anís y me durmiera en una colcha de rosas. Y me arrastra, y sé que me ahogo, pero voy detrás.
CRIADA.- (Cogiendo a LEONARDO por las solapas.) ¡Debes irte ahora mismo!
LEONARDO.- Es la última vez que voy a hablar con ella. No temas nada.
NOVIA.- Y sé que estoy loca y sé que tengo el pecho podrido de aguantar, y aquí estoy quieta por oírlo, por verlo menear los brazos.
LEONARDO.- No me quedo tranquilo si no te digo estas cosas. Yo me casé. Cásate tú ahora.
─¿Cómo os quedáis? ¿Queréis saber cómo sigue? Pues que huyen juntos, perdonad que os destripe un poco la historia, pero ojo, que ese no es el final. Con las mujeres plateadas nunca se sabe.
─Hola, me llamo Elizabeth Mulder y soy otra de esas mujeres; en mi caso he sido novelista, traductora, poeta, ensayista, periodista, crítica literaria, hablo perfectamente seis idiomas y he traducido a grandes escritores internacionales. Y sí, también yo me he ocupado de los amores contrariados, de los amores imposibles. Escuchad primero estos versos de mi poema «Roja, toda roja», que publiqué cuando tenía 25 años (Recitario 100):
Roja, toda roja vi siempre la vida;
como una inmensa hoguera
donde quemaba bien
mi pobre corazón, rojo también.
─Este poema mío lo canta al piano Sheila Blanco (2020) y se ha ido convirtiendo en un símbolo de lo que os voy a contar. Por mi generación soy una de las Sinsombrero, pero comparto con otras mujeres plateadas otra cosa más, un dolor, porque entonces, a diferencia de ahora, no podía ser una alegría: a mí me gustaban las chicas y esa orientación la dejaba fluir en mis poemas. Lesbiana, homosexual, sáfica, mujer, esposa son términos que se quedan cortos para definirme, porque yo, como los que estáis escuchando, soy más que unos pocos términos que pretenden encasillarme sin éxito. El poema termina así:
¿qué había de ser yo,
alma furtiva
y temeraria,
qué habría de ser yo
sino una llama viva?
─Ahora son otros tiempos, pero si queréis entender y disfrutar los míos, deberéis hacer el esfuerzo de imaginar una descripción del mundo en dos tonos, blanco y negro, como la de las televisiones antiguas de los bisabuelos, sin la paleta de colores del arcoíris que usáis ahora y simboliza la enorme variedad que presentan tanto la naturaleza como la sociedad en cuanto a sexos, géneros y orientaciones, un mundo mucho más libre. A mí, como a otros creadores y creadoras de mi generación, me influyó mucho ese sentimiento interior de que no me ajustaba a los patrones generalmente aceptados, yo me sentía diferente y quería expresarme y expresarlo y encontrar mi lugar en el mundo, en un mundo menos rígido que el que me tocó vivir. Pero, ¿no es eso lo que buscamos todos, un lugar donde vivir a gusto y sentirnos identificados? Un lugar donde poder expresarnos como somos, y que nuestra voz pueda decirse y también ser escuchada, como estamos haciendo ahora.
─Hola, soy Carmen Conde y he sido la primera mujer, nada menos que en 1979, un poco tarde la verdad, en ingresar en la Real Academia Española, ¡fundada 263 años antes! Mi identidad de género, como se dice más correctamente ahora, también se aparta de lo habitual y de las clasificaciones binarias. También he sufrido por ello, pero tengo que reconocer algo; la represión posee un reverso luminoso inesperado: estimula la creación, porque recarga de emociones tan intensas la existencia, que el cerebro se vuelve más creativo buscando imágenes, metáforas, sustantivos, adjetivos, verbos que puedan dar cuenta de ellas... La de poetas, poetisas y 'poetisos' que han ─hemos─ escrito impulsados por esas corrientes emocionales, algunos con resultados magníficos, como los de tantas figuras de la Generación del 27. Elvira, sube, ven, te toca.
─Saludos a todos. A ver, ¿a ti, por ejemplo, te gustan los chicos, las chicas, los dos o ninguno, o vas cambiando? A mí me gustan todos y todas y todes, porque me encanta la compañía, me encanta el cariño, me encanta la pasión, me encanta la convivencia, me encanta la conversación, la amistad, los viajes, los dulces, las buenas películas, los buenos chistes, no como este, que me está quedando regular, pero vamos a intentar remontar. Soy Elvira Sastre, escritora que acabo de entrar en la treintena, nací en 1992, y que, por tanto, os pienso acompañar creando literatura durante el resto de vuestra vida, y la mía, claro. Me han invitado a este acto de fin de curso y estoy disfrutando lo indecible escuchando esta leyenda de voces femeninas, a la que quiero aportar dos cosas. Primero, que soy una poeta lesbiana, ya que en ese calificativo me reconozco públicamente, y segundo, que lo que más me gusta del mundo es escribir, como este fragmento de tres años atrás, perteneciente a mi libro Madrid me mata. Diario de mi despertar en una gran ciudad, que se puede titular «Un acto de bondad» (Recitario 64:
Me he dado cuenta de dos cosas.
La primera es que es muy fácil hacer las cosas mal, pero tremendamente complicado hacerlas bien. A la maldad se le perdona todo. A la bondad, en cambio, no solo se le exige bondad: se le exige perfección. Por eso hay que proteger la bondad y rechazar la maldad.
La segunda es que es difícil, si no complicado, saber siempre lo que uno quiere y estar de acuerdo en todo con algo o alguien cuando ni siquiera lo estamos con nosotros mismos. Sin embargo, es sencillo saber lo que no queremos, lo que no nos gusta, lo que no aceptamos.
Con esas dos premisas voy a acercarme al colegio de mi barrio, donde me toca esta primera vez, a colocar mi papeleta donde debe estar. Haga frío, sol o caigan piedras del cielo. Porque es mi derecho, es mi poder, es un acto de bondad, de rechazo y de defensa.
─¿Sabéis a qué papeleta me refiero? A la de la primera vez que fui a votar, a los 18 años. Vosotros de momento no podéis hacerlo, yo sí he podido porque soy mayor de edad y vivo en una democracia que respeta el sufragio universal, masculino y femenino. ¿Y vuestros padres, han podido ejercer la libertad de ir a votar? ¿Y los abuelos y abuelas? ¿Y los bisabuelos y bisabuelas, desde cuándo? Yo os lo digo: fue en el Referéndum de aprobación de la Constitución de 1978, vigente hoy, cuando se pudo votar a esa edad por primera vez y que recoge en su artículo 12 ese precepto precisamente. Y fue en 1977, ¡solo un año antes! cuando las bisabuelas y tatarabuelas vivas mayores de 21 años pudieron votar como mujeres en las elecciones constituyentes, que más adelante consagraron de nuevo el sufragio universal que la dictadura franquista había hecho desaparecer. Solo las más mayores recordarían entonces las dos veces en que pudieron practicar el voto, mucho tiempo antes, en las elecciones generales de 1933 y 1936, durante la Segunda República. Luego pasaron 41 años de silencio de urnas democráticas. No podemos olvidar esto nunca, la importancia de mantener el acto de bondad de contar con la gente para su gobierno. Venga, Clara Campoamor, sube y cuéntanos cómo fue eso de lograr por fin el voto de la mujer, menudo discurso hiciste en el Congreso, durante las Cortes Constituyentes de 1931, si hasta convenciste a la propia oposición a la medida.
─Así, es, y estoy muy satisfecha de aquello (Recitario 117), aunque sus efectos durarían poco en aquel entonces, apenas unos años, pero hoy día nos reconocemos en ese esfuerzo. Mi argumento a favor intentaba rebatir otro en contra; esto fue lo que dije a los señores diputados de entonces:
─Por si pensáis que este debate sobre si es necesario estar preparado para poder ejercer el voto es agua pasada os voy a poner sobre la mesa un debate, otro, que está al caer, que ya existe en el Reino Unido y otros países, y algunos proponen ya discutir esa opción en España: ¿se puede o debe adelantar la edad de voto a los 16 años? Por favor, levantad la mano los que ya tenéis esa edad o la vais a cumplir a lo largo de este año. ¡Cuántos, casi todos, todas y todes! No voy a preguntaros vuestra opinión sobre el adelantamiento de la edad del sufragio universal, las encuestas muestran claramente una oposición mayoritaria a la medida. ¡Anda, lo mismo que en 1931 respecto al voto de la mujer! ¡Ahí queda eso!
─Hola a todos, me llamo Josefina Carabias y soy una joven periodista que en el mismo año en que se inaugura la primera Facultad de la Ciudad Universitaria de Madrid, 1933, que se está haciendo febrilmente en paralelo a la de París, publiqué un fenomenal artículo ilustrado titulado «Las mil estudiantes de la Universidad de Madrid. Entrevista con María de Maeztu» (Recitario 213). Lo traigo a colación porque me basta miraros para saber que algunos de vosotros el año que viene queréis dejar los estudios y comenzar ya a trabajar, que la ley lo permite, y ganar dinerito para el bolsillo; otros habéis escogido la Formación Profesional, más cercana al mundo del trabajo, y otros queréis cursar los dos años de Bachillerato y luego ir a la Universidad, y dejar el mundo del trabajo para más adelante. No levantéis la mano, que de todo hay en la viña del Señor. Pero lo que más me interesa es el género. No creo que en vuestros días haya gran diferencia en las elecciones tomando ese criterio, pero hace un siglo todo era muy diferente, aunque precisamente en ese tiempo todo estaba cambiando rápidamente porque las mujeres estaban comenzando a llegar a la Universidad. Mirad estas fotos de mi artículo. Pensad en que algunas chavalas podrían ser parientes vuestras: las tatarabuelas. Qué aplicadas, qué arrojadas, qué valientes. ¡Y sin sombreros! Y escribo esto sobre el aumento de las estudiantes:

En el curso 1927-28 casi llegan a mil. Y a partir del año 27, la cifra se mantiene casi constantemente hasta ahora. Ha sido, pues, en un espacio de nueve años, cuando las mujeres han invadido la Universidad, al mismo tiempo que invadían las tiendas, las oficinas, los despachos... ¿Fue esto consecuencia de la Guerra? ¿Fue consecuencia de la Revolución rusa? ¿Se trata de un fenómeno pasajero? ¿Es, por el contrario, algo definitivo?
─En vuestros días, un siglo después, hay tantas mujeres como hombres en la Universidad, aunque el rendimiento de ellas es un poco mejor que el de ellos, según las estadísticas oficiales. Sí, sí, no sonriáis pícaramente, que os veo. Así que fue un fenómeno que se consolidó y se quedó, entre otras razones por la labor de mujeres como la señora que veis en la foto, la filóloga y profesora María Goyri, la primera mujer en cursar estudios universitarios de Filosofía y Letras en Madrid en 1893, que hoy da nombre al Programa María Goyri que permite dotar varios miles de plazas de profesores ayudantes doctores en las universidades públicas españolas, algunas de ellas quizá sean para algunos o algunas de vosotros en el futuro. Discípula suya fue la gran pedagoga María de Maeztu, fundadora y directora de la Residencia de Señoritas, donde vivían las estudiantes universitarias que venían de fuera. ¿Estás por ahí, María? ¿No? Pues en la entrevista me dijo lo siguiente, os lo leo:
Pero a la Residencia se puede venir a pasar un rato agradable en cualquier época del año menos ahora. El mes de junio es trágico para las simpáticas habitantes de esta casa. Todas están pálidas, nerviosas, apesadumbradas y se refugian en la biblioteca o en los más absurdos rincones de la casa, agarradas fuertemente a unos enormes libros de texto. No quieren hablar, ni reír, ni siquiera retratarse para no perder un momento.
─Es que me examino mañana, sabe.
─Y yo esta tarde, de dos.
─ Y yo voy ahora mismo.
─¡Y con Negrín! ¿Se hace usted cargo?
─Menos mal que nosotras ya hemos acabado felizmente todos los exámenes y por eso estamos aquí, de 'juerga' en esta leyenda, que hemos estudiado lo suficiente y aún más allá. Soy Jimena Menéndez Pidal y Goyri, sí, hija de María, maestra y pedagoga, y hacia 1927 cuando los chicos escribían sus fantásticos poemas nuevos y se reunían para conmemorar a Góngora y el Siglo de Oro, yo miraba hacia los lados y hacia atrás y buscaba los poemas viejos del romancero, los poemas del pueblo, y pude confirmar que en una era donde no existía Internet había recitadores de versos de autores anónimos que mantenían vivas algunas historias muy antiguas, que pasaban de boca en boca, que tenían siglos y que se podían documentar en todo el mar Mediterráneo, como la del Conde Niño que estudié en un artículo donde escribí aquel año famoso de 1927 lo siguiente (Recitario 248):
¿Que no sabéis cómo es? Pues os voy a recitar una versión reciente que se titula Romance del Conde Olinos: recordad que los versos son de ocho sílabas, con rima asonante en los pares.
Madrugaba el Conde Olinos,
mañanita de San Juan,
a dar agua a su caballo
a las orillas del mar.
Mientras el caballo bebe
canta un hermoso cantar,
las aves que iban volando,
se paraban a escuchar.
«Bebe, mi caballo, bebe,
Dios te me libre del mal,
de los vientos de la tierra
y de las furias del mar».
La reina, desde la torre,
escuchaba este cantar;
«Mira hija cómo canta
la sirena del mar».
«No es la sirenita, madre,
que esa tiene otro cantar;
es la voz del Conde Olinos,
que por mí penando está».
«Si es la voz del conde Olinos
yo le mandaré matar;
que para casar contigo
le falta la sangre real».
«No le mande matar, madre,
no le mande usted matar;
que si mata al Conde Olinos
a mí la muerte me da».
Guardias mandaba la reina
al Conde Olinos buscar;
que le maten a lanzadas
y echen su cuerpo a la mar.
La infantina, con gran pena,
no cesaba de llorar.
El murió a la media noche
y ella a los gallos cantar.
─No os pongáis tristes, que la historia continúa y en muchas versiones tiene final feliz, pero ese momento intenso de «a los gallos cantar», cuando ella muere de pena al amanecer, es inolvidable. Otra vez aparecen los amores imposibles y el dolor consiguiente, pero los autores anónimos del romancero en otras versiones se dejan llevar por la emoción, recogen el reto del verso con rima, continúan la historia y transforman los cuerpos de los amantes en aves:
della naciera una garza,
dél un fuerte gavilán
juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan a la par.
─No penséis que ese mundo es tan lejano que no nos alcanza. ¿Reconocéis estos versos?
Quisiera que te sientas como yo me siento
Quisiera ser como tú, sin sentimientos
Quisiera sacarte de mis pensamientos
Quisiera cambiarle el final al cuento
─Ja, ja, ya veo que sí. La de memes que se habrán hecho con ellos, dando la vuelta al mundo en mensajes de chat o por las redes sociales, compartiendo una foto de atardecer en la playa con alguna de estas rimas de Bad Bunny y enviándola a su ser querido como amante despechado o despechada, tras una relación que salió mal. ¿Cuántos textos o imágenes los hacemos nuestros y los reenviamos tal cual o ligeramente modificados, herederos de esa literatura oral ignorada oficialmente que los filólogos de la Edad de Plata redescubrieron como patrimonio popular y pusieron en el centro de su interés hace un siglo? Y no solo los estudiosos que estudian la lengua sino los escritores que la crean, los poetas, los novelistas, los periodistas, los autores teatrales, los intérpretes, como hemos ido comprobando a lo largo de esta leyenda.
─Justo en aquellos años los chicos de diferentes generaciones vivían febrilmente el debate sobre una poesía sin pureza (Recitario 304), que enfrentó a Pablo Neruda y Juan Ramón Jiménez, cada uno con sus partidarios y a la que asistimos asombrados entonces y hoy risueños, porque ahora sabemos que de todo cabe en el cesto poético, que puede y debe ser para todos los públicos, sobre todo en unos tiempos difíciles como los de ahora, aunque también debemos tener en cuenta la inmensa minoría que disfruta de sus manjares más exquisitos. Todo cabe. Todos cabemos. Esto escribe Neruda:

─Nosotras, voces femeninas, participábamos a lo lejos de esos debates, pero también íbamos a lo nuestro, éramos muy jóvenes, como pronto lo seréis vosotras, al alcanzar la mayoría de edad. Soy la pintora Ángeles Santos y tengo justo 18 años cuando pinté el lienzo de dos metros titulado Tertulia (1929) que podéis ver proyectado detrás de mí y ahora se puede contemplar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Somos cuatro chicas lectoras charlando, con nuestras poses descuidadas y cortes de pelo rompedores. Si fuera hoy solo nos faltarían los móviles. Me mondo. Éramos las modernas, las que nos íbamos a comer el mundo por fin, lo que Concepción Arenal venía llamando La mujer del porvenir (REA08). ¿Doña Concha, puede subir un momento e ilustrarnos sobre esto?
─Os agradezco la gentileza, pero en vuestro tiempo de modernas, hace ya varias décadas que estoy en el otro mundo, porque pasé a mejor vida antes de que llegara el siglo XX, pero sé que mis reflexiones han servido de guía a muchas mujeres plateadas, como esta que incluí en una de mis conferencias dominicales para la educación de la mujer, celebradas en el Paraninfo de la Universidad de Madrid, en 1869, ¡Cuando se podía hablar, pero no estudiar allí todavía!
La mujer, que debía ser un grande auxiliar del progreso, se convierte a veces en un gran obstáculo por falta de educación intelectual.
─Y ahora os veo ahí sentadas, escuchando atentamente toda esta leyenda y es fácil adivinar que tenéis grandes planes para el futuro, algo borrosos, sí, pero luminosos sin duda, en los que la educación juega un papel esencial. Cuánto ha cambiado el mundo, que ya nadie discute ese derecho, que la Constitución de 1978 vigente ─como hacía la de 1931─ consagra en su artículo 14, quizá el más hermoso de todos, que expone el principio de igualdad en estos términos:
Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
─Pastora Marcela, que como tantos de nuestros asistentes de hoy no eres todavía mayor de edad, sube de nuevo y cuéntanos algo de las voces cervantinas, las que nos han ayudado a llegar hoy hasta aquí, hasta esta leyenda de voces plateadas.
─Pues os digo en voz alta que hay muchísimas voces en el Quijote, unas altas, otras bajas, que está lleno a rebosar de conversaciones no siempre sosegadas entre los más diversos interlocutores, la vida misma dialogada, en la que unos hablan y otros escuchan, intercambiando los papeles todo el rato. Escribe así Cervantes, por ejemplo:
─La democracia, el gran regalo de la Edad de Plata, es el respeto a las otras voces, la escucha activa, el tratarnos en voz alta y no solo en la voz baja o silenciosa de los susurros o de los mensajes de texto o de audio, que tanto apaño nos hacen hoy día, pero que no pueden sustituir a la gran conversación en vivo y en directo. Qué mala puede ser la soledad si se combina con el silencio propio no deseado. Nos enseña Cervantes que a veces hay que hablar a voces (I, XLV), tronando:
Don Quijote (...) dijo con voz que atronaba la venta:
—¡Ténganse todos, todos envainen, todos se sosieguen, óiganme todos, si todos quieren quedar con vida!
A cuya gran voz todos se pararon, y él prosiguió, diciendo:
—¿No os dije yo, señores, que este castillo era encantado, y que alguna región de demonios debe de habitar en él?
─Margarita, ¿puedes subir de nuevo que vamos ahora a añadir algo más sobre las voces lorquianas?
─Hola de nuevo. ¿Sabéis algo?, que no solo vosotros, también nosotras las personas mayores nos despistamos a veces y llegamos tarde o no llegamos a los sitios; eso mismo le ocurrió a García Lorca, que se quedó dormido y no se pudo grabar su voz en el Archivo de la Palabra; así que sucede que no podemos escuchar la voz de Federico, como hemos hecho con la mía o la de Concha, se ha perdido, y si se encontrara sería una noticia de presidiría los titulares de toda la prensa mundial. Sin embargo, un amigo suyo, Gerardo Diego, años después habló de ello en su poema «La voz de Federico» (Recitario 282), y con sus palabras, de las que enseguida voy a recitar un fragmento, podemos hacernos una idea de cómo era. Su voz, como su cuerpo, que sigue desaparecido y no sabemos todavía dónde está, la necesitamos para beber la vida que vivimos. Dice así un fragmento del poema:
Pero es su voz, su voz la que me llega,
la que en mi oído vive,
su voz como encuevada, suavemente ronca,
de un tono pardo único,
y su recitación ─música y gesto─
y sus ondeadas, íntimas carcajadas
─ejé, ejé, ejé─ celebrando sus anécdotas,
verdades milagrosas de lo increíble.
El día en que se invente, si se llega a inventar
la poesía de palabra-ruido,
la música concreta del idioma,
podremos remedar su voz y su metal oscuro.
─Qué emocionante es ese recuerdo y el ansia del amigo por conservar la memoria sonora y gestual, y es curioso el envite que hace a la tecnología del futuro sobre si será capaz de recrear la voz desaparecida. Todavía, a pesar de nuestros avances, no podemos hacerlo, no sabemos otra cosa que imaginar su timbre y su risa contagiosa. Ahora, en nuestro presente, grabar y reproducir la voz es el pan de cada día, cualquiera puede hacerlo de forma muy digna, incluso coleccionar voces distintas leyendo textos diversos, como se hace en el Recitario APE Quevedo, el proyecto didáctico que nos ha servido de inspiración y manantial creativo para preparar esta experiencia de leyenda. Allí hemos escuchado muchas recitaciones orales en voz alta y también hemos podido leer los textos con los ojos, para poder practicar, seleccionar lo que nos interesaba y ofrecerles nuestra propia voz, como estamos haciendo ahora en esta leyenda. Algunas estamos recitando de memoria, otras se han traído las pantallas y usan el móvil o la tableta como apoyo a la memoria, otras se sirven de hojas sueltas o cuadernos o leen con los propios libros impresos, si tienen la suerte de disponer de ellos. ¿Colombine, Carmen de Burgos, puedes subir de nuevo y nos cuentas algo sobre otras voces recuperadas de la Edad de Plata?
─Con mucho gusto: os voy a poner un fragmento de dos minutos de la primera película sonora española que se conserva, recientemente restaurada, muchísimos años desaparecida, que se titula El misterio de la Puerta del Sol, dirigida por Francisco Elías en 1930. La película combina escenas mudas y sonoras, también carteles de texto explicativos, y este es su comienzo donde aparecen los talleres de imprenta en que trabajan los protagonistas, dos personajes de cuidado.
─'¡Oiga, pollo, pa dormir te vas pal Ateneo!' le dice el jefe del taller al 'algo linotipista' Pompello Pimpollo, el protagonista soñador que se queda dormido en la imprenta del periódico, ¡con el ruido que hay!, donde los mecanógrafos que usan la linotipia ─¡menudos teclados!─ elaboran las planchas de las páginas que luego se imprimen en la rotativa, y crean los miles de ejemplares de papel que se distribuyen cada día al público en las calles y quioscos. La película está filmada en diciembre de 1929 en al diario El Heraldo de Madrid, el segundo con mayor tirada de España, que llegaría a tirar 500.000 ejemplares durante la República. Yo publiqué muchos artículos en ese medio de comunicación. Una vez incluso organicé un plebiscito, una encuesta sobre el voto de la mujer en la que se preguntaba a diversas personalidades al respecto; era todavía 1906 y el balance final fue el siguiente (Recitario 432):
Los 4.962 votos se clasifican como sigue:
¿Debe concederse el voto a la mujer? No, 3.640. Sí, 922.
¿Debe ser extensivo a todas el sufragio? No, 815. Sí, 107.
¿Pueden ser elegibles? No, 68. Sí, 89.
Queda moralmente derrotado el sufragio femenino. ¡Verdad es que la inmensa mayoría de los electores han sido hombres!
Colombine
─Es para mondarse ─como decís los mayores─, la ceguera y cerrazón que había en este tema, pero yo viví para ver aprobado el voto constitucional de la mujer, aunque no su funcionamiento, pues me moría justo el año anterior. Pero me dio tiempo a escribir y publicar muchos artículos que me permitieron mejorar la bohemia en la que vivía, sí, la bohemia, los bohemios de hace un siglo, que intentábamos encontrar un lugar en la vida escribiendo y creando, siendo rebeldes y a veces acomodaticios y chanchulleros, como retrata don Ramón en Luces de bohemia. También había mujeres, como yo, que querían abrirse paso y conseguir un nombre literario. Yo comencé con las traducciones y di el salto a escribir artículos que se pagaban mal y uno por uno, nada de sueldos fijos, y que escribía en la máquina mecanográfica y que te podían publicar y pagar... o no. Las linotipias aumentaron la capacidad técnica de componer páginas y abarataron su coste, el incremento del nivel educativo y el retroceso del analfabetismo hicieron ganar público a los periódicos, que aumentaron sus tiradas y su influencia, más allá de los poderes tradicionales, lo que produjo cambios de mentalidad que, por ejemplo, llevaron a la aprobación del voto de la mujer. Ea. Mis artículos y mis novelas, como os he contado a lo largo de esta leyenda, contribuyeron a los cambios. Y no fui la única, algunas de las poetas y poetisas que hoy han hablado aquí publicaban sus poemas en la prensa, donde la gente los leía en ese ambiente febril de Versos, versos y más versos que caracteriza a la época plateada. Los periódicos, cada vez más baratos para el público y lucrativos para los creadores eran las redes sociales de la época, en cuanto a mecanismos de difusión de nuestras obras de pequeño tamaño, aunque os podéis imaginar que en otros aspectos eran muy diferentes: papeles en lugar de pantallas. ¿Queréis conocer a otra gran escritora de artículos de periódicos y muchas cosas más? Sube, María de la O, sube al escenario.
─Hola a todos, soy María de la O Lejárraga, o María Martínez Sierra, o, durante mucho tiempo, Gregorio Martínez Sierra, porque así firmé, por ejemplo, con el nombre de mi marido, mis artículos publicados entre 1915 y 1916 en el dominical Blanco y Negro, en la sección «La mujer moderna», titulados «Cartas a las mujeres de España» y luego reunidos en un libro. Y seguí haciéndolo, aunque poco después nos separamos, pero no entonces existía el divorcio, y mantener las apariencias de que era él, un hombre, empresario teatral de éxito, el único autor era una manera fácil de sostener una actividad profesional creativa en artículos, novelas y obras de teatro, todos de gran resonancia, incluso de guiones cinematográficos y películas que se rodaron sobre ellos. Pero algunos lo sabían, el secreto, claro. Por ejemplo, el músico Manuel de Falla, amigo y confidente mío, para quien compuse el libreto del ballet El amor brujo: gitanería en un acto y dos cuadros, donde se encuentra la Canción del Fuego fatuo, en la que transcribí el habla popular andaluza y volqué, también, mis propias preocupaciones, ahora lo puedo confesar en voz alta (Recitario 258, REA08.2.3.3.3):
[Suspirando] ¡Ah!
Lo mismo gue er fuego fatuo,
lo mismito es er queré.
Le huyes y te persigue,
le yamas y echa a corré.
¡Lo mismo que er fuego fatuo,
lo mismito es er guerél
Nace en las noches de agosto
cuando aprieta la calor.
Va corriendo por los campos
en busca de un corazón ...
¡Lo mismo que er fuego fatuo,
lo mismito es el amor!
─¡Er queré! El humor, como dijo el otro, es más fuerte que el odio y también corre que se las pela. Ahora quiero pedir que suba a contarnos sus historias nuestra invitada de honor, la gran escritora de nuestro tiempo Irene Vallejo, autora universal y madre de un chaval que, quién sabe, a lo mejor en el futuro pasa por estas aulas u otras parecidas y le cuentan esta leyenda.
─Saludos a todos, padres, profesores, alumnos y alumnas, amigos todos. Cuánto estoy disfrutando de esta leyenda y cuánto contento me da escuchar el repertorio de voces femeninas del tiempo de las abuelas de nuestras abuelas. Y yo os quiero hablar de dos cosas: una, mi razón de ser como escritora, que conté en una entrevista hace poco (Fonoteca 65). «Yo también tengo mi pequeña historia, un recuerdo de un momento terrible en el que los libros me ayudaron a salir adelante. Cuando yo estaba en el colegio, sufrí esa experiencia, el acoso, y la recuerdo, la recuerdo con absoluta claridad (...) Y, a pesar de todo, lo que recuerdo, por encima de todo, es el dolor de aquella ley del silencio. (...) Pasados los años, comprendí el profundo error de haber aceptado esa ley del silencio. Y yo creo que haber sido escritora ha sido, precisamente, una tardía rebelión contra ese silencio. Porque si he aprendido algo es que aquello que nos dicen que no debemos contar es, precisamente, lo que hace falta decir (...) Y creo que es muy importante, también, cómo la escritura nos ayuda a expresarnos y cómo la creatividad tiene la enorme energía de liberar la pena y de ayudarnos a encontrar los caminos por los que buscar el consuelo». Tal y como hicieron tantos creadores de nuestra Edad de Plata y que aquí ha quedado demostrado. «Y yo, como escritora, ahora, busco siempre esos espacios de silencio, dar voz a quien no la tiene o a quien no se atreve a hablar».
─¡No a la ley del silencio! Ahora y siempre. Irene, tú has viajado por todo el mundo difundiendo tu ensayo sobre la historia de los libros y la lectura, El infinito en un junco, y estás en contacto con todo tipo de públicos y de todas las generaciones. Escribes habitualmente en los periódicos, siguiendo la tradición plateada de la que acabamos de tratar y hablas de temas fascinantes, que parecían olvidados y que, sin embargo, son de una actualidad absoluta. Tu mirada siempre es lúcida y constructiva, nos haces pensar y disfrutar de la historia de las palabras. Hoy nos acompañas en este Instituto público y nos ayudas a despedir a esta generación de estudiantes que se lanzan a la vida.

─Gracias por invitarme, es muy emocionante leer escuchando. Tengo todavía otra cosa que decir y en este caso os lo voy a leer con este ejemplar impreso del Junco, con los gestos de sostener el volumen de papel con una mano y pasar las páginas con los dedos de la otra, unos movimientos de lectura que ahora conviven con otros nuevos, más recientes, los de deslizar los dedos por la pantalla. Lo importante es leer y leer, vivir otras vidas además de la nuestra, salir del patio del colegio a descubrir el mundo. Lo que os voy a leer en voz alta, como sucede en el Quijote, también lo estáis leyendo vosotros y vosotras ahí sentados, si escucháis con atención (Recitario 315). Pertenece al capítulo 44 de la segunda parte de mi ensayo y lo podemos titular «Las mujeres han contado historias».
─Adelante, Irene, léenos, nosotros escuchamos con atención plena.
─Leo entonces.
Y, sin embargo, desde tiempos remotos las mujeres han contado historias, han cantado romances y enhebrado versos al amor de la hoguera. Cuando era niña, mi madre desplegó ante mí el universo de las historias susurradas, y no por casualidad. A lo largo de los tiempos, han sido sobre todo las mujeres las encargadas de desovillar en la noche la memoria de los cuentos. Han sido las tejedoras de relatos y retales. Durante siglos han devanado historias al mismo tiempo que hacían girar la rueca o manejaban la lanzadera del telar. Ellas fueron las primeras en plasmar el universo como malla y como redes. Anudaban sus alegrías, ilusiones, angustias, terrores y creencias más íntimas. Teñían de colores la monotonía. Entrelazaban verbos, lana, adjetivos y seda. Por eso textos y tejidos comparten tantas palabras: la trama del relato, el nudo del argumento, el hilo de una historia, el desenlace de la narración; devanarse los sesos, bordar un discurso, hilar fino, urdir una intriga. Por eso los viejos mitos nos hablan de la tela de Penélope, de las túnicas de Nausícaa, de los bordados de Aracne, del hilo de Ariadna, de la hebra de la vida que hilaban las moiras, del lienzo de los destinos que cosían las moiras, del tapiz mágico de Sherezade.
Ahora mi madre y yo susurramos las historias de la noche en los oídos de mi hijo. Aunque ya no soy aquella niña, escribo para que no se acaben los cuentos. Escribo porque no sé coser, ni hacer punto; nunca aprendí a bordar, pero me fascina la delicada urdimbre de las palabras. Cuento mis fantasías ovilladas con sueños y recuerdos. Me siento heredera de esas mujeres que desde siempre han tejido y destejido historias. Escribo para que no se rompa el viejo hilo de voz.
─¡Yo soy la lana!
─!Y yo el telar!
─¡Y yo el hilo!
─¡Y yo el ovillo!
─¡Y yo el tapiz!
─Venga, subid al escenario todas las voces que habéis participado, adolescentes plateadas, que nos vamos a despedir. Sube también, Sofía, nuestra profesora de Lengua y Literatura; sube, Miguel, nuestro profesor de Historia y Arte, que os merecéis un aplauso porque nos habéis animado a narrar esta leyenda, que ahora toca a su fin, ya que, como todos los cuentos, tiene la leyenda un final, que unas veces es cerrado y otras veces abierto, como este. '¡Sube al autobús del festival, sube al autobús de la leyenda, y deja la vergüenza en la parada!' nos decíais para animarnos. Y lo habéis y lo hemos conseguido, hemos llegado intactos y entusiasmados al final. Adiós a todos y gracias de nuevo, Irene.
─Un momento, un momento: ¡que nos falta tararear! Venga, empiezo yo y responded los demás:
Tiene mi Tarara
una Edad de Plata
con leyenda de voces
que canta, baila y habla.
La Tarara, sí;
la Tarara, no;
la Tarara, niña
que la he visto yo.
Tiene mi Tarara
la fiebre de los versos
para los conversos,
para los hombres justos,
y para los inversos,
versos, versos, más versos.
La Tarara, sí;
la Tarara, no;
la Tarara, niña
que la he visto yo.
─¡Recitantes y oyentes, hasta siempre!
TELÓN

Debemos al lector alguna explicación tecnológica sobre el cómo y el para qué hemos elaborado este ensayo, y sus antecedentes.
En los artículos metodológicos que preceden a este se explican las técnicas de grabación de audios literarios e históricos, los requisitos de recitantes y oyentes y se describen los charcos que acechan al animoso locutor o creador, a la vez que se muestran con ejemplos prácticos algunas posibilidades didácticas que se abren en el uso de estos recursos sonoros y multimodales.
Llevamos cuatro años formando un corpus de lecturas orales humanas para escuchar con los oídos o leer con los ojos, y viceversa. Recitario APE Quevedo se ha convertido en un recurso educativo abierto de primer orden y algunos autores estamos explorando formas de reutilizar sus materiales, por ejemplo diseñando artículos que presenten situaciones de aprendizaje, como en este que nos ocupa, en el que se fabula con un acto de fin de curso con forma de leyenda, o en otro en el que una semana cultural sobre la Edad de Plata se completa con la visita a diversos lugares de Madrid relacionados estrechamente con ellos. Los recitados breves se han convertido en audiolibros de obras completas en nuestros trabajos de 2023 y 2024 para la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico, que incluyeron también los 20 Recursos educativos abiertos que reutilizan tanto las obras de Recitario como los audiolibros. Esta misma revista digital, Letra 15, incluye recitados y fragmentos sonoros de forma sistemática ─singularmente en las antologías sonoras de los autores de portada o en Carpe Verba─, donde se puede escuchar la voz de los propios autores o la interpretación sonora de los textos que realizan con mimo los recitantes. Un nuevo reto es la elaboración de recitarios escolares, como el que se propone en este artículo.
La técnica de grabar audios, editarlos y publicarlos está hoy al alcance de cualquiera, y su interés docente y capacidad de dar contento al oyente y al recitante están fuera de duda. Habrá que animarse y probar.
FERNÁNDEZ DELGADO, Javier (2025). «Leyenda de voces femeninas de la Edad de Plata: una propuesta de recitario escolar». Letra 15. Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo». Año XII. N.º 15. ISSN 2341-1643 [URI: https://letra15.es/L15-15/L15-15-41-Javier.Fernandez.Delgado-LeyendadevocesfemeninasdelaEdaddePlata.html]
Recibido: 3 de agosto de 2025.
Aceptado: 30 de agosto de 2025.
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