Sección CARPE VERBA
Inauguramos aquí una nueva sección dentro de Carpe verba: Provincias poéticas. Con ella trataremos de acercarnos a la poesía que se está escribiendo en las diferentes regiones de nuestro país, tierras, como dijo el poeta, ricas siempre en ebriedades de luz y sueño. La primera provincia que visitaremos será Zamora, una provincia especialmente tocada por la mano de la poesía: Juan Nicasio Gallego, Marian Álvarez Bollo, León Felipe, Amparo Barayón, Margarita Ferreras, Fili Chillón, Ignacio Sardá, Agustín García Calvo, Waldo Santos, Lorenzo Pedrero, Claudio Rodríguez o Jesús Hilario Tundidor son solo una muestra pequeña de poetas que han dejado, con mayor o menor profundidad, una huella clara en su literatura. La puesta en marcha de PoetiZA, el Festival de Poesía de Zamora que ha iniciado su andadura este año 2022, no hace sino confirmar la especial y bullente actualidad que la poesía sigue teniendo en esta hermosa tierra bañada por el Duero.
Lógicamente, esta mirada a los poetas zamoranos que escriben en la actualidad adolece de parcialidad. Como es fácil de entender en un proyecto como este, no aparecerán todos aquellos que podrían estar; pero, al menos, acercaremos nuestra mirada a una muestra representativa de escritores que en la actualidad guardan, de un modo u otro, relación intensa con estos predios castellano-leoneses, y ello con una doble esperanza: impulsar a los lectores a que conozcan con más profundidad la obra de los aquí recogidos, pero también moverles a que indaguen con el fin de conocer la obra de los que aquí faltan. Charo Antón, Natalia Carbajosa Palmero, Tina Escaja, Ángel Fernández Benéitez, Luciano García Lorenzo, Máximo Hernández, Jesús Losada, Concha Pelayo, Luis Ramos de la Torre, Juan Manuel Rodríguez Tobal, Tomás Sánchez Santiago y Octavio Uña Juárez son los poetas antologados. Ellos han elegido los poemas que los representan y ofrecen su propia voz recitando alguno de ellos. Encarnan edades y estilos muy diversos, pero todos mantienen viva su producción en la actualidad y un vínculo claro con las tierras zamoranas.
Charo Antón
Nace en Zamora, en 1954. En la actualidad tiene su residencia en el pueblo zamorano de Montamarta. Licenciada en Filología Francesa por la Universidad de Salamanca, amplía su formación en la Universidad de París Sorbonne IV. Ha sido profesora en diferentes institutos, compaginando la labor docente con la literaria y artística. Como pintora ha participado en exposiciones individuales y colectivas y ha recibido diferentes premios. Como poeta ha intervenido en recitales de poesía y encuentros poéticos, presentaciones, participaciones en tertulias o encuentros literarios. Sobresalen en su obra los trabajos en los que se unen literatura y plástica. Dentro del ámbito poético podemos destacar su participación en obras como Poemas en la luna (Editorial Liber Factory), Escritoras de Castilla y León. El legado de las mujeres o Una ruta literaria por Zamora (Editorial Semuret), junto con otras individuales como Manuscrito amarillo (Editorial Semuret), Susurros de agua dulce, Vuelos de Ícaro, Rumores de la Habana y otros. Y en prosa Tres patos y dos cigüeñas.
Recitado por la autora.
Añoro las mañanas
Añoro las mañanas
mullidas del invierno.
Percibo el ulular
de los insectos.
Huelo la húmeda savia
de los prados.
Sigo la senda humilde
pero eterna.
Siento gritar las nubes
a mi paso.
Escucho los murmullos
del agua subterránea.
Veo manar el humo
de las fuentes.
Noto en mis yemas suaves
la rugosa madera de
los troncos.
Hablo al sol
y canto con el viento.
Dialogo con el fuego.
Me asusto con el cuervo
y su chirrido.
Me deslumbra la nieve
y lloro con la lluvia.
Respiro cada herida.
Bebo a tragos la luz
y a sorbos las tinieblas.
Y así brota
la creación única y antigua.
Manuscrito amarillo, 2010.
Los búhos sueñan
Los búhos sueñan con pupilas de espanto.
El llanto de los lobos se desgrana
en soledades negras.
En pensamientos de humo se levantan
los cuerpos desdoblados de los muertos.
Y entre gasas de niebla
mis sentidos
huelen la noche con ansia enfebrecida.
Seculares girones amarillos
me persiguen;
la luna ensangrentada
muestra sus llagas, descarada y coqueta.
Y mi piel, erizada de susurros
inquietantes y turbios
evoca otros lugares y otros tiempos
de misterios antiguos.
Dibujos-Poemas, 1986.
Todo florece
Todo florece
menos mi corazón.
Los narcisos tapizan
de amarillo
los linderos brillantes de verde
y lluvia.
Los cerezos y ciruelos
revientan sus rosados y blanquísimos
botones de alegría.
Solo mi corazón mustio
marchito y dolorido
se muere
en pétalos de ausencia
ribetes de amargura.
En esta primavera
todo florece…
menos mi corazón
Manuscrito amarillo, 2010.
Ya despuntan los sauces
Ya despuntan los sauces,
Sansón*, y se abren los narcisos.
El vendaval sacude
las ramas del laurel
y se cuela el amor
por todas las rendijas.
Saltan los pajarillos
desde las viñas
al cable del teléfono
y sacuden sus alas
al posarse
de las gotas de lluvia
del último chubasco.
Llega la primavera,
Sansón, otro año más,
sin que nos demos cuenta.
Susurros de agua dulce, 2010.
*Sansón era mi perro
Recitado por la autora.
Ya se fue el petirrojo que canta en mi laurel...
Manuscrito amarillo, 2010.
Natalia Carbajosa Palmero
(Puerto de Santa María, 1971) es una escritora, poeta, traductora y profesora del área de Lenguas Modernas de la Universidad Politécnica de Cartagena. Ha recibido importantes premios nacionales por su obra literaria y académica, y Especializada en la traducción de poetas americanas del siglo XX, acumula una importante obra como traductora, ensayista y divulgadora cultural. Poemas suyos han sido traducidos y publicados en otros idiomas.
Recitado por la autora.
Edades
¿Desde cuándo envejecen? ¿Desde cuándo
translucen todas sus edades superpuestas?
En aquel
que hoy habita en un traje de viejo
¿por qué al mirar despacio asoma el hombre
que treinta años atrás pisaba el mundo
con el brillo y la apuesta hechura
de la madurez,
sin el vaho que encorva y vuelve opaca
la médula del deseo? ¿Y por qué
cada gesto del tiempo en cada cuerpo
—elocuente a su pesar—, y tantos juntos
en todos los rostros sobre el mismo
van trazando el esbozo
gastado y a la vez recién marcado
en este colosal, pues colectivo
lienzo?
Inédito.
Despedida
Hope is the thing with feathers…
Emily Dickinson.
La nostalgia: esa cosa sin alas
que oscurece y confunde
el decreto del día.
Pues que tanto decimos
«aquí fui feliz», pero en cambio nadie
quiso quedarse el último; ella sola,
ella,
aguardó sin olvido… piedra, agua,
voces ya sin cuerpo por los corredores,
más cerca de la hierba entre las losas
que de las necias palomas
colonizando oquedades.
Mientras, cada cual, con su botín a cuestas,
pasea el pedazo que le pudo arrancar
Tina Escaja
Es escritora, artista digital, y catedrática de Literatura Hispánica en la Universidad de Vermont (EEUU), donde ejerce el rango de Profesora Distinguida de Español y Estudios de Género. Considerada pionera en la literatura electrónica en castellano, su trabajo creativo trasciende el formato en papel y ha sido expuesto en sus variantes multimedia, robótica y de realidad aumentada en museos y galerías internacionales. Ha recibido importantes galardones como dramaturga, poeta y narradora, y sus trabajos han sido traducidos a múltiples idiomas. En la actualidad es académica de número de la ANLE (Academia Norteamericana de la Lengua Española), académica correspondiente de la RAE (Real Academia Española), y Directora del Programa de Género y Sexualidades de su universidad.
Recitado por la autora.
Lugar de cadáveres
El río avanza terco y preciso,
modela el surco de arribes y de molinos rotos.
El puente abrupto se desploma a trazos
con los mondos poetas, con los ateridos y espantados del mundo
que al río buscan
y en él se dejan hundir, hundir, hundir.
Ofrenda y hartazgo de aguas oscuras que precipitan y hieren
caen
campos agrestes y muros
caen
tajamares y aliviaderos,
gritos de sombra nocturna y precipitada, lamentos,
caen.
Hundir, hundir, hundir.
Transcurren sordos,
los muertos.
Y las mujeres se emplazan en sus orillas
heladas
con cestas de enaguas y cascabeles trabados,
con sabañones y lágrimas por limpiar.
Y al río echan las prendas,
y al río vuelan las quejas y paños sucios,
y al río aventan su momento grave del día, que de canto ciñen,
ocultándose en risas y ribetes
de ensalmo.
caen.
La que contempla el cauce hace un giro de mella e interpreta
absorta
el lugar exacto del fluir movimiento,
la pauta del desafío de agua;
y se pregunta en su condición de esclava
y madre
si su espíritu alberga la sutil cadencia,
el alentar de infinito grave, su verso
impune. Ser.
Y ejercitarlo alega
una mañana triste que la acoge y modula
la precipita, cae,
mientras el río despótico, enamorado, aventura el reflejo
de murallas obscenas e iglesias displicentes
despótico, enamorado,
altivas,
estoicas,
huecas.
Hundir, hundir, hundir.
Río de rimas y muertos,
albergue de iluminadas. De Forja (inédito)
>
Forja (inédito).
Más de cigüeñas
Tomarle el pulso al vuelo de cigüeñas,
curvatura
y ausencia, tomarle el viento al aljibe
de las calles, a almenas de palacios y forjas de colegios.
Tomarte el pulso a esta encrucijada del vivir
y no saber volar, ni alzarse,
ni perpetrar caminos.
Forja (Publicado en Diáspora Española: Migración y exilios. Actas seleccionadas de la XXXVII Asamblea General y Congreso Internacional de ALDEEU. Edición de Tina Escaja y Marta Boris Tarré. Lakeville, MA: ALDEEU, 2020. Pág. 47.
Mordida en virus
Reconocer la causa, argumentar opciones de animales
consumidos,
apresados o en volandas.
Murciélagos comidos por civetas comidas por humanos.
La leche del camello arrebatada.
Acaso fue serpiente o escorpión.
Si serpiente,
se repiten los mitos de un/a Génesis que dádivas ofrece, y mueres en el trato,
y esa manzana clausura y desmantela.
Mi manzana es tu acto de amor y sacrificio.
Mi amor, el veneno de tu salitre oculto.
Muramos de amor y decadencia hambrienta de animales
en peligro de extinción.
«Mar y virus». Realidad mitigada (en preparación)
Mora Amor
([Za]Mora Amor)
Pulse para ir al sitio web del proyecto en uvm.edu e interactuar con el poema recorriendo la pantalla con el ratón y escuhando las voces de la autora asociadas a los textos.
Emblem/as, 2017-2019 (poema interactivo).
Sal Metallorum
Iones que enlazan un cubo perfecto
y cristalino,
natrium y cloro,
halita mineral transparente y soluble
que incorpora
la alquimia primordial, la esencia mineral y alcance
que inmortal me adhiere
al roce de tu amor y axila, al sudor y acaso
que mi lengua proclama,
que extática me aprieta de tu piel
el sello.
Esa sal que me envuelve concisa y casquivana
al elixir y origen,
a la mística curvatura de tu ombligo,
al fragor transmutado de tu cuerpo en derroche,
Opus
Magnum.
Fundida y disuelta en agua-mar,
primigenia y novicia,
eléctrica te inmolo.
Realidad mitigada (en preparación)
[Descarga la App gratuita para acceder a la experiencia de Realidad Aumentada]
Ángel Fernández Benéitez
Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca y fue profesor de lengua española y literatura entre 1979 y 2013. Residió en Lanzarote entre 1982 y 1999, año en que regresó a Zamora. En el cambio de siglo y durante los primeros años del nuevo, perteneció en esta ciudad castellano-leonesa al grupo poético Magua, Sociedad Literaria. Su labor literaria se ha centrado fundamentalmente en la poesía, género que le ha hecho acreedor de diversos premios literarios como el Premio Ciudad de Toro 1979, por su libro Espirales, o el Premio Esperanza Spínola de poesía 1988, por A la orilla del júbilo. En 2014 recoge una buena muestra de su obra en la antología Perdulario.
A un amigo narrándole una visita a Venecia
Una turba asfixiada asaltamos Venecia
un miércoles de agosto.
Todo era impresionante: los húmedos palacios,
las iglesias magníficas clavadas en la arena hace ya siglos,
el olorcillo pútrido de los bajos en ruina que sugería historia
a toneladas, los canales…, verdosos.
Ante un esbelto puente que llaman de los Suspiros
intentamos hacernos una foto
a codazos, entre una multitud de japoneses
cargados con su cámara automática. Fue imposible.
Y en la famosa plaza tomada por palomas a las que por
mil liras
puedes alimentar inmortalmente, asistimos
cansados a una explicación bastante bizantina.
Mientras, el campanil tocaba las doce campanadas
y orquestas de violines se amparaban muy lánguidas
bajo los blancos toldos de las cafeterías.
La multitud por grupos seguía muy de cerca paraguas
bien visibles.
Es curiosa Venecia. Se hunde…
No es de extrañar; soporta el peso abrumador de tantos visitantes
adictos a la cajita oscura, a los sostenes vistos y a
pantalones
cortos, por descontado, al arte y a los besos.
Un gondolero viejo, socarrón y chistoso, con uniforme
a rayas,
nos ofreció su tiempo, tan áureo como breve,
mientras bruñía el charolado negro de su nave.
Había mercaderes a cientos con sus puestos, vendiendo
en marmolina a Michelangelo y ahítos de Murano
fabricado en Hong Kong seguramente,
y muchas baratijas de precios alarmantes;
otros más recoletos, hacinados en cuévanos lujosos,
ostentaban objetos antiguos y muy caros.
Es curiosa Venecia… A poetas geniales
inspiró en otros tiempos
y aún en los cercanos sigue siendo aquel símbolo
obviamente romántico.
A Byron lo atestigua una placa de mármol
clavada en un palacio del Gran Canal magnífico.
Parejas italianas bastante mal vestidas,
las menos, desde luego,
atraviesan los puentes cogidas de la mano
y miran arrobadas el bello atardecer en La Laguna.
Otras, de Boston frío, homosexuales ellos,
eruditos en Pound muy fugazmente,
rellenan sus postales
en un café discreto de recoleta plaza;
seguramente escriben a sus otros amigos de Sidney,
San Francisco, incluso de Toronto.
Es curiosa Venecia, ciudad de mercaderes
que hoy revenden la herencia de sus abuelos ricos,
ciudad venida a menos en su ciénaga propia.
La caca de paloma se almacena en San Marcos muy deprisa.
Seguramente pronto algún alcalde listo
la embarcará hacia Chile como abono.
Epistolio, Madrid, 1994 Ed. Libertarias.
Contemplación
No voy a urdir la rosa
porque no está en mi mano construirla.
La vi hacerse menuda
en el rosal silvestre;
también vi escaramujos
al llegar el otoño,
y luego no vi nada.
La rosa estuvo en mí.
Mientras yo la miraba,
hicimos alma juntos.
La rosa fue en mis ojos
su ser sin existencia.
Yo le entregué su orgullo,
la discreta ficción de ser conmigo,
pero nunca haré míos
el tiempo en sus raíces,
la humedad del rocío
que le añadía el alba
ni su extinción tranquila.
Ni tan siquiera puedo
desmantelar la rosa,
desenhebrar sus pétalos, el polen,
esa maraña astuta de parásitos,
reconstruyendo así nuestros encuentros.
Tan sólo me es posible
saberme mientras miro
su fugaz esplendor, su acabamiento.
Perdulario, antología, 2014.
Nihil
Naufraga en el silencio cuanto se oye.
Quizá sea esa manta blanquecina
en cencellada triste la ceguera.
Fue la voz a las hojas en caída;
la timidez desnuda de las ramas,
al barro del camino; los remansos
del río, sus rumores, los perdidos
desmontes de los labios al decreto
del corazón callado.
¿Todavía
acuden las palabras a los turbios
latidos de las cosas? Los latidos
naufragan en silencio. Los latidos
golpean ya sin eco.
La mirada, tan sólo, va a lo visto:
la voz deja la excusa de la vida
apresada en la hilera de las letras
y abre un telón de polvo ante la nada.
Y allí se van cayendo las alondras,
el sortilegio tímido del viento,
y todas las ausencias, los otoños,
como quien cae sin brío, desfondado,
con la cadera rota.
Perdulario, antología, 2014
Recitado por el autor.
Ave María Purísima Teresa
Con Jesús Hilario Tundidor.
Sin tu aura purísima,
sin la fresa, entre niebla, de tu mejilla,
también sin juventud,
en sobresalto
siento entibiarse el aire
que fue tórrido y seco,
humedecerse el humus
en el rocío y hallo,
cobijada en la nube,
la palabra
del hombre que te amó
ya callada; y sin retorno
en el amor fundó al final el suave
desengaño de las horas.
Por el solar de tu recuerdo, solo,
con la voz enseñada a la caída,
aún puedo decir en desconsuelo:
como un temblor purísimo,
Teresa,
bella palabra, ya
sin cuerpo alguno.
Jallos: Con cierto interés retrospectivo (1986-2008), 2008.
Luciano García Lorenzo
Ha sido Profesor de investigación del CSIC y profesor en las Universidades de Montreal y Complutense de Madrid. Profesor invitado en diversas universidades de Europa y América. Tinker Visiting Professor de la Universidad de Chicago. Miembro de la Comisión científica y de la Junta de Gobierno del CSIC. Representante de España en el Comité de Humanidades de la European Science Foundation. Asesor literario de la Compañía nacional de Teatro Clásico y Director del Festival de Almagro. Ha sido director de Anales cervantinos y fundador y director de Cuadernos de teatro clásico. Ha editado textos de diferentes autores, desde Cervantes a Claudio Rodríguez. Es autor o coordinador de más de treinta monografías, dedicadas especialmente al teatro clásico español. Ha publicado cinco libros de poesía: Día a día, Cenizas y diamantes, Verde oscuro, Cuaderno de derrota y La piel dulce. Es autor también de un libro de relatos, Cuaderno de las cosas, y de un texto teatral, Periferia.
Espantapájaros
Has logrado entrar en la ciudad porque otra vez
el engaño ha sido tu divisa y te has ido ocultando
de sombra en sombra entre los borrachos
o las mujeres que salen del turno de la noche
y solo les preocupa la cena de los hijos
y un día más sin compartir las sábanas calientes.
Eres maestro de la mentira y la caza nocturna
ha sido siempre tu virtud más preciada,
pues los canallas saben que el hambre y la miseria
se venden por dos monedas de cobre,
la pócima blancura que envenena las venas,
la soledad en el rincón del desprecio y de la furia.
Nos dieron con la palabra la justicia y dejar que el aire,
puro, inmenso, a sus anchas campee en manos generosas,
en una tierra abierta y un cielo sin celajes.
Es la libertad, que la fuerza y el oro le roba a la penuria,
la libertad que condena labios fríos y palabras falaces,
como tus labios, don Juan de pacotilla, y tus palabras huecas,
magistral lección de artificio retórico y solemne filigrana.
Aquellos donjuanes desafiando a Dios, a vivos y a muertos,
guardaban rebeldía de héroe y blasfemia libertina
y poco le importaban las sabanas de Holanda de Isabela,
las blancas tocas que puras seguían después de abrir cerrojos
o la arena en la playa de la Tisbea pescadora.
Lo esencial era saber que don Juan había llegado hasta la alcoba,
que juraba amor en falso y rompía la ley de caballeros
y que bastaba con abrir una puerta palaciega
o prometer llevar a la ciudad a la infiel desde la aldea.
La desvergüenza en España se ha hecho caballería
porque los Donjuanes se mofan de las damas,
de viejos caballeros que protegen la honra,
Tenorios que se enfrentan a los muertos sin importarles
si es lugar sagrado o mesón de vino tabernario.
«Tan largo me lo fiáis» es la respuesta, blasfema rebelión
ante el anuncio del pecado y el castigo divino.
Ese es Don Juan, palabrero, cínico, chulo, prepotente,
cuerpo galante, lucido vestido y mágica palabra.
Frente a estos burladores, con Dios en una esquina
y en la otra las leyes de los hombres quebrantadas,
estos Donjuanes del siglo XXI, de pijama a rayas,
corbata nudo Windsor, tirantes de bandera rojigualda,
jinetes de berlina con cristales tintados y parches Sor Virginia
para vencer a las recias noches de inviernos meseteños
o la humedad de la tórrida Sevilla clavada en los riñones.
Presta atención, amiga, a estos personajes de comedia bufa
porque, seguro, la fecha de caducidad la tienes asignada.
La piedad
Te tenía en mis brazos, sentado en una orilla con luz madrugadora
y el agua rompiendo en los bastiones de ese puente de piedra,
que cruzamos un día para buscar la lumbre de otro hogar y ser libres.
Contigo entre tus brazos es una nueva Pietà la que vivimos
y tú en ella Cristo, me dijiste, amparo de mi cuerpo estremecido.
Dolor inefable, dolor llegado del reino de las sombras,
mi manto no es el azul de las Inmaculadas milagrosas
ni el verde manto de estrellas bordadas de esperanza
por manos castísimas en un claustro albergue de jilgueros traviesos;
mi manto es velo negro cubriendo mi soledad y mi amargura
en este valle de lágrimas, perdido el paraíso prometido.
Mi congoja es ser madre y vivir en la orfandad del hijo.
Ser madre y saber de la nostalgia eterna y de la ausencia
por siempre y para siempre,
saber que volverás como Dios pero no como hijo de María.
Déjame entrelazar mis manos silenciosas con las tuyas protectoras
y pedirte, Dios, pues soy mujer y madre, que llegue a mí desde el ocaso
consuelo a un corazón sin los cinco sentidos, pero sí con un alma limpia,
abierta al mundo y a los hombres. Dame los brazos, hijo,
que quiero reposar en tu pecho mi piedad transparente,
como tantas veces el mío fue para ti alimento y cobijo de un amor infinito.
Seguía el agua haciendo su camino hacia un poniente de niebla y de cenizas
y mis dedos se enredaron en tu cabellera, queriendo, amor,
arrancar de tu alma el dolor de su ausencia, calvario compartido.
Máximo Hernández
Nació en Larache, en 1953. Reside desde niño en Zamora. En los años 90 participó en las actividades de la Escuela de Sabiduría Popular y perteneció sucesivamente a los colectivos poéticos zamoranos Lucerna y Magua Sociedad Literaria. Máximo Hernández es un poeta de honda raigambre humanista de orden existencialista. Es autor, entre otros libros de poemas, de Cerimonial do tempo (Lisboa, 1998); Ciudadano Humo (Iria Flavia, 1999); Matriz de la ceniza (San Sebastián de los Reyes, 1999), por el que le fue concedido el Premio Nacional de Poesía José Hierro 1998; La eficiencia del cielo (Cambrils, 2000); Zooilógico (Barcelona, 2004); y La conspiración del dolor (Lanzarote, 2007). Ha reunido toda su obra publicada e inédita en el volumen Entre el barro y la nieve.
Círculo
A mis hijas: Raquel y Ester
Erguido en candidez, el niño solitario contempla temeroso el caserón antiguo.
Los ojos infantiles se agrandan en sorpresa:
en el último piso de la casa prohibida
un rostro en pergamino asoma a la ventana,
y un sarmiento amarillo le invita débilmente a la aventura ciega.
Tiembla la piel en miedo
pero, curioso, avanza.
Recuerda en los bolsillos las armas prevenidas:
tres canicas, seis cromos repetidos,
y el correcalles vivo, el del rejón furioso.
Desde piernas ligeras, tostadas por los días y púrpuras de cardos,
camina, capitán de los sueños, afirmándose en tierra.
Cuando exploraba selvas, sofocado en retozos, el paso era seguro,
pero este sudor nuevo hace incierto el sendero.
Y así, sin más bagaje, se enfrenta con la puerta de la mansión oscura.
Enfundado en el traje de sueños compartidos,
caracoles al aire de las islas de niebla,
asciende lentamente y hace crujir espigas.
Se enciende la mirada sobre la piel süave
y le tiemblan las manos sobre duraznos nuevos.
Perdido en los adornos de las puertas doradas
recorre los pasillos cegados al destino,
pero, curioso, avanza.
Recuerda en los bolsillos las armas prevenidas:
seis partes de vigor, tres de adoctrinamiento,
unas canicas viejas y algún cromo arrugado.
Nada más. Y ¿el peón? ¿Qué peón? No, nunca tuvo un peón.
Y así, sin más bagaje, sube por la escalera
que se ofrece flamante a su vigor de nardo.
Una puerta entreabierta y se pierde el inicio;
más tarde, en las hogueras de noches compartidas,
se acercan los futuros que otorgan trascendencia.
Prospera el poliedro por vanas superficies:
marioneta regida por hilos invisibles,
soldado en la batalla, fingidor de bellezas
pugnando contra el muro, roca contra la roca,
pero, curioso, avanza.
Recuerda en los bolsillos las armas prevenidas:
tres partes de vigor, seis de adoctrinamiento,
mil sueños malogrados y unas canicas viejas.
Y ¿los cromos? ¿Qué cromos? No, él nunca tuvo cromos.
Así, sin más bagaje, remonta la escalera
que orgullosa le ofrece un cielo desmayado.
Es dura la escalada de los altos peldaños
cuando el polvo de mármol va acumulando estatuas,
cuando invaden los hongos las abiertas heridas,
cuando duermen los sueños en nichos numerados.
Es dura la escalada
cuando vuelan las ramas y olvidan las raíces,
cuando bailan los huesos un ritmo repentino,
cuando escapa el aliento de la savia turgente,
pero, curioso, avanza.
Recuerda en los bolsillos las armas prevenidas:
tres partes de experiencia, otras tres de sosiego,
amores, desengaños, memoriales y ausencias.
Y ¿las canicas viejas? No, él no tuvo canicas.
Así, sin más bagaje, se enfrenta a la escalera
que imposible le ofrece un nido de azucenas.
Por fin llega a la cima.
Se adentra en las estancias que esperan impacientes al cansado viajero
y, atento, las observa. Estudia y examina los oscuros rincones
y abre las alacenas recubiertas de acero,
pero no encuentra nada, sólo polvo asustado se ofrece ante sus ojos.
No recuerda quien es, no sabe lo que busca
pero, curioso, avanza
y penetra en la sala que da fin al camino.
Una ventana abierta y un espejo de hielo le dan la bienvenida
y vuela a conocerse en las aguas sinceras.
Pero no reconoce el reflejo que llega,
solo percibe un traje de olivo retorcido y un misántropo ciego arado por la vida,
y busca en los bolsillos las armas prevenidas:
sus canicas, sus cromos, el correcalles vivo, el del rejón furioso,
pero no encuentra nada,
los bolsillos son huecos que se hunden en la carne
por donde llega hozando el viento del desahucio.
Se aparta del espejo y busca en la ventana los sueños que descansan en nichos numerados,
y desde allí ve a un niño que contempla asustado el caserón antiguo,
y le invita a que suba, para pedirle ayuda.
Y el niño solitario,
el que exploraba selvas desde piernas ligeras, tostadas por los días y púrpuras de cardos,
se enfrenta con la puerta de la mansión oscura.
Último gesto de Cesare Pavese
Verrá la morte e avra í tuoi occhi.
Una mano que acerca hasta la boca
un puñado de olvido con su gesto me salva.
Al fin tan sólo un gesto es necesario.
Un gesto como un clavo que en la carne
penetra sin conciencia de su daño.
Pero no la palabra.
La palabra es del aire más incierto:
da tumbos, gira, indaga, nombra, daña,
engendra una ilusión, se resuelve en vacío.
En ella conocemos, nos sabemos en ella,
pero no es necesaria en el último instante.
En el último instante
cuando la vieja sorda
nos enseña el billete de partida,
cuando un cuerpo desnudo solamente es miseria
y no un brindis de amor,
cuando una boca rota nos anuncia el desahucio
que cae sobre los nombres,
cuando huyen las pavesas camino de la luna,
cuando por fin concluye la labor de vivir,
entonces, la palabra se vuelve innecesaria
y un ademán, un gesto, se apodera del mundo:
un silencio de siglos desde un labio cerrado,
los párpados vencidos por el último esguince.
Basta ya de palabras vacías como hombres.
Tiembla la voz suspendida en el aire
y el hermoso verano en gris se precipita.
No quiero una palabra transformada en sudario
con que enterrar al muerto que llevamos encima.
Ni una palabra más. Tan sólo un gesto.
Matriz de la ceniza, 1999.
Recitado por el autor.
La nervadura del silencio
A Ángel Fernández Benéitez.
I
El que resiste,
como el musgo soporta
el peso de la piedra,
como el hilo de la tela de araña
del que cuelgan habitación y mundo,
como la vida,
cree que el puente aguanta
porque sobre sus hombros lo sostiene
la corriente del agua,
la alta respiración que la palabra otorga.
II
He llegado a la lengua de trapo
de la canción del cisne,
al colmillo de hielo del guepardo,
al cuchillo que raya el metal y la noche,
y no he hallado allí ni mi voz ni mi aliento.
Mi mano, sola,
sin un abecedario donde poder vengarse,
es quien estaba allí.
III
Esta es la hora del insomnio,
del vacío lugar donde la luz no suena,
donde traza el dolor su sorda ruina:
una red de silencio
urdida con palabras aún no dichas,
no inventadas siquiera.
La voz así tejida,
la que nada desea,
solo espera el final del tiempo
y de la historia.
IV
Así lo irreparable.
Por el cauce amarillo del dolor,
desliza el tiempo su mercurial caída.
En cada instante que huye,
con su llama de ruidos,
derrotada por su conspiración
pierde mi voz
la ocasión de decir,
pierde mi corazón
la postrera ocasión
de ser en la palabra.
V
Se han quebrado las hojas del árbol de papel
allá donde se borra el corazón y, acaso, el tiempo.
Justo en la nervadura del silencio.
No queda ya del cuerpo ni la piel ni la pulpa.
No queda nada que añadir.
Enfrente, en la pared,
la cal desaparece.
Se transforma en espejo, pero no me refleja.
Quizá es que ya no soy.
Viva, la cal, ha borrado mi muerte.
La conspiración del dolor, 2007.
Jesús Losada
Nace en Zamora en 1962. Doctor en Literatura Contemporánea Hispano-Portuguesa por la Universidad de Salamanca. Poeta, traductor y gestor cultural. Ha sido profesor de Lengua y Literatura castellana en universidades de Italia, India, Costa Rica y República Dominicana, países donde ha vivido gran parte de su vida. Director de los Cursos de la Universidad de Verano Hispano-Lusos, (2001-2018). Miembro correspondiente de la Academia de Ciencias (RD) en materia de lingüística. Sus más de 15 obras de poesía y ensayo han sido traducidas a diferentes idiomas, obteniendo importantes premios tanto nacionales como internacionales. De entre sus obras podemos citar: Huerto cerrado del amor ( Ed. Rialp, Madrid. Accésit premio Adonáis 1994), La noche del funambulista (Edita ILC, León. Premio Provincia 1998), Cuaderno Atlántico (Ed. Celya, Salamanca, 2003), Corazón Frontera (Ed. Rialp. Premio San Juan de la Cruz, Madrid, 2010), El peso de la oscuridad (Ed. Algaida, Sevilla. Premio de poesía José Zorrilla 2016), Casi la vida entera (Antología poética 2020-1990) (ed. Hiperión, 2020).
Recitado por el autor.
Negrura
Ahora arrastras el océano a tus espaldas.
Bloques pesados de agua
escolleras de salitre y algas
para reposar en la sed azul de la tierra.
Nos vamos.
Pero antes cerramos los ojos turbios
de los peces agonizando
dentro de las cajas con hielo de la lonja.
Miramos el frío. Encendemos un cigarro.
Nos descalzamos.
Avanzamos por el espigón hasta llegar al faro.
Acercamos nuestras manos
al espesor de la arena
y una madeja de sedales y anzuelos
se enreda entre los dedos.
Nos perdemos en la profundidad del légamo.
Guardas las sílabas pronunciadas
en el cajón de la mesilla de noche.
Después abres el frasco con el veneno
y lo derramas
por todos los países que un día viajamos.
Bebemos absenta.
Mordemos una fruta extraña.
Nos abrazamos en la penumbra.
Nos exiliamos de todas las geografías,
de todos los territorios.
Nos olvidamos. Apagamos la luz.
Nacemos y morimos a la vez.
Dejamos todo intacto, sin huellas.
Recogemos las redes.
Comienza la liturgia del abandono.
El corazón es una perla negra de antracita.
En mis manos ardieron las cartas escritas
su tinta se ahogó
entre arrecifes de coral
y el plancton
de las palabras del mar.
Nadie llegará con la bandeja final
del amanecer
para ofrecernos las vísceras del día.
Su relámpago.
La marea cada vez se vuelve más negra
es una lengua de brea
estirándose hasta las dunas de la playa.
En las escamas oscuras de los peces
duerme la muerte.
Nos tapamos la mirada.
La tristeza nos amenaza.
El temporal se apodera de este lugar.
Los cormoranes cierran su vuelo
y mueren
cayendo
con sus alas de alquitrán
en los acantilados.
En el litoral crecen los días
sin otra luz
que la de tus ojos.
Cuaderno Atlántico, Ed. Celya, Salamanca, 2003.
Se apaga el sol. Nada permanece.
Jugamos con fuego.
Acariciamos los límites como quien acaricia
el tembloroso lomo de las acémilas.
No vale la pena estar triste.
Todas las historias y todas las muertes
acaban apagándose
como el sol.
Como las pasiones mismas.
Tomorrow once more again.
El peso de la oscuridad (Premio José Zorrilla), Ed. Algaida, 2016.
Abandonas tu mirada entre los posos del café.
Lees el mundo
y te encoges de hombros.
La mirada suplicante de la noche, se ha disuelto
como un terrón de azúcar en tu retina.
Desde la terraza de este hotel
vemos el vuelo alborotado de los gorriones
ante la resbaladiza sombra
que proyecta el minarete sobre los adoquines
de la plaza. Se inicia la jornada.
Los vendedores preparan sus puestos ambulantes
entre el bullicio temprano de la gente.
Detrás de la curva del paisaje
una extensión de olivos al norte.
Abres una puerta frente a ti que da al infinito.
Es entonces cuando palidecen
los límites del orbe.
Volamos en un avión con dirección al naciente.
Asomados a la ventanilla vemos
caer el sol
como una moneda que incendia
un campo de nubes aprisionadas.
Y te digo
que nada existe si tú no me piensas.
De Corazón Frontera, (Premio San Juan de la Cruz), Ed. Rialp- Adonais, 2010.
Concha Pelayo
(Muelas del Pan, Zamora, 1943) es escritora, poetisa, crítica de arte, gestora cultural. En la actualidad escribe en diferentes medios de difusión, nacionales y extranjeros. Otras obras: Hojas secas en mi caminar (relatos y poemas) (1990), El ojo del cíclope (ensayo, 1992), La mirada del pueblo (fotografías y textos, 2004), Poemario Plural (poemas, 2005), Huellas de emoción (fotografías y textos, 2007), Once poemas a Lorca (poemas, 2011), La muerte de los Cartones (teatro, 2012), Poemas en la luna (poemas, 2013) y Esencias (poemas, 2015).
Mi poema a 'La Casada Infiel'
Ella se marchó del río
La bata desabrochada
Los botones se han perdido.
Ella se entregó de noche
Ella tenía marido
No quisiste enamorarte
Ella de ti sí lo hizo.
Ni la arena ni los besos
Manchan el amor sentido
Porque la mujer que ama
Se da entera sin prejuicio.
Y tú fiel a tus principios
Te portaste como eres
Como chulo señorito
Le contaste a tus amigos
Que se fue contigo al río
Aunque estaba ya casada
Aunque tenía marido.
Y si cien años viviera
Iría a lavar al río
Para ver si te acercabas
Y arrugabas su vestido.
Mi poema a 'Preciosa y el aire'
No te tengo miedo, Viento
No quiero que me defienda
El cónsul de los ingleses.
Ni que me den a beber
Ginebra, ni tibia leche.
No te tengo miedo, Viento
Corre, corre, ven a verme
Toca mi cuerpo desnudo
Mi vientre de nácar hierve.
Ven a enredarte en mis muslos
Y en mi cintura caliente
No te tengo miedo, Viento
Ni tengo miedo a tu espada
Ni a ese fuego que me pierde
Mis pechos tiemblan desnudos
La boca se me estremece
No te tengo miedo, Viento
No quiero que titubees
Ven al punto no te pares
Ni que te detenga el Frente
Ven a beber de mis labios
De estos besos que te muerden.
No te tengo miedo, VIENTO
Recitado por la autora.
Mi poema a 'Romance de la pena negra'
¡Ay! Mis muslos ultrajados
Mi saya de encaje rota
Mi bastidor por el río
Mis agujas por las brozas.
A caballo se ha marchado
Envuelto en la negra sombra
Aquél, mi gitano altivo
El que me quitó la honra.
¡Ay ¡mi soledad, mi pena
Sólo el mar entiende ahora
De por qué mi sangre sufre
De por qué mis ojos lloran.
¡Ay¡ Soledad, Soledad
Qué tristeza estar tan sola
A caballo se ha marchado
Envuelto en nubes y en sombras.
Qué lejos mis ilusiones
Atrás mi alma de moza
Así consumo mis penas
Como se mustian las rosas.
Soledad, lava tu cuerpo.
En paz, Soledad Montoya.
Once poemas a Lorca, 2011.
Luis Ramos de la Torre
(Zamora, 1956), Doctor en Filosofía, escritor y músico. Miembro fundador del Seminario Permanente Claudio Rodríguez y especialista en su obra, ha escrito los libros de poemas: Por el aire del árbol y De semilla de manzana (Semuret, 2002), Entre cunetas (Baile del Sol, 2015), Nubes de evolución (PiEdiciones, 2017), Del polen al hielo (Baile del Sol, 2017), Lo lento (Lastura, 2019), El dilema del aire (Reino de Cordelia, 2020, Premio de Poesía Ciudad de Salamanca 2020); el ensayo El sacramento de la materia (Poesía y salvación en Claudio Rodríguez) (PiEdiciones, 2017) y el libro de relatos Con los ojos del frío (Lastura, 2021). Sobre diferentes poetas ha grabado los discos La canción que cantábamos juntos (Madrid, 2001) y Por arroyo y senda (Madrid, 2003) y Urgencia de lo minucioso (Lastura, 2021). Ha publicado además El aire de lo sencillo (Urueña, 2007) sobre poemas de Claudio Rodríguez y el ensayo Hacia lo verdadero (Cercanías a la vida y al arte en la poesía de Claudio Rodríguez) (Chamán, 2022).
LA ladera del lobo, el sotobosque,
la encina retorcida en tronco y culebreo:
¡Cunde el campo!
¡Anda! ¡Nunca dejes de andar,
unce tu ritmo y tu raíz a la naturaleza!
Quien incendió los cierzos con sus pasos,
quien confió en su amparo bien lo sabe.
Urge lo minucioso.
(andar)
Urgencia de lo minucioso, Lastura, 2021.
MUCHAS veces,
al limpiar el mostrador,
aunque el aire helado secase
las sílabas del silencio,
el mediodía se transformaba
en el reino cercano de los gatos.
Entonces se abría la hora misteriosa,
en la que algunas mujeres se acercaban
con aquel sumiso: ¿no tendrá usted
algo para el mío?,
y recogían restos
de colas, dientes, piel y agallas, muestras
de un oficio impecable que ofrecían
al supuesto hambre de sus animales.
¡Cuántos sábados imaginaríamos
que algunas noches,
y a pesar de tantas hechuras de dolor
resuelto en dudas y calamidades,
alguien se haría lentamente
entre vergüenzas asumidas,
pero sin culpa alguna,
un caldo salpicado de silencios
a la salud de tantos gatos inventados!
Urgencia de lo minucioso, Lastura, 2021.
Recitado por el autor.
Acompasados
TENSAR la savia de los días,
el origen de la derrota, el principio de tanto menoscabo.
Penetrar en la música del tiempo,
disolver su cadencia,
acompasarnos,
dejarnos llevar por su canto abierto,
sin agobios, sin prisa.
Atrevernos,
y al momento compartir la aventura
de la respiración,
la gran sorpresa azul
del monte ascendido en el verdor del roble,
y ser el roble, hacernos a su hechura.
Y en la orilla del lago,
limo de luz, disfrutar esa penumbra nueva
que nos aviva y nos aquieta.
Igual que tú, el agua desconoce
la raíz del estío,
la hoguera de su alto taller,
¡y tú aun sin darte cuenta!,
pero se crece y alza cuando enjuaga
lo sencillo y lo mejor del hombre.
Lo lento, Lastura, 2019.
EL órdago de las palabras,
su sonido expectante
siempre dándonos señas,
guiñándonos los ojos con sus brujerías,
creando dudas y argumentos
contra el aval de las imágenes,
también acuñan poesía.
(lógica).
El dilema del aire, Reino de Cordelia, 2020.
Maeve Ratón
(Zamora, España 1979). Graduada en Lengua y Literatura Españolas y en Magisterio por la Universidad de Salamanca. Ejerce, en la actualidad, como profesora de Lengua castellana y Literatura. Es autora de Al son de edades (Editorial Celya, 2008), Arritmias (Instituto de Estudios Bercianos, 2012), Los peces del duelo (Editorial Evohé, 2016), Memoria de la carne (Editorial Evohé, 2017), La desarmonía del vínculo (2º Premio Nacional de Poesía Gabriel y Galán, 2019), Lo que ocupan los muertos (Ménades Editorial, 2020) y Memoria de la carne (Mantis editores, México, 2020).
Mi hermana piensa en habitaciones
Sabe que es posible
doblar la ropa sobre el mar
Contener la respiración frente a los azulejos
Bajar al sótano a encender los valles
Mi madre piensa en mi hermana
cuando piensa en habitaciones
Le pide que limpie el oro
de los rincones cuando amanece
Le hace barrer la sal de los alimentos
Le prohíbe irse de casa sin crecer
Quizás a los cuarenta
mi hermana tenga suerte
Memoria de la carne, Evohé, 2017.
LOS PERROS no blasfeman.
Emiten un aullido
y ladran cuando presienten la muerte.
Pero evitan relacionar a Dios con semejante hazaña. Los perros mantienen caducas ciertas habilidades; entre las que se encuentran no pensar más allá de aquella realidad
que los sostiene como a perros.
Ni siquiera niegan que Dios exista, cuando sus ojos se embadurnan de aire mientras se les eriza
el pelo de sus lomos, y reculan.
Tu perro no llenó de mierda a Dios cuando te encontró muerto en un rincón del mundo.
Se limitó a esperar a que llegáramos lamiéndote la cara, y tan inquieto como cuando te recibía en casa. Hoy ignora dónde estás.
Pero cuando papá
comienza a blasfemar, él enloquece. Ahora, relaciona a Dios con tu muerte.
Lo que ocupan los muertos, Ed. Ménades, 2020.
Recitado por la autora.
Etapa prenatal
Para Aimar.
DEBÍ haberte lavado
al hacerte hombre.
Frotarte las costillas con el agua
del pozo que se hundía en el jardín.
Lustrar tu rostro en plata.
Voltearte
dibujado a la sombra interrumpida
de la higuera, que filtra en luz mandalas
adornando tu piel.
Besar enjabonadas tus mejillas.
Ver tu niñez de esparto en otras suelas
que ocupadas por niños nuevos hinchan
los pechos de sus madres primerizas.
Aún hueles a recién nacido, a mar,
a espacio que contiene agua de lluvia
y tierra de verano y el calor
de una tarde de abril.
Hay lunas que florecen en tu espalda
como anillos que ensanchan aquel árbol
que crece junto al río.
Debí de recordarte en tu barreño,
rebosante de leche, cuando no
doblabas todavía las rodillas
para poder entrar dentro de mi óvulo.
Vives en mi memoria:
tu cuerpo hecho no cabe en ella, y busca
limpiar los sedimentos que los años
dejan en tu lugar.
Ciudad Palabra, inédito.
Baile último
Para Javier, Miguel, Andrea y Luisja.
CUANDO bailes no olvides encender
la música que hará
de ti un profeta.
Recuerda que el desuso será el cáncer
que aplaque la nostalgia confundida
con un mechón de pelo rubio y sucio.
Ya no habrá amaneceres en los muros
que juntos levantamos,
sino aquel médico
con las uñas cuidadas por el sol
que nadie vio filtrarse entre los techos
o suelos de linóleo.
Recuerda comer sano, masticar
la fruta como un músculo de goma
que aciertes a engullir
con la energía
de los que fueron guerra
en otros tiempos.
Háblales de la muerte cuando llegues,
pregúntales por qué razón te fuiste
tan rápido que apenas te concibo
ahora en un rectángulo de espuma.
Prepárame la cena.
He de partir
contigo hacia un lugar
que desconozco,
un lugar que pretende ser las flores
en un campo de sueño; pintoresco
y abrumado, por tanto
insecto verde.
La fructosa ‒comamos nuestra carne‒
no es del gusto del órgano batiente
que deja de mofarse sin razón
a una edad tan temprana.
Amemos la escultura que nos une,
su limitado espacio, la gran boca
que esclaviza el origen del que siembra
huesos en los maizales.
Pronto encenderán los instrumentos
dentro de las mazorcas.
Bailaremos
uniendo nuestras manos como pájaros
envueltos por sus alas.
Bailaremos
sobre escombros de plumas hasta al fin
deshacernos en miles de grisáceos
diferentes.
Es noche de ceniza:
pisas suelo de luna.
Ciudad Palabra, inédito.
Juan Manuel Rodríguez Tobal
Nació en Zamora (España) en 1962. Licenciado en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca, es desde 1985 profesor de latín y griego. Perteneció al grupo poético Magua Sociedad Literaria creado en Zamora en el año 2003 para difundir de un modo directo la poesía en la ciudad de Zamora y promocionar entre las generaciones más jóvenes el gusto por su lectura. En la actualidad preside la fundación Sinsonte, creada para promover en España los logros artísticos de la cultura antillana. Esta Fundación es la responsable de la colección de poesía El sinsonte en el patio vecino, en la que han aparecido títulos de Nicolás Guillén o Aimé Césaire entre otros. Poemas suyos han sido recogidos en diversas antologías de España, México y República Dominicana.
Regreso
Hundió lejos del mar el largo remo
y el mar perdió sus ecos.
Labraba el corazón de los olivos
para dormir en ellos.
El sabor de la sal ya no sabía
del Nérito en los cielos.
¿En qué palabra al fondo de qué música
bramaba aquel silencio?
Lloró una vez a un perro y recordaba,
pero ya estaba muerto.
Dentro del aire, 1999.
Un nombre
Si escucharas un nombre,
si manara hasta ti desde la arena,
despojado del último cansancio,
en toda su blancura,
si pudieras traer el hilo frágil
de su belleza breve y sigilosa
sin abrasar tus alas al nombrarlo,
tal vez la lluvia al fin resistiría.
Mas sólo oyes la tierra,
su hospitalaria sombra diminuta,
su silencio indoloro,
rubio,
ardiente,
y no puede ser cierto tanto olvido.
Era una luz hermosa.
Yo no sé recordarla,
pero aún tiento en el aire
la humedad de aquel miedo.
Encuentra tú el sonido.
No dejes que se pierda,
como su cuerpo leve,
su adiós en la corriente.
Cuando nada nos tiene, sólo quien canta puede
sostener en la nada lo poco que tenemos:
Sólo apenas un nombre.
De Grillos, 2003.
Oh, cómo estás fuera del nombre.
Hay una música de fuego
alrededor de nuestros labios,
pero no sé cómo cantarla:
saliva, lluvia, estrella, sangre,
fosforescencia, gato, vuelo,
a lo mejor, tanto, tan siempre...
Si fueras tú el sabor del agua...
Bebo tu cuerpo y sé que nunca
sabré decir de dónde bebo.
Por eso busco la bondad
en este tacto de la noche
que es la certeza de tus senos.
No vino aquí a dejar tu piel
hilachas tristes de alegría,
hebras de luz desabrigada
como un naufragio de cristales
en los charcos de la nostalgia.
Toco la noche y son tus senos
el lugar ciego de la gracia
donde no cabe desamparo.
Toco tus senos y eres buena.
No es la bondad de las palabras.
Es el concilio de las alas
de tantos pájaros atados
al vuelo de una misma altura.
Es la inminencia que no ensucia
la realidad de su inminencia.
Es tu desnudo y la amapola
que te desnuda. El pintalabios
con el que marcas hoy las telas
vivas del alba. Tu bondad.
Creo que más allá no hay nada.
¿Qué somos, di? ¿De qué podemos
decir que estamos siendo peso,
temperatura y duración?
No quiero un nombre que no diga
la fiesta franca de tu boca,
esa pureza de morder
contigo el estremecimiento
en el acaso sin palabras.
En realidad no quiero un nombre.
Quiero quedar en ti sintiendo,
bajo los arcos de tu boca,
la duración, temperatura
y el peso todo de mi sangre.
Y es que no dices, apareces.
Y eres el ruido de los cuerpos
—cuerpos sin voz, estruendo mudo—
que da palabra a cada cosa,
pero no cabe en la palabra.
Eres el humo y la certeza,
y nunca el oro ni la dicha.
Eres la fuente siempreviva,
cuya manida nadie sabe.
Eres la lengua de los pájaros.
Icaria (fragmento), 2010.
Recitado por el autor.
Estoy mirando ahora el mar inmóvil.
En otro tiempo
yo vigilaba la inmovilidad,
vigilaba mis uñas
por si acaso anduviera todavía
algo de mí por ellas.
Algo de mí, no yo.
Sé que una vez estuve, sin embargo,
perdido entre mis uñas.
Estoy mirando ahora el mar inmóvil
detenido en el agua de este vaso.
Es una piel distinta
de aquella otra del mar de la aventura,
pero me miro en ella:
agua sin sal, sin sed, sin miedo casi,
como un agua cansada de tanto corazón.
Estoy mirando el mar, miro mis uñas,
y no veo el lugar en que dejé de verme,
en el que algo de mí que no era yo,
y que una vez anduvo por mis uñas,
me separó del mundo.
Esto era, 2018.
La hidra creció en mí como una hierba seca,
como un guerrero moribundo. No sabía
si estaba atacando, si todavía estaba viviendo,
o si ya era un laurel en mi sangre.
La hidra no tenía una lengua para hablar,
pero tenía muchos ojos apenas ocultos.
Tantas noches se los vi…
Eran todos negros.
Pero solo una vez la sentí pedir ayuda, Issa aliada.
Yo estaba volando entonces como un pez
cerca de la dulce luna.
¿Que qué tipo de piel teníamos?
Ella piel de diamante
y yo una piel toda plateada.
Issa aliada (fragmento), 2021.
Tomás Sánchez Santiago
(Zamora, 1957). Poeta. Ha publicado títulos como La secreta labor de cinco inviernos, El que desordena o Pérdida del ahí. Su poesía reunida apareció en 2019 bajo el título Este otro orden (Ed. Dilema). Es autor de las novelas Calle Feria y Años de mayor cuantía. Su escritura de anotaciones se compiló bajo el título El murmullo del mundo (Ed. Trea).
Mi padre se hace viejo
Pues ya lo ves, Tomás, que con el tiempo
se desprende la fuerza de las piernas
y los ojos apuran hasta el ansia
el desastre moreno que es la luz
cuando se pierde la tarde. Es otoño
y no distingo bien en este tráfago
civil cómo tiritan las acacias
para acabar de perder su boscaje
de hojas que se retiran humilladas
a decorar la soledad de algunos
escaparates en invierno. Mira
qué difícil el pulso, y no consigo
labrar un sueño entero que me alivie
de la monotonía. Tengo miedo,
además, cuando alcanzo noticias
de que tiempos menos benignos vienen
a enfriar las ciudades y a sus cúpulas
desestimarlas vientos que cuartean
los labios que educaron otros climas
más amables. Si vieras cómo tiemblo
cuando me quedo a solas con la casa
ahora, la casa chica donde hubo
pasiones lentas, carne asustadiza
que enderezaba un invisible cáñamo
debajo de las perchas, en el cuarto
de los baúles oscuros donde aún duran
libros de inmortal tinta y olorosa
escritura como aquél: Patres Principes.
Me cansan los asuntos, las rodillas
me arruinan si es que las lluvias percuten
como fustas de mimbre que en las tejas
decidiesen reunir en clamor sordo
otras aguas lejanas y hace tiempo
que el espejo me devuelve un deshielo:
el susto silencioso de las canas
ensabanándome. Por más que hostigo
la memoria, todo lo allegadizo
se va volviendo menos, cruza un flujo
las cosas y las pone en retirada
mortal de color sepia (como aquellas
revistas de viajes que nos turbaban
las siestas en agosto y daban frío).
Así que ya lo ves, solo sé nombres
(Francisco, Eutimia, Narciso, Carmina),
nombres que desenvuelvo y solo un rostro
común que los amuebla me contesta;
di tú cuanto he vivido, pon palabras
que enciendan otra vez años mojados
ahora por el olvido igual que leña
vana. Habla, pues, por mí. Di que es un pozo
que apenas atestigua, mi memoria,
mis labios nada pisan hace tanto
y empiezo a hablar de otro modo, hijo mío.
En familia, 1994.
Pasión del desencuentro
Todo lugar es también un camino.
Roberto Juarroz.
Llego siempre a buscar
lo que ya solo se halla en la música
imposible de las despedidas,
en el dulce apagón de las equivocaciones.
Y ese es mi sino
y esa es mi gloria: acertar
el corazón helado del silencio,
recoger con las manos una luz derrotada
como la que entra, íntima y torpe,
en las escuelas y en los balnearios achuchados
por el abandono
y el estremecimiento maldito de la lástima.
Las horas, con su fábula y su norma
de estructuras que solo dan fijeza,
se llevan actos firmes y sólidos diversos.
Improbable materia de certeza.
Pero en el trámite
queda lo deshuesado para quien cree
que está el muestrario de la verdad
en las sustancias quietas del vacío,
en el sorbo que desclava
el revés enterrado de las actuaciones,
allá donde se mojan
de lágrimas finales
últimos adjetivos
que cuidan la tardanza,
que se desencaminan
y van a un desencuentro con las cosas.
El que desordena, 2006.
Recitado por el autor.
Lo musitado
Eso que deja abiertas las puertas
al sollozo
(su voz sin hueso
y su tejido roto y escurrido)
y todavía hace posible
mover entre los dientes
la extraña compasión de los significados.
Eso que empieza a arder
aun antes de encenderlo y pide paso justo
cuando ha encontrado perdición,
y atraviesa pasillos oscuros
lavándose las sílabas en saliva cansada.
Eso, lo dulce escatimado,
lo que llega solo a morder la luz
de lo intermedio,
lo musitado, sí, de donde sale nada más
el humo hilado de unas pisadas en la nieve.
Hasta ahí, hasta ahí llegaba
la rozadura pequeña del poema.
Un ruido de uñas rotas
y nada más.
Pérdida del ahí, 2006.
La llegada
He venido a buscar
tus dientes inmediatos,
la pequeña pasión de tu pisada
y el humo blanco,
el humo
que despiden tus palabras más largas,
las de plata callada,
las que salen al convite del mundo
entre las aberturas de lo obvio.
Todo he venido a buscarlo.
Y a ti con todo.
Estación roja
A José Antonio Abella y a M.ª Jesús.
Hacia dónde va octubre con sus ventanas rotas, con sus linfas sin orden, con sus caballos revueltos de inmediatez salvaje. Te sigue un lujo frutal de esferas, cielos desconsolados y el bramido de turbios animales que las nubes descuelgan cada tarde.
Octubre, octubre…, sabes dejar que escuezan despacio todas tus horas. Lanzas al aire moscas sin gobierno y entregas adjetivos maniatados por la melancolía. Y siempre habla por ti tu población tranquila: hojas que borran solas nuestros pasos, lluvias que soportan un dictamen y atraviesan todas las cancelas de la tristeza.
Cuando te vayas, olvida entre nosotros algunas brasas sucias que nos guarden de los abatimientos. Y empuja suavemente las lociones del otoño hacia habitaciones finales, allá donde alguien cuida de perchas frías y de paños donde lloran, muy cansados, socios amarillentos.
(pájaro de otro cumpleaños)
ya te ha alcanzado la edad
de las añadiduras
madre
brota soltura todavía
entre los brazos
y tienes por las sienes
ascuas perdidas y música
de pesadumbre
todo me lleva de nuevo a ti
hoy
como si aún fuera un niño,
un niño innumerable
va bajando la lejanía de los impedimentos
te advierten, te advierten
pero tú pones
aún sobre las cosas
paños de luz y exactos contratos desatados
del mundo
inaguantables y amplias
brillan, brillan
tus manos en mi noche
madre
Pérdida del ahí, 2006.
Octavio Uña Juárez
(Brime de Sog, Zamora) Poeta, profesor y catedrático y ensayista. Cuenta con cinco licenciaturas y un doctorado en Ciencias Políticas y Sociología. Ha desarrollado una actividad investigadora en los campos de la sociología del conocimiento y de la comunicación, la sociología de la cultura, la literatura y el arte y la teoría sociológica. De entre sus poemarios podemos mencionar Escritura en el agua (1970), Edades de la tierra (1977), Cantos de El Escorial (1987), Estaciones de abril (2006, 2008 y 2010), Puerta de salvación (2003, 2010 y 2011), Cierta es la tarde (2011). Iluminaria. Poesía reunida 1976-2017 (2017).
Ascensiones
I
Digo también el romeral y avivo
llamas moradas del cantueso triste.
Viene la jara a las nupciales sedas: nombro
Cruz Verde o San Benito al mundo,
visto en color la gloria.
II
Esta suave caléndula, tan cerca, cuando pasas,
del corazón, pone su canto: Abantos lee
lentamente las cosas y somete
la piedra monacal a cruz y raya o isla
sobre el verde impoluta.
III
Del monte en la ladera,
seguid la ruta de la luz y su. ambrosía.
Gustad los oros de la tarde y dioses.
Que dicha la canción, ya no es la noche.
IV
Un sol henchido de mirarte se hunde
y piedras como ajorcas al cuello de los montes.
Muévese Malagón y rapta el pino lunas.
Una cumbre de cobre, humanos o divinos,
ya vivid.
V
Este mirlo al frescor,
esta oropéndola, huidiza dicen,
guardan la dicha de una fuente plata.
Mujer de mayo joven, mírate: en tu pecho
nidal y vuelo del amor, un ave.
VI
Mírate en los reflejos del Batán y anúnciate.
Quiebra la historia su rigor. Un sueño muda
pena en las cosas. Silba, di tu nombre y ecos
larguísimos al son: si ánima o el mismo
don Felipe segundo. Mírate: tú eres
ya tu pasado.
VII
La alfombra que pusieron a tu pie subía
flores al Cervunal. Angélica, la paz
lenta te mira.
Sé luz jaral, sangre resina,
bebe, muda la faz y acaso cantes
amor o mar sin tiempo
VIII
Coliseo Carlos III
Aquí, en el hemiciclo verdemar, Carlos tercero advierte.
Risa sin voz, hurtada la ocasión o lance fiero.
Cae el telón. Rubíes por los ojos.
Farsa verdad y aplaude
tercamente Crispín.
Lope y Soler atraen
brillo hacia el corazón.
(Digan, hagan, agiten, representen, mueran: tercer acto)
Siguen tramoyastrampas, norias vivas.
Eco y amén y quiebro en el monóculo.
Sueña, Pedromartín.
IX
Noche en Floridablanca
Farol o girasol
de noches, ¿quién lo sabe?
Un dios o ánade
de amor fija los ojos
suave, tan lentamente.
Se acercan lunas y los besos viven.
(Advierte el caminante este clamor y mira
misterio en la costumbre).
Farol, Floridablanca
y noches de Escorial:
la más amada piel,
la dicha en la memoria.
X
Gozos de la fachada del mediodía
Yo tuve un día un amor,
al ojo dicha y milagro:
de vivo viento su giro
y estrella en cuatro costados.
De plata y verde nogal
tuvo mi viaje su barco.
Un sueño sube a las torres:
sangra el sol y se va el mundo
de perfil, ángel y blanco.
Yo tuve un día un amor,
al ojo dicha y milagro.
Memoria: gozo de ser
un tiempo antiguo, cercano.
¡Tiene el Jardín de los Frailes
siempre diecisiete años!
De plata y verde nogal
tuvo mi viaje su barco.
Cuatro deseos, un grito
de aromas sobre la luz:
en mar de abril, Escorial,
cautivo y enamorado.
Yo tuve un día un amor,
al ojo dicha y milagro.
Cantos de El Escorial, 1987.