Selección a cargo de
Jesús Diéguez García
y
Azucena Pérez Tolón
María de la O Lejárraga García (1874-1974), conocida también como María Martínez Sierra, seudónimo que adoptó a partir de los apellidos de su marido, Gregorio Martínez Sierra, es una de las figuras más relevantes de su tiempo. Maestra, novelista, dramaturga, libretista, articulista, editora, traductora y diputada fue además una de las representantes más destacadas del feminismo español. Mujer de gran cultura, dominaba varios idiomas y dedicó parte de su tiempo a la traducción de autores como Shakespeare, Musset o Dante.
Con su marido, Gregorio Martínez Sierra, escribió la mayor parte de sus obras, aunque su nombre no aparece en ellas. Colaboró en diferentes revistas de la época como Germinal o Vida nueva y en 1903 fundaron con Juan Ramón Jiménez la revista Helios.
Colaboró como libretista con prestigiosos compositores como Joaquín Turina (Margot) o Manuel de Falla (El amor brujo y El sombrero de tres picos).
Pese a la ocultación de su nombre, había sospechas fundadas de que la verdadera autora de las obras de Martínez Sierra era su esposa. En 1930, el propio Gregorio Martínez Sierra firmó un escrito en el que reconocía la coautoría de su mujer, pero él reclamaba los derechos para sí.
Participó en la fundación de varias asociaciones feministas, entre ellas el Lyceum Club, presidido por María de Maeztu junto a Victoria Kent, Zenobia Camprubí y Elena Fortún. Afiliada al Partido Socialista, fue elegida diputada al Congreso de la República y designada posteriormente como vicepresidenta de la Comisión de Instrucción Pública. Al término de la Guerra Civil inició un largo exilio por Francia, México y Argentina donde finalmente falleció en 1974, a punto de cumplir cien años.
A la muerte de su marido en 1947, del que ya estaba separada, reivindicó la autoría de sus obras, lo que provocó despiadados ataques contra ella en España, también por su pasado político republicano.
En México, en 1952, publica, ya con su nombre, sus memorias: Una mujer por caminos de España, y un año después: Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración.
Escribió en colaboración con su marido gran número de obras teatrales, libretos y algunas novelas, aunque su nombre no aparece en ellas.
Sor Marcela. [Inclinándose.] Alguien, no; pero algo sí parece que hay en el torno.
Sor Juana. A ver, a ver [Dan la vuelta al torno y aparece otro cesto también cuidadosamente cubierto con un paño blanco] Un cesto.
Sor Sagrario. Será otro regalo para la Madre.
Sor María Jesús. Sí, sí; aquí viene un papel prendido.
Sor Juana. [Leyendo sin tocar el papel] Para la Madre Superiora.
Sor Sagrario. Ya lo decía yo. Sor Marcela. Alguien que quiere darle una sorpresa.
Sor Juana. ¿Será de don Calixto, el capellán?
Sor Marcela. ¡Quiá, mujer!
Sor María Jesús. O del médico.
Sor Juana. Si acaba de venir, y no ha dicho nada.
Sor Sagrario. Por lo mismo, como es tan ocurrente.
Sor María Jesús. Quitadlo de ahí.
Sor Marcela. [Levantándolo y llevándolo a la mesa.] Lo pondremos aquí, junto al canario. Y éste sí que pesa.
Sor Sagrario. ¿Qué traerá?
Sor Marcela. ¿Levantamos un poquito el paño?
Sor María Jesús. ¡No, no, que es pecado de curiosidad!
Sor Marcela. ¡Quién lo va a saber! [Levanta un poco la punta del paño y da un grito horroroso.] ¡Ay!
Sor Juana. [Precipitándose a mirar.] ¡Jesús!
Sor María Jesús. [ídem.] ¡Ave María!
Sor Sagrario. ¡Bendito y alabado! [Al grito de Sor Marcela, que ha puesto en conmoción al convento, entran por diferentes sitios la Priora, la Vicaria, la Maestra de novicias y diferentes monjas]
Priora. [Entrando,] ¿Qué pasa? ¿Por qué gritan ustedes?
Vicaria. [ídem] ¿Quién ha dado ese grito?
Maestra. [ídem] ¿Sucede algo? [Las cuatro novicias están temblorosas, vueltas de espaldas al cesto y ocultándole con el cuerpo,]
Vicaria. Como si lo viera, ha sido Sor Marcela.
Priora. Vamos, hablen; ¿qué pasa? ¿Qué hacen ahí como cuatro estatuas?
Maestra. ¿Les ha ocurrido alguna cosa?
Sor Juana. No, señora Madre; es que . . .
Sor María Jesús. Es que...
Sor Marcela. [Atreviéndose,] Es que... llamaron por el tomo... y no era nadie... y dejaron un cesto... este cesto... y servidora tuvo curiosidad de destaparlo...
Vicaria. ¡Naturalmente! No podía menos.
Sor Marcela. Y hay...
Priora. ¿Qué hay?
Sor Marcela. Hay… Más vale que lo vea su reverencia.
Priora. Acabemos. [Se acerca al cesto y lo destapa] ¡Jesús mío! [En voz muy baja] ¡Una criatura!
Todas. [Con diferente expresión de voz] ¡Una criatura! [Se santiguan].
Priora. [Apartándose] Véanlo sus reverencias. [Todas las monjas se precipitan hacia él cesto y lo rodean].
Acto I.
Jardín que en otro tiempo fue de un palacio señorial, y ahora lo es de un Asilo de ancianos inválidos. El jardín es magnífico y galante. El primer término, jardín parterre de bojes y arrayanes, primorosamente recortados. A la izquierda, glorieta de ciprés, recortado también. En el fondo, cortina de arrogantes plátanos de sombra y de castaños de Indias. En el centro, surtidor con elegante taza de mármol, rodeada por un macizo de flores. En la glorieta y en derredor de la fuente, bancos de mármol de forma clásica. A la derecha, el palacio que ahora es Asilo, al cual se sube por graciosa escalinata, y terraza con balaustrada de mármol también…
El cascabeleo del coche familiar vuelve a oírse a lo lejos. Ana María se pone en pie de un salto; la abuela, que aún no ha oído el rumor, adivina y da un grito: ¡Ya viene, ya viene! El cascabeleo se acerca, llenando de algarabía jubilosa el aire quieto del atardecer.
Clarines que anunciáis el paso de los héroes, trompeteos de heraldos precursores de los campeones, bronces que a vuelo pregonáis en las torres entradas de monarcas en ciudades fieles: bien podéis envidiar este claro repique, esta alegre canción de bienvenida; que si vosotros encendéis fuego rojo de entusiasmo en la sangre de las multitudes, este cascabeleo ha avivado la hoguera de amor en dos corazones de mujer.
—Abuela, abuela, ahora deben estar llegando a la puerta... ¡Si entra por el jardín! ¡Qué ocurrencia! Ya está en la alameda; ya ha llegado al parterre.
En sus ensayos trata de reivindicar la figura femenina en la sociedad española aunque, paradójicamente, fuera su marido el que firmara sus primeros textos.
Sí, señoras: la tierra es muy bonita en primavera; ustedes, como ella, tienen obligación de ser lo más bonitas posible; ahora bien: la primera condición de la belleza es la salud. La obligación de tener salud es ineludible. «Santo, sano y sabio», ha dicho uno de los más grandes filósofos españoles: Baltasar Gracián. La salud no es exclusivo don del cielo, como algunos piensan: la salud es, en gran parte, cuestión de voluntad. Primeramente es cuestión de limpieza: limpieza del cuerpo y del alma. Agua a cántaros, virtud por arrobas.
El verdadero patriotismo, como la verdadera devoción, ya que uno y otro son, sencillamente, amor purificado, recto y clarividente, es algo más alto, más hondo, más grave, y sobre todo, más difícil; el patriotismo está hecho de obligaciones múltiples que hay que cumplir, entre las cuales es primera y esencial la de cumplir estrictamente el deber imperioso del perfeccionamiento individual; porque una patria buena es la reunión de individuos perfectos en lo posible, y para hacer a nuestra patria grande, no hay otro camino sino el que los hombres y mujeres que la formamos seamos perfectos hasta donde alcance nuestra posibilidad perseverante y tercamente apasionada.
«El trabajo que hacemos es el que realmente va tejiendo nuestra bandera» ha dicho Franklin K. Lañe, actual ministro del Interior de los Estados Unidos de América. Y es verdad; la bandera de un pueblo está tejida con el esfuerzo actual de sus hijos todos, no sólo con la sangre de los que mueren por defenderla o por engrandecerla en los campos de batalla. ¿Qué os parecería de un padre o de una madre que no atendiesen a sus hijos sino en la hora de peligro extremo? ¿Qué de unos hijos que no se acordasen de amar y de honrar a sus padres mas que a la hora trágica de verlos morir?
Pues esto hacen los que piensan que la gloria de una nación está sólo en sus heroísmos guerreros, y que el deber patriótico sólo es sacrificarse cuando llega la hora tremenda del conflicto armado. ¡No, no!
El feminismo triunfa gloriosamente fuera de España, donde las mujeres lo han reclamado como derecho y los hombres lo van otorgando como justicia (…)
¡Sutil y noble espíritu de la mujer de España, que has permanecido tanto tiempo silencioso, porque el engaño de viejas rutinas te había hecho creer que los únicos deberes femeninos son el callar y el resignarse, aprende que hay una obligación más fuerte que la paciencia: la eficiencia! Aprende que es mucho más grande hacer que padecer. El sufrimiento estéril es fuerza perdida, y el que no procura un bien, contribuye a que prospere un mal. Ha pasado el tiempo, mujeres, de la virtud pasiva. Hay que hacer algo para valer algo y para tener derecho a vivir.
Esta predicación que yo os he hecho tantas veces, os la harán ahora desde estas páginas no pocos hombres, cuyas palabras estáis acostumbradas a escuchar con admiración y aun reverencia. Los que se muestran partidarios de vuestra causa os predican el esfuerzo, por la fe que tienen en vosotras. Los enemigos os le predican también, y no menos elocuentemente, con la misma desconfianza que hacia vosotras sienten. Tanto os debe impulsar a haceros dignas de intervenir en los destinos de la Patria el que los hombres os tengan por sus iguales, como el que os consideren sus inferiores. A unos por agradecimiento, a otros por noble orgullo, estáis obligadas a demostrarles que sois su equivalente en cuanto fuerza nacional. ¡A trabajar, pues, señoras mías, no tanto por conquistar la austera eminencia, como por merecerla, porque el merecerla es el mejor medio de lograrla!
En sus mítines, ya como militante socialista, se muestra una María combativa y contundente.
La situación de España, como la situación de todo el mundo, es realmente temerosa. El sistema capitalista, la economía del siglo, se derrumba…hay en el mundo millones de seres humanos que no pueden satisfacer las necesidades más importantes de su vida. Y esto ¿tal vez es porque la humanidad se ha multiplicado más que los medios de la vida? De ningún modo.
La humanidad tiene medios de producir tan eficientes que existe una superabundancia de productos. Hay demasiado de todo, pero lo producido se halla acumulado, cerrado en un solo almacén, del que se ha perdido la llave. El que abre este almacén es el dinero. El dinero se gana trabajando. Pero como hay más productos que necesidades no hace falta que todos trabajen. Hay parados. Y el que está parado no compra ni consume.
El que tiene dinero, el privilegiado, puede usar de todos los bienes necesarios. El resto de la humanidad, la mayoría, carece absolutamente de lo necesario para poder vivir…
Finalmente, en la década del cincuenta, en el exilio, escribió con su verdadero nombre dos obras a modo de Memorias, en las que hace un recorrido por su obra y su ajetreada vida.
Cubierta de la edición de Renacimiento, 2019.
Hacia 1880, Madrid, capital de España, era ciudad pequeña, y la distancia del centro a los arrabales no podía ser causa de fatiga ni para las piernas del anciano ni para las de la casi recién nacida. El campo, en las afueras de Madrid, era feo y árido; no existían en él praderas ni bosques; a lo más, una acacia sedienta extendía sus ramas desnudas…
[…]
Es difícil imaginar la acumulación de fealdad que, para ojos acostumbrados a la gloria de montes, valles, bosques, ríos, praderas y huertos, representan los pueblos de la cintura madrileña. A las puertas mismas de la urbe, empieza el desierto: desierto sin grandeza de soledad, sin esperanza de oasis, sin posibilidad de espejismo. Carreteras cubiertas de polvo en verano, de fango en invierno, sucias en todo tiempo, bordeadas por míseros ventorros, de basureros, de barrios nacidos al azar, insulto a toda ley de urbanismo, conducen a poblados sin gracia y sin hechizo, sin arquitectura ni antigua ni moderna, sin otra reminiscencia agreste que los campos de trigo que han ido desplazando para formarse. En ellos, industrias malolientes, mataderos, recuperación de grasas animales, utilización de las basuras urbanas prenden en el aire mefíticos relentes…
Cubierta de la edición de Pre-Textos, 2000.
En este libro, sin continuidad rigurosa ni pretensión autobiográfica, quiero consignar el recuerdo de unas cuantas horas, que acaso alguien pueda leer con interés, no por ser parte de mi vida…sino porque esta vida mía anda mezclada con otras de los que han hecho más o menos ruido en el mundo de la literatura, de la música, del arte dramático y, hablando en términos más generales, de la inteligencia española desde 1898 a 1947 [...] ¿En qué puede soñar una anciana? ¿Con qué puede ilusionarse una fantasía si ya no hay porvenir? Una anciana ensueña el pasado, es decir, recuerda.
[...]
En la primavera de 1909, Gregorio Martínez Sierra, me dijo: ¿Quieres que vayamos a Italia?...Iba releyendo el Baedecker y un librote que entonces me entusiasmaba y hoy me da terror: Las siete lámparas de la arquitectura, de Ruskin. En Pisa, una puesta de sol le hace recordar a «Tiépolo y tantos otros»… Llegué a Florencia a las once de la noche…Instaléme en una pensión de las que frecuentan las inglesas cerca de las Cascine, a orillas del Arno… Salía de casa, bajaba despacio por la orilla del río, deteníame un instante frente a la iglesia de la Trinidad… curioseaba en los tenduchos del Puente Viejo; iba por las callejas llenas de ingleses… Llegaba unos días a la plaza del Domo; otros, a la plaza de la Signaría. Sentábame en ésta a la puerta de un cafetucho frente a la Logia dei Lazzi y pedía un refresco… De la plaza de la Signaría sale una callecita estrecha y recóndita; en ella hay una iglesia pequeña…En uno de los altares laterales había entonces un cuadro tapado por oscura cortina… Era la visita de la Virgen a San Bernardo, pintada por Filipino Lippi…Es uno de los muchos elementos que más tarde cristalizaron en Canción de cuna.
En esta obra hace, también, alusión a diversas figuras de la cultura española del momento.
Galdós «es el primer escritor español que ha tenido piedad de las mujeres. El primero, tal vez, en comprender que una mujer no es mero motivo emocional o sensual para los sentimientos y los deseos de un hombre, sino que siente y sufre y goza y desea en sí misma y por sí misma; en resumen, que vive como él».
«A los hermanos Quintero debemos nuestros estrenos en el teatro Lara, de Madrid…En 1909…emplearon esa autoridad suya a favor nuestro obligando a los empresarios del teatro Lara a estrenar nuestra comedia en dos actos La sombra del padre”. En 1910, El ama de casa. Tras el estreno «afortunado», «renuncié a mi puesto de maestra de escuela y me dediqué exclusivamente a la literatura». En 1911, estrenamos en el Lara Canción de cuna.
«Juan Ramón Jiménez, el amigo perfecto, encarnó para mí durante mucho tiempo el ideal de fraternidad entre hombre y mujer que tanto se sueña y casi nunca se consigue… Él ha puesto título a casi todas nuestras novelas largas y cortas: Tú eres la paz, Golondrina de sol, Margarita en la rueca…Casi todos los atardeceres venía a nuestra casa… A él está dedicado nuestro libro Motivos, recuento de impresiones de nuestro primer viaje fuera de España».
«No recuerdo cómo conocí a Joaquín Turina: fue después del estreno de Las golondrinas… Nuestra colaboración empezó con Margot, zarzuela en tres actos. Escribió la música de escena para nuestro milagro Navidad. Para preparar la ópera en un acto Jardín de Oriente hice con Turina un corto viaje al norte de África. Quería él escuchar y anotar algunas armonías árabes y entrar en el ambiente».
Finalmente hemos recogido fragmentos de unas cartas manuscritas de María Lejárraga a su marido, separados desde hacía tiempo pero con el que mantenía una estrecha relación.
Querido Gregorio: He venido a Londres, me voy mañana, invitada por el Instituto Español a dar una conferencia. Elegí como tema «Arte y milagro: el teatro y el cine». Ha gustado muchísimo y para mí este viaje ha sido como un rayo de sol que me ha sacado si quiera una semana del infinito tedio de mi vida en Niza: me parece imposible haber pasado más de diez días sin pelar patatas y cebollas, sin ir a la compra y sin oír quejarse a Nati, y haber vuelto a oír hablar de las gentes de arte y civilización sin pensar en el mercado negro que aquí, en la pequeña escala que es la que afecta al público, no existe. La conferencia era gratuita, pero me pagaban el viaje y la estancia lo cual es un pico (casi 20.000 francos). Además, he guardado unas pocas libras para hacer compras en dos intervenciones en la radio, una discusión sobre «teatro clásico o teatro moderno» y una pequeña charla sobre recuerdos personales relacionados con el teatro (…)
Si pudiera quedarme aquí, sólo en la radio me podría ganar perfectamente la vida, pero el clima es imposible y a mi edad, no lo podría soportar. Me han encargado les haga algo especial para teatro radiofónico, y me han hecho oír cosas que han realizado y que me va muy bien de veras: así que he dicho que te consultaría y que enviaríamos algo: en cuanto llegue a Niza pondré manos a la obra, y si a ti se te ocurre alguna idea dímela que la aprovecharé. Y aunque no paguen demasiado, en libras —viviendo yo en Francia— creo que es interesante, ¿no te parece?
Fuente: Dos cartas inéditas de María Lejárraga dirigidas a Gregorio Martínez Sierra. Sonia Núñez Puente, Universidad Rey Juan Carlos sonia.puente@urjc.es.
Existen digitalizaciones de algunas de sus obras, atribuidas a los distintos nombres que utiliza a lo largo de su vida (véase 15. María de la O Lejárraga de Martínez Sierra, en Madrid en la Edad de Plata, de la web APE Quevedo).
Ensayos:
Obras de creación:
Obras como traductora:
Pablo Neruda (1904-1973), seudónimo de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes, es un poeta y político chileno, reconocido internacionalmente, galardonado con el premio Nobel de Literatura en 1971.
Comenzó muy pronto a escribir poesía, en 1921 publicó La canción de la fiesta, su primer poema, con el seudónimo de Pablo Neruda (en homenaje al poeta checo Jan Neruda). En 1924 alcanzó fama internacional con su poemario Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Emprendió la carrera consular que le llevó a Birmania, Java, Singapur y, entre 1934 y 1938, a España, donde se relacionó con los poetas del 27 y fundó la revista Caballo Verde para la Poesía. De regreso a su país, en 1939 Neruda ingresó en el Partido Comunista y su obra experimentó un giro hacia la militancia política. Desde su escaño de senador, denunció los abusos y las desigualdades del sistema, lo que provocó la persecución gubernamental y su posterior exilio a Argentina; de allí pasó a México, y más tarde viajó por la URSS, China y los países de la Europa del Este. A su regreso a Chile su poesía inicia una nueva etapa en la que la simplicidad formal se correspondió con una gran intensidad lírica y un tono general de serenidad. En 1956 se separó de su segunda esposa, Delia del Carril, para unirse a Matilde Urrutia, que acompañaría al poeta hasta el final de sus días.
En 1970 el presidente Salvador Allende lo nombró embajador en París. Fue Premio Nobel de Literatura de 1971. Un año más tarde, ya gravemente enfermo, regresó a Chile. Falleció en Santiago, el 23 de septiembre de 1973, profundamente afectado por el golpe de estado del general Pinochet que doce días antes había derrocado a Allende.
Pablo Neruda fue un poeta precoz, su amor a las palabras queda patente en diversos fragmentos de su obra, sobre todo en su libro, en prosa, Confieso que he vivido, publicado tras la muerte del poeta.
Cubierta de la edición ampliada de Seix Barral, 2017.
La palabra
Muchas veces me han preguntado cuándo escribí mi primer poema, cuándo nació en mí la poesía. Trataré de recordarlo. Muy atrás en mi infancia y habiendo apenas aprendido a escribir, sentí una vez una intensa emoción y tracé unas cuantas palabras semirrimadas, pero extrañas a mí, diferentes del lenguaje diario. Las puse en limpio en un papel, preso de una ansiedad profunda, de un sentimiento hasta entonces desconocido, especie de angustia y de tristeza. Era un poema dedicado a mi madre, es decir, a la que conocí por tal, a la angelical madrastra cuya suave sombra protegió toda mi infancia. Completamente incapaz de juzgar mi primera producción, se la llevé a mis padres. Ellos estaban en el comedor, sumergidos en una de esas conversaciones en voz baja que dividen más que un río el mundo de los niños y el de los adultos. Les alargué el papel con las líneas, tembloroso aún con la primera visita de la inspiración. Mi padre, distraídamente, lo tomó en sus manos, distraídamente lo leyó, distraídamente me lo devolvió, diciéndome:
—De dónde lo copiaste?
Y siguió conversando en voz baja con mi madre de sus importantes y remotos asuntos.
[...]
…Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras.
El amor y el deseo son uno de los grandes temas de Neruda y aparecen en varios poemarios a lo largo del tiempo.
Cubiertas de las ediciones de 1924 en Editorial Nascimento y de 1994 y 2015 en Alianza Editorial.
Poema 1 / Cuerpo de mujer
Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.
Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.
Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!
Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.
Si tú me olvidas
Quiero que sepas
una cosa.
Tú sabes cómo es esto:
si miro
la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco
junto al fuego
la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti,
como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales,
fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.
Ahora bien,
si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.
Si de pronto
me olvidas
no me busques,
que ya te habré olvidado.
Si consideras largo y loco
el viento de banderas
que pasa por mi vida
y te decides
a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raíces,
piensa
que en ese día,
a esa hora
levantaré los brazos
y saldrán mis raíces
a buscar otra tierra.
Pero
si cada día,
cada hora
sientes que a mí estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada día sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mío, ay mía,
en mí todo ese fuego se repite,
en mí nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los míos.
Soneto LXVI
No te quiero sino porque te quiero
y de quererte a no quererte llego
y de esperarte cuando no te espero
pasa mi corazón del frío al fuego.
Te quiero sólo porque a ti te quiero,
te odio sin fin, y odiándote te ruego,
y la medida de mi amor viajero
es no verte y amarte como un ciego.
Tal vez consumirá la luz de enero,
su rayo cruel, mi corazón entero,
robándome la llave del sosiego.
En esta historia sólo yo me muero
y moriré de amor porque te quiero,
porque te quiero, amor, a sangre y fuego.
El paso del tiempo, el caos y la muerte son, también, temas dominantes de una segunda etapa del poeta chileno. En ella utiliza un tono más sombrío y originales imágenes surrealistas.
Unidad
Hay algo denso, unido, sentado en el fondo,
repitiendo su número, su señal idéntica.
Cómo se nota que las piedras han tocado el tiempo,
en su fina materia hay olor a edad,
y el agua que trae el mar, de sal y sueño.
Me rodea una misma cosa, un solo movimiento:
el peso del mineral, la luz de la miel,
se pegan al sonido de la palabra noche:
la tinta del trigo, del marfil, del llanto,
envejecidas, desteñidas, uniformes,
se unen en torno a mí como paredes.
Trabajo sordamente, girando sobre mí mismo,
como el cuervo sobre la muerte, el cuervo de luto.
Pienso, aislado en lo extremo de las estaciones,
central, rodeado de geografía silenciosa:
una temperatura parcial cae del cielo,
un extremo imperio de confusas unidades
se reúne rodeándome.
La poesía social y combativa es una de las grandes señas de identidad de Neruda, así como su compromiso con América y su intervención en las luchas políticas de la época.
América no invoco tu nombre en vano
América no invoco tu nombre en vano.
Cuando sujeto al corazón la espada,
cuando aguanto en el alma la gotera,
cuando por las ventanas
un nuevo día tuyo me penetra,
soy y estoy en la luz que me produce,
vivo en la sombra que me determina,
duermo y despierto en tu esencial aurora:
dulce como las uvas, y terrible,
conductor del azúcar y el castigo,
empapado en esperma de tu especie,
amamantado en sangre de tu herencia.
Alturas de Macchu Picchu. XII
SUBE a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas.
No volverás del tiempo subterráneo.
No volverá tu voz endurecida.
No volverán tus ojos taladrados.
Mírame desde el fondo de la tierra,
labrador, tejedor, pastor callado:
domador de guanacos tutelares:
albañil del andamio desafiado:
aguador de las lágrimas andinas:
joyero de los dedos machacados:
agricultor temblando en la semilla:
alfarero en tu greda derramado:
traed a la copa de esta nueva vida
vuestros viejos dolores enterrados.
Mostradme vuestra sangre y vuestro surco,
decidme: aquí fui castigado,
porque la joya no brilló o la tierra
no entregó a tiempo la piedra o el grano:
señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
encendedme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.
Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
Explico algunas cosas
Preguntaréis: ¿Dónde están las lilas?
Y la metafísica cubierta de amapolas?
Y la lluvia que a menudo golpeaba
sus palabras llenándolas
de agujeros y pájaros?
Os voy a contar todo lo que me pasa.
Yo vivía en un barrio
de Madrid, con campanas,
con relojes, con árboles.
Desde allí se veía
el rostro seco de Castilla
como un océano de cuero.
Mi casa era llamada
la casa de las flores, porque por todas partes
estallaban geranios: era
una bella casa
con perros y chiquillos.
Raúl, te acuerdas?
Te acuerdas, Rafael?
Federico, te acuerdas
debajo de la tierra,
te acuerdas de mi casa con balcones en donde
la luz de junio ahogaba flores en tu boca?
Hermano, hermano!
Todo
Eran grandes voces, sal de mercaderías,
aglomeraciones de pan palpitante,
mercados de mi barrio de Argüelles con su estatua
como un tintero pálido entre las merluzas;
el aceite llegaba a las cucharas
un profundo latido
de pies y manos llenaba las calles,
metros, litros, esencia
aguda de la vida
pescados hacinados,
contextura de techos con sol frío en el cual
la flecha se fatiga,
delirante marfil fino de las patatas,
tomates repetidos hasta el mar.
[...]
Fuente: edición facsimiliar (1939, pp. 19-22) de la BVMC.
Con su obra Odas elementales, Neruda se acerca a los objetos cotidianos como una forma singular de belleza.
Oda al libro (II)
LIBRO
hermoso,
libro,
mínimo bosque,
hoja
tras hoja,
huele
tu papel
a elemento,
eres matutino y nocturno,
cereal,
oceánico,
en tus antiguas páginas
cazadores de osos,
fogatas
cerca del Mississippi,
canoas en las islas,
más tarde
caminos
y caminos,
revelaciones,
pueblos
insurgentes,
Rimbaud como un herido
pez sangriento
palpitando en el lodo,
y la hermosura
de la fraternidad,
piedra por piedra
sube el castillo humano,
dolores que entretejen
la firmeza,
acciones solidarias,
libro
oculto de bolsillo
en bolsillo,
lámpara
clandestina,
estrella roja.
[...]
La ironía y la autocrítica tampoco faltan en la poesía de Neruda, en Estravagario se convierte en un «antipoeta» capaz de reírse de sí mismo.
Cubierta de la edición de Seix Barral, 2018.
Pido silencio
Ahora me dejen tranquilo.
Ahora se acostumbren sin mí.
Yo voy a cerrar los ojos.
Y sólo quiero cinco cosas,
cinco raíces preferidas.
Una es el amor sin fin.
Lo segundo es ver el otoño.
No puedo ser sin que las hojas
vuelen y vuelvan a la tierra.
Lo tercero es el grave invierno,
la lluvia que amé, la caricia
del fuego en el frío silvestre.
En cuarto lugar el verano
redondo como una sandía.
La quinta cosa son tus ojos.
Matilde mía, bienamada,
no quiero dormir sin tus ojos,
no quiero ser sin que me mires:
yo cambio la primavera
porque tú me sigas mirando.
Amigos, eso es cuanto quiero.
Es casi nada y casi todo.
Ahora si quieren se vayan.
He vivido tanto que un día
tendrán que olvidarme por fuerza,
borrándome de la pizarra:
mi corazón fue interminable.
Pero porque pido silencio
no crean que voy a morirme:
me pasa todo lo contrario:
sucede que voy a vivirme.
Sucede que soy y que sigo.
No será pues sino que adentro
de mí crecerán cereales,
primero los granos que rompen
la tierra para ver la luz,
pero la madre tierra es oscura:
y dentro de mí soy oscuro:
soy como un pozo en cuyas aguas
la noche deja sus estrellas
y sigue sola por el campo.
Se trata de que tanto he vivido
que quiero vivir otro tanto.
Nunca me sentí tan sonoro,
nunca he tenido tantos besos.
Ahora, como siempre, es temprano.
Vuela la luz con sus abejas.
Déjenme solo con el día.
Pido permiso para nacer .
La preocupación por el fin del mundo aparece en uno de sus últimos poemarios: La espada encendida. Pero Neruda es optimista, como deja claro también en su autobiografía publicada después de su muerte
Alguien
Se movía, era un hombre,
el primer hombre.
Se hizo los ojos para defenderse.
Se hizo las manos para defenderse.
Se hizo el cráneo para defenderse.
Luego se hizo las tripas
para conservarse.
Tembló de miedo, solo
entre el sol y la sombra,
Algo cayó como una fruta muerta,
algo corrió en la luz como un reptil.
Le nacieron los pies para escapar,
pero crecieron nuevas amenazas.
Y tuvo tanto miedo que encontró a una mujer
parecida a un erizo, a una castaña.
Era un ser comestible
pero aquel hombre la necesitaba
porque eran los dos únicos,
eran los renacidos de la tierra
y tenían que amarse o destruirse.
Yo quiero vivir en un mundo sin excomulgados. No excomulgaré a nadie. No le diría mañana a ese sacerdote: «No puede usted bautizar a nadie porque es anticomunista». No le diría al otro: «No publicaré su poema, su creación, porque usted es anticomunista». Quiero vivir en un mundo en que los seres sean solamente humanos, sin más títulos que ése, sin darse en la cabeza con una regla, con una palabra, con una etiqueta. Quiero que se pueda entrar a todas las iglesias, a todas las imprentas. Quiero que no esperen a nadie nunca más a la puerta de la alcaldía para detenerlo y expulsarlo. Quiero que todos entren y salgan del Palacio Municipal, sonrientes. No quiero que nadie escape en góndola, que nadie sea perseguido en motocicleta. Quiero que la gran mayoría, la única mayoría, todos, puedan hablar, leer, escuchar, florecer. No entendí nunca la lucha sino para que ésta termine. No entendí nunca el rigor, sino para que el rigor no exista. He tomado un camino porque creo que ese camino nos lleva a todos a esa amabilidad duradera. Lucho por esa bondad ubicua, extensa, inexhaustible. De tantos encuentros entre mi poesía y la policía, de todos estos episodios y de otros que no contaré por repetidos, y de otros que a mí no me pasaron, sino a muchos que ya no podrán contarlo, me queda sin embargo una fe absoluta en el destino humano, una convicción cada vez más consciente de que nos acercamos a una gran ternura. Escribo conociendo que sobre nuestras cabezas, sobre todas las cabezas, existe el peligro de la bomba, de la catástrofe nuclear que no dejaría nadie ni nada sobre la tierra. Pues bien, esto no altera mi esperanza. En este minuto crítico, en este parpadeo de agonía, sabemos que entrará la luz definitiva por los ojos entreabiertos. Nos entenderemos todos. Progresaremos juntos. Y esta esperanza es irrevocable.