Sección ARTÍCULOS
Luis Cañizal de la Fuente
El autor es catedrático de Lengua española y Literatura del Instituto San Isidro de Madrid, donde ha sido docente desde 1976 hasta 2006. En línea figuran el poemario Notas para la próxima existencia y su obra en prosa Perséfono. Digresiones en caída libre.
Resumen.
Escabrosidades en los textos de literatura clásica en castellano. Reacciones del alumnado. En La Celestina, primera muestra de diálogo artístico pero con aspecto de cotidianidad. La crudeza de La Celestina, en las aulas, 1980. Textos literarios y su música de época: Juan del Enzina. Tácticas de repaso sin dejar de avanzar en la historia literaria. Los viajes literarios. Una puntada bibliográfica. Literatura clásica y música: el Retablo de Maese Pedro, de Falla. Valle-Inclán y Rubén Darío, hermanados. La sensibilidad del alumnado de Bachillerato 1980. Juan Ramón Jiménez y Camilo José Cela, hermanados. Ramón Gómez de la Serna y Francisco Nieva o «de la novela a la escena». Se acompaña con algunos recitados.
Palabras clave: Lengua Castellana y Literatura, clásicos, didáctica, lectura oral.
Abstract.
Roughness in the texts of classical literature in Spanish. Student reactions. In La Celestina, the first sample of artistic dialogue but with an aspect of everyday life. The crudeness of La Celestina, in the classrooms, 1980. Literary texts and their period music: Juan del Enzina. Revision tactics while advancing in literary history. Literary travels. A bibliographic stitch. Classical literature and music: the Altarpiece of Maese Pedro, by Falla. Valle-Inclán and Rubén Darío, twinned. The sensitivity of high school students 1980. Juan Ramón Jiménez and Camilo José Cela, twinned. Ramón Gómez de la Serna and Francisco Nieva or «from the novel to the stage». He is accompanied with some recitations.
Keywords: Spanish Language and Literature, classics, didactics, oral reading.
Profesores en el claustro del Instituto de Enseñanza Secundaria San Isidro de Madrid hacia 1995.
Estas son las memorias ─pero que nadie se eche atrás─ de uno que entró en los Reales Estudios de San Isidro como Profesor Agregado de Lengua y Literatura, curso ‘76/’77, y salió jubilado treinta años después como catedrático bien domesticado por todas esas promociones de alumnos y ─en su momento─ alumnas. Un profesor que admitía el tuteo en clase, y por ello tuvo que oír, cuando iba a entrar la primera promoción de chicas:
─Profe, ¡ahora ya no podrás decir verdulencias en clase!...
Verdulencias era, por ejemplo, pasar revista a esa edición que se titula Tragicomedia de Calisto y Melibea y de la puta vieja Celestina. Pero luego volveré sobre esto, que ahora me importa encarecer lo siguiente: siempre he entendido que si el profesor va a meterse a censor (¡con todos los que la literatura española ha tenido!) por un prurito de exquisitez personal… más vale que se dedique a otra cosa.
Porque se convendrá conmigo en que a los alumnos ─la mayor parte─ les divertía hacerse los escandalizados, aunque sólo fuera para chinchar un poquito al profesor; pero ellos, entre ellos, se conducían con una naturalidad que no tenían por qué vituperar en el profesor. Y conste que el que esto escribe no era, de todos modos, ni un deslenguado ni un obseso, ni, sobre todo, un censor: ¡pues sólo faltaría!
La Celestina estaba siempre en los programas oficiales, y el que esto escribe no estaba dispuesto a prescindir, por culpa de un escrúpulo de mojigato, de pasajes como el que sigue; primer acto de La Celestina, último tercio:
─…Y el poder ser sano es en mano de esta flaca vieja.
─¡Mas desta flaca puta vieja!
─¡Putos días vivas, bellaquillo! ¿Y cómo te atreves…?
─¡Como te conozco!
─¿Quién eres tú?
─¿Quién? Pármeno, hijo de Alberto tu compadre.
[…]
─¡Pues fuego malo te queme, que tan puta vieja era tu madre como yo!
Nunca estuve dispuesto a prescindir de un pasaje que tiene, estilísticamente, las marcas más características de la prosa celestinesca: el que ahora llamaré, momentáneamente, ‘deja-y-toma’ entre los interlocutores: uno termina su parlamento (cuando el diálogo es rápido) con una palabra, y su interlocutor empieza el suyo con la misma. Ello da al diálogo una viveza ─como se puede comprobar en la muestra─ que no llamaré ‘conversacional de uso diario’, porque lo que hay ahí es mucho arte: estamos ante un fingimiento, no ante la vida real hablada del siglo XV: ¿no parece una contradanza de las de ‘brazo enganchado y vuelta del otro lado’? ¡Pues ese es el arte conversacional de Fernando de Rojas… o de quien fuese el autor del primer acto! Acaso se dirá que esas mañas estilísticas las tenía el anónimo autor del primer acto, pero no necesariamente Rojas. A eso respondo sólo ─por no alargar pesadamente esta parte─ que se lea… la primera página del sexto auto: cuajada de paralelismos entre pregunta y respuesta. Y conste que no estoy hablando de refranes rimados en La Celestina. No: ese es otro terreno, otro capítulo, otra flor que le faltaba al ramo.
Todavía tengo que confesar otro sucedido con mis alumnos, tocante a la crudeza de La Celestina. Uno de ellos vino, al final de la clase, a hacerme la siguiente proposición:
─-Profe, que a ver si podría a mí cambiarme la lectura, que es que La Celestina me pone caliente.
─-Pues te echas cubitos de hielo ahí, pero La Celestina me la lees entera.
Reacciones chuscas aparte (piénsese que este diálogo puede datar de 1980, y no precisamente en un colegio de frailes), se convendrá en que no podía admitirse censurar la tragicomedia del XV por una nimiedad. Había que… intentar por lo menos, que el alumnado no se arredrara en las lecturas de los clásicos: ni de los religiosos ni de los profanos. (Y piénsese que, aparte de estos encargos, el profesor también leía en clase algún pasaje que considerara recomendable por su oralidad y entonación. Tanto de prosa como de poesía.)
He estado hablando de un extremo ─llamémoslo así─ de los estudios literarios, y ahora me correspondería hablar del opuesto: la poesía lírica del pasado, ¡y cantada y acompañada de instrumentos!, que no es la zona más desdeñable de ese dominio. Para el (pre)Renacimiento, solía venir muy a mano ─y ameno, que no es mala añadidura─ la lírica de Juan del Enzina: mejor que su teatro, quizá, para las clases de los mayores… que tuvieran al autor en su programa, claro.
Como preámbulo no estaba de sobra hacer ver que estamos en el siglo XV, y que, en la lengua antigua, enzina era masculino: no sólo hablando de Enzina de San Silvestre (Salamanca) sino también en cualquier texto literario de entonces: la canción renacentista del mismo autor «So el enzina, so el enzina», la cual, por cierto, introduje también en alguna de las audiciones de mis clases (ya se sabe: tocadiscos de maleta, y álbum de discos bajo el brazo). ¡Y bien que se mecían alumnos y alumnas al compás!
Por cierto que en un claustro de profesores, en uno de los colegios e institutos en que he impartido clase; en un claustro, digo, se levantó un profesor de Historia y Arte y le pidió a la directora que comprase un equipo portátil de música:
─-¿Para qué?
─¡J…, para oír audiciones!
─¿Y para ver visiones?
─¡J…, claro!
Pero que no se me quede en el tintero dar cuenta de que también solía haber audición de más canciones del propio autor, como Hoy comamos e bebamos: tras la audición, venía el consabido desentrañado de léxico. Dejando a un lado la consideración de si convenía descascarar etimológicamente ese folguemos de la canción, sí procedía, en cambio, entrar a glosar lo que toca a Sant’Antruejo, sobre todo si era ante un grupo que tenía Latín en su programa de estudios: que deriva de Introitu, una parte del año litúrgico que era la ‘entrada’ en la Cuaresma: y ese contenido, ¡convertido a ciegas por el pueblo en un santo!
Puestos en esas, cabía la posibilidad de dejar sembrado un hilo humorístico para cuando llegásemos al Buscón, de Quevedo y leyésemos el viaje de Pablos a Segovia y el encuentro con el poeta chirle que había compuesto un villancico que decía:
Pastores, ¿no es lindo chiste
que esta mañana es el día
del señor San Corpus Criste?...
Me complace ir mostrando al paso estas siembras en mis cursos de Literatura, por la importancia que tiene (¡es sabido, es elemental!), en la enseñanza de una disciplina histórica, como la Literatura, ir sembrando posibilidades para que el alumnado REPASE lo anterior con lo nuevo.
Recitario APE Quevedo 72. Juan del Encina «Hoy comamos y bebamos», recitado por el autor de este artículo.
Como en esta exposición no me siento obligado a seguir el orden cronológico de la Literatura (ya que esto no es, por fortuna, una programación), querría también dar cuenta de ciertas posibilidades iluminadoras de textos literarios aprovechadas por mí, y posibilidades que se hicieron realidad en algún curso con mis estudiantes. Me estoy refiriendo a los viajes escolares y las ocasiones que aproveché para meter a los alumnos en el escenario natural de lo que en clase habíamos tocado. Estoy pensando en un viaje efectivo ‘por la literatura celestinesca’ que hicimos con alumnos de Sexto Curso de Bachillerato: tocando desde Hita hasta Salamanca (pero haciendo entre medias el viaje a pie desde Olmedo a Medina, ya se sabe para ilustrar qué), quince o veinte alumnos y tres o cuatro profesores.
No puedo dejar sin ilustrar este parágrafo, dedicado a la glosa de una trova caçurra de Juan Ruiz; sin ilustrarlo, digo, con una intromisión de la fatalidad en el curso de la redacción del mismo: cuando iba a echar mano de la evocación de uno de aquellos alumnos [de los que hablo en el parágrafo anterior], he podido saber que ha fallecido, y no hace mucho. Y no quiero dejar tan triste noticia sin traer a colación lo que repetía aquel alumno, para juerga de sus acompañantes, por el camino de Olmedo a Medina: que siempre hay que pedir orientación, en las ciudades que desconoces, a un hombre ─búscalo─ que tenga una verruga en un ojo [sic], porque
Hombre de verruga en ojo
mucho sabe de ciudad.
¡Y el caso es que, tiempo después, yo oí, en una comedia clásica, el consejo que le daba un personaje a otro!: si tienes que orientarte en una ciudad que desconoces, pregunta a algún hombre que tenga una verruga en un ojo. Me parece que era así como lo decían. Era en prosa. Pero ¿de quién? Lo he olvidado; y ya se ve que el alumno travieso había pasado el consejo en prosa a refrán en verso.
Conque, a ratos, se me van los hilos de la trama si intento poner en su sitio los trebejos de la crítica literaria para hablar del asunto dicho. Menos mal que en este mismo momento me ha llegado a las manos la noticia de un estudio que se hizo sobre dicha pieza. No acertaría yo a decir mejor las características de esas trovas en el Libro de Juan Ruiz, por lo cual cito literalmente:
…Aquellas composiciones burlescas que cantaban juglares de la más baja estirpe: los cazurros. Tales composiciones tenían un contenido ya disparatado, ya majadero, ya obsceno; además, carecían de mayor argumento y estaban construidas sin seguir regla poética alguna. El autor [i. e., Juan Ruiz], ha empleado la lírica más vulgar, despreciada por la élite culta y condenada por la moralidad oficiaL.
Se apreciará, además, el desparpajo de esa prosa de la autora, Lillian von der Walde Moheno: México. El estudio se titula La ‘troba caçurra’ y algunos elementos de cultura popular en el ‘Libro de Buen Amor’ [1991].
Otro episodio que era muy bien recibido por los alumnos ─en lectura que el profesor hacía en voz alta─ resultaba ser el de Doña Endrina y don Melón, que el profesor leía en clase con la «pronunciación antigua»: la que oíamos a Rafael Lapesa en sus clases de Historia del español, y que había sido estudiada y explicada minuciosamente por él.
Pues bien: la novelita, decíamos, de doña Endrina y don Melón, leída en clase, y con la debida entonación; sin machacar las rimas, pero haciendo las pausas obligadas, aunque sin exagerar. ¡Se trataba de darle vida a un texto medieval!
Para que lector se haga una idea del efecto conseguido, a continuación va un audio ─y varios más intercalados en el artículo, alojados en Recitario APE Quevedo─ como los de aquellas clases, conservando la pronunciación medieval reconstituida, tal como se la oíamos a don Rafael Lapesa en sus frases. Él, en sus lecturas, no rehuía las escabrosidades: uniformizaba la integridad del texto, sin guiños ni retintín. Aunque también es cierto que de vez en cuando lo adobaba con una carcajadilla contenida y premiosa.
Recitario APE Quevedo 73. Juan Ruiz, «Aquí dise de cómo fue fablar con doña Endrina el arçiprestes», en Libro de buen amor, recitado por el autor de este artículo.
Más experiencias orientadas a poner profundidad espacial en los textos literarios. En algún un año académico se exploró la posibilidad de dar relieve a pasajes cervantinos del Quijote. Concretamente ─y mientras los alumnos leían por su cuenta, en su casa y a su ritmo la Segunda Parte─, en clases correspondientes tuvimos audición del Retablo de Maese Pedro, de Falla. No sé cuánto habrá evolucionado el talante y el aguante del alumnado madrileño de 16 años, pero sé decir que en los ’90 y 2000 disfrutaban visiblemente con las audiciones en clase, a condición de que en el caso de que hablo se los hubiese preparado para la audición encareciéndoles la profundidad que esa experiencia podía tener; que íbamos a movernos en un ambiente con varios fondos: uno, el aula de audiciones; dos, la banda orquestal de la obra que sonaba; tres, el patio de la venta, con don Quijote (que sí canta), Sancho y otros huéspedes; cuatro, Maese Pedro y el Trujamán; cinco, don Gaiferos, Melisendra, Carlomagno… A la hora de describirlo, me ha quedado quizá un panorama demasiado complejo, pero aseguro que cuantas veces hice la experiencia resultó positiva. ¡Y no sólo por cómo se veía al alumnado seguir el ritmo de la música con mecimiento de cuerpo!
Más experiencias potenciadoras de textos literarios que se hicieron en los años académicos ilustrados aquí y con alumnos de las edades que se dicen. Ahora, lo tocante al estudio monográfico de Luces de bohemia, de Valle-Inclán, cuando se pudo y hubo manga ancha para experimentar.
(Por cierto, y a cuento de esa manga ancha : hubo un curso, uno de esos que digo, en que, con el beneplácito del Jefe de Departamento estudiamos sólo y entera la Literatura desde el ’98 hasta nuestros días, en Sexto de Bachillerato. Fue muy gratificante, creo que para todos; y varias de las experimentaciones que a continuación se describen proceden de aquella tentativa.)
Luces de bohemia [edición definitiva, 1924] se prestaba magníficamente a mis designios de estudiar arracimadamente a, por lo menos, dos escritores. Aquí, Valle-Inclán y Rubén Darío.
Bien, pero ¿qué se traía a la arena del estudio por el lado de Rubén? Pues nada menos que el
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana…,
el primero de los Cantos de vida y esperanza [1905]. Pero no se crea que con tales encapsulamientos se inducía a confusionismo al alumnado: nada de eso; para conjurar tal peligro, en esta experiencia se hacía manga ancha con la cronología, con tal de dejarles claro que ambos textos iluminan un trecho de principios del siglo XX, y que entra algo de la literatura hispanoamericana por lo que toca a Rubén. Y sin más complicaciones.
Recitario APE Quevedo 74. Fragmento del poema «Yo soy aquel que ayer no más decía», de Rubén Darío, recitado por el autor de este artículo.
Por cierto que al primer recitado del poema de Darío, hubo alumno que canturreó el arranque de la canción de moda, Yo soy aquel, de Raphael (dispensando el ripio involuntario, aquí), y ante eso lo que se hizo no fue reprimirlo, sino coger al vuelo la ocasión de ponderarles hasta qué años y hasta qué niveles sociales [no era menosprecio, claro] podía haber llegado la voz de Rubén Darío. Este encarecimiento no podía dejar de hacerse.
Y por continuar rememorando intervenciones de alumnos, diré que no faltaba el perspicaz que pescaba al vuelo la ocasión de preguntar si esos versos que recita el Rubén de la pieza teatral son verdaderamente del Rubén Darío de carne y hueso:
¡¡¡La ruta tocaba a su fin,
en el rincón de un quicio oscuro
nos repartimos un pan duro
con el Marqués de Bradomín!!!
Recitario APE Quevedo 75. Fragmento de Luces de bohemia de Valle-Inclán, leído por el autor de este artículo.
Se le contestaba, naturalmente, que sí: y que en el tono charanguero de la estrofa se podía apreciar el otro registro poético que también abrió no pocas veces Rubén Darío. Así que ya teníamos a la vista «Las dos voces» del poeta nicaragüense: la delicada y de vena poética auténtica («Yo soy aquel…»), y la facilitona que elige Valle para su Rubén-personaje.
Por lo que se refiere a la atención centrada en el poema Yo soy aquel…, de Darío, el estudio se centraba en encarecerle al alumnado que, pese a lo tardío que es en la vida del nicaragüense (1906), o quién sabe si por eso mismo, presenta una sencillez y un despojamiento de galas que conmueve y llega más hondo al lector actual. Para hacer valer estas prendas, el profesor leía a los alumnos el poema entero, sin declamar (pero tampoco como si fuera prosa, claro); y lo cierto es que el silencio y la atención con que lo recibían daba a pensar que el personal vibraba interiormente en esa clase. Y especifico interiormente para diferenciarlo de las veces en que el alumnado hacía el mimo…¡o llevaba el ritmo, lisa y llanamente!, que tampoco era mala señal.
Acotación intercalada entre los §§ 6 y 7 para ajustar las cuentas sobre el tono y la finalidad de estas rendiciones de cuentas: con ellas, no se pretende ejemplarizar ─proponer ejemplos, eso sí─, ni menos tratar de mostrar que «cualquier tiempo pasado fue mejor», sino ofrecer ideas creativas (así me lo parecen), a los actuales y venideros docentes de Literatura española para estudiantes… pre-universitarios, digamos. Y, naturalmente, se pide que retiren caritativamente las adherencias inevitables de la época.
En el Departamento de Lengua y Literatura del Instituto (Madrid) a que hago referencia, había profesores que eran partidarios de no andar con blanduras respecto a los alumnos, y algunos de aquéllos se escudaban, para su trato, en aquello que Pío Baroja estampa en El árbol de la ciencia sobre cómo el alumnado estaba integrado por los hijos de los porteros de aquel barrio, y claro que lo dice (Baroja) sin menospreciar: pero en los años y cursos que estudio aquí, sí había profesores que trataban al personal discente con un despego observable… incluso en la cafetería del Centro. El que esto escribe pudo apreciar, a los pocos meses de dar clase allí, que había no poco alumnado dotado de una sensibilidad, una educación y un trato muy propicios para que en clase se les condujese al análisis de una pieza tan delicada como el soneto Imajen alta y tierna del consuelo, con la intención de, primero, estudiarlo dentro de la corriente estética y momento cronológico en que apareció: esto, para evitar las posibles contaminaciones que ahora se dirán. Y, en un segundo momento, estudiarlo dentro de La colmena, de Camilo José Cela, en que aparece: incrustación que le imprime un matiz bronco, aunque igualmente sentimental.
La edición que se manejaba de La Colmena era la de «Clásicos Castalia», y los alumnos, claro es, contaban con ejemplares bastantes ─o de su propiedad o prestados por el Departamento─ como para que todos siguiesen el estudio, la lectura Y LAS NOTAS AL PIE. Me detengo en estos pormenores porque es muy de destacar que, a la altura en que el personaje de Martín Marco le recita a Pura el soneto juanramoniano, la autora de la edición crítica inserta ENTERO, en nota a pie de página, dicho soneto.
No era cuestión de traer y llevar escrúpulos sobre si el carácter expresionista del episodio celiano contaminaría la pureza del soneto original. Como posología y distribución, declaro que, según fuese el alumnado de las distintas promociones, el profesor elegía estudiar el soneto juanramoniano en el momento del curso correspondiente a 1915, o bien al de 1951 [La colmena], si es que la autoprogramación para todo el curso había sido siguiendo el orden cronológico de la Historia de la Literatura.
Recitario APE Quevedo 76. Soneto «Sueño», de Juan Ramón Jiménez, recitado por el autor de este artículo.
Antes de que el Instituto «San Isidro» se convirtiera en mixto, recuerdo que tuve ocasión de ilustrar el acercamiento «Francisco Nieva-Ramón Gómez de la Serna» presentando a los alumnos del nivel dicho los textos que ahora se dirán. No hay ningún mérito en el hallazgo, porque el propio Nieva declara en el encabezamiento del Delirio del amor hostil que fue «sugerido por un relato de Ramón Gómez de la Serna». Y tampoco lo hay en señalar que ese relato es La hija del verano.
Sí me complace presentar sendos pasajes (que en clase leía), para señalar el juego metafórico que en ambos hay, y que funciona de manera análoga, en ambos escritores, en cuanto al campo semántico. Veamos. RAMÓN en La hija del verano:
─¿Y podremos seguir hablando por el balcón?
─Sí… Mi abuelita está muy sorda y no nos oirá… La chica se encantará al saber que tengo novio…
Miguel se sorprendía de su ingenuidad gachona, con lágrimas de dulce en sus labios, como las que sueltan las brevas abiertas de puro rumbosas de su dulzura.
El paseo se disolvió, y mientras Adelaida era acompañada por unas amigas a su casa, Miguel se acercó a los amigos, y rebosante de satisfacción, les dijo:
─¿Lo veis?
─Que te aproveche… Te vas a hartar de sandía este verano…
─¿Sandía o sandia? ─dijo otro.
─Nada de chistes groseros ─dijo Miguel…
Ya se habrá adivinado que era esa penúltima línea del diálogo la que me permitía en clase disertar sobre el uso diacrítico (semánticamente hablando) de la tilde, sin menospreciar una incursión en la semántica a propósito de sandio, sandia cuyo significado los alumnos desconocían por lo en desuso que está hoy ese adjetivo.
Por lo general, prefería no entrar a comentar el juego de símiles y metáforas que hay después de lágrimas de dulce, para no atizar la posible lubricidad del alumnado.
Pero vamos al texto de Francisco Nieva, y ahora se verá que no abusé del latiguillo nievesco, ese de «Sugerido por un relato de Ramón Gómez de la Serna». Lo que sí hice fue ponderar la profundidad escénica que el pasaje tiene. (¡Claro, como que este texto es teatro, a diferencia del de RAMÓN, que es narración… plana, digamos; más o menos plana!)
[Ermelina está asomada a lo alto de una tapia de su jardín, mientras que Jasón habla al pie de ella.]
ERMELINA.- ¡Ah, ya tropezaste! ¡Y qué pronto! Pues no bajo porque soy culicolgada y tengo una pierna corta.
[…]
ERMELINA.- Y alcánzame este otro dato: con todo mi cuerpo de pera colgona, soy la dueña del Barrio de Doña Benita…
Para no atizar lubricidades, mi comentario se centraba más bien en eso que he adelantado antes, y que es tan perceptible y recordable en adelante para los alumnos: la diferencia de niveles a la que están los personajes, y ello hace que el diálogo teatral esté potenciado. (Por lo demás, ¿qué necesidad había de descascarar el juego metafórico? Demasiado perceptible y recordable era.)
Y ya no había más necesidad de repasarlo en el curso.
CAÑIZAL DE LA FUENTE, Luis (2022). «‘Eso no se puede decir en clase’.
Tres décadas de ‘inconveniencias’ en el Instituto ‘San Isidro’
». Letra 15. Revista digital de la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo» de Madrid. Año IX. N.º 12. ISSN 2341-1643
[URI: http://letra15.es/L15-12/L15-12-15-Luis.Canizal-Eso.no.se.puede.decir.en.clase.html]
Recibido: 14 de abril de 2022.
Aceptado: 1 de mayo de 2022.