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Pedro Hilario Silva
Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca en 1984 y doctor por la Universidad Complutense de Madrid, donde ha ejercido como profesor asociado y actualmente es colaborador honorífico. Preside la Asociación de Profesores de Español «Francisco de Quevedo», cuya revista de didáctica de la lengua y la literatura Letra 15 dirige desde su creación. Miembro del Consejo de IUCE de la Universidad Autónoma de Madrid, formó parte durante varios años del equipo de investigación de la Universidad Complutense de Madrid sobre el proceso de escritura: Didactext. Diplomado por el T.A.I. en la especialidad de Guion de Cine y Televisión, ha realizado guiones para documentales y ha escrito y dirigido varias obras de teatro (La verdadera historia de Rodrigo Díaz de Vivar y sus leales vasallos o La azarosa historia de Álvaro Tenorio, son algunas de ellas). De entre sus trabajosos sobre poesía española contemporánea destaca De La luz y la presencia, estudio de la obra poética del autor del grupo del 60 Jesús Hilario Tundidor. En la actualidad, como miembro del grupo de investigación sobre Literatura Infantil y juvenil: ELLI, de la Universidad Complutense de Madrid, trabaja en el análisis de los procesos de reescritura y reciclaje transmedia de cuentos populares.
El Acto I de la obra de teatro por entregas Eufemia o el país donde no existían los cuentos se publicó el pasado 22 de abril de 2022 en la web de la Biblioteca APEQ, el Acto II en el número anterior de la revista, el 12, y su desenlace, el Acto III, se puede leer y también escuchar a continuación.
[La reina se encuentra al lado de un estanque, en el jardín del palacio, y arroja migas de pan al agua mientras la observa pensativa. Dos guardias custodian la puerta del jardín. De repente, entra el Chambelán que, con agitación no disimulada, se dirige hacia donde se encuentra la reina.]
CHAMBELÁN: Mi reina, acaba de llegar a palacio uno de los espías que tenemos infiltrados en la corte de vuestro hermano, y las noticias que aporta son más que preocupantes, creo que…
REINA: (Sin levantar la cabeza, manda callar al Chambelán con un gesto de la mano) Hazlo pasar, a ver cuáles son esas noticias tan preocupantes con las que nos sorprende ahora mi hermano.
[El chambelán ordena a uno de los guardias que hagan pasar al espía, el cual, al entrar en la sala, ejecuta una amplia reverencia y espera reclinado y en silencio a que se le permita hablar.]
CHAMBELÁN (Ansioso): Vamos, levantad y contadle a la reina las nuevas que me habéis relatado.
ESPÍA: Mi reina, como sabéis, llevo varios meses infiltrado en la corte del rey Italo como ayudante de cocina. Poco o nada relevante había escuchado o visto hasta ayer por la mañana, momento en el que llegó a las cocinas un emisario de la corte del rey Joao para que le sirviéramos, por orden del rey, un refrigerio.
CHAMBELÁN: Habéis oído, Majestad, un emisario de la corte del rey Joao. Lo que nos temíamos está pasando, vuestro hermano está pactando con… (La reina le hace callar de nuevo con un gesto.)
REINA: Decidme, solado: ¿contó algo el emisario que yo deba conocer?
ESPÍA: No, mi reina. Solo habló de la comida y de lo duro del viaje de vuelta.
REINA: ¿Sabéis si permaneció el emisario mucho tiempo en palacio?
ESPÍA: No, mi reina; había llegado una hora antes de bajar a las cocinas y, tras abastecerse, partió.
REINA: Podéis retiraros (El espía, tras hacer una sentida reverencia, hace mutis por el foro). Chambelán, id y decid que traigan a mi presencia a los dos narradores.
CHAMBELÁN: Pero… (La reina lo mira con fijeza, ante lo cual el chambelán se calla.)
[El chambelán sale ostensiblemente disgustado de la sala. La reina vuelve a arrojar migas al estanque. Tras unos instantes, entran los narradores escoltados por dos guardias, quienes, tras ponerlos de rodilla delante de la reina, retroceden. La reina con un gesto indica a los narradores que se pongan de pie.]
REINA: Contadme, ¿qué habéis deducido del pergamino? ¿Qué mensaje secreto esconde? ¿Con qué intención me lo ha enviado mi hermano?
VIAJERO 1: Majestad, bien sabéis que un texto cualquiera, y esa especie de acertijo lo es, necesita un contexto. Las palabras aisladas nada significan y a los relatos les pasa igual. Es cierto que alguien podría decirnos cuando intentamos explicar un cuento: ¿de dónde sacas esas ideas? Yo solo veo un cuento, una historia, y nada más hay que decir de lo que dice. Y puede ser cierto: a lo mejor vuestro hermano no quería deciros nada más allá de lo que decía el texto: un pez puede tratar de huir del pico del ave que lo acaba de atrapar y tener mala suerte y caer en la red de un pescador. Al escribir esa anécdota en un papel y enviárosla, sin embargo, le ha podido conferir un valor que es posible que por sí misma no tuviera; se trata del valor de quienes, ante un hecho como el narrado, proyectan sobre él sus dudas, miedos o resquemores y deciden, de acuerdo con ellos, que contiene un significado que se eleva por encima de la propia historia.
REINA: ¿Queréis decir que mi hermano se burla de mí? ¿Qué sabe que intentaremos descifrar un mensaje oculto que no existe? ¡Qué majadería!, quizás deba prescindir de vosotros y llamar a mis interpretadores de sueños, ellos nunca han dudado en decirme el significado encerrado en enigmas o quimeras.
VIAJERO 2: Majestad, hacedlo si lo consideráis; pero nosostros no conocemos a vuestro hermano, y no sabemos si posee algún retorcido sentido del humor, o si la relación que con él mantenéis propiciaría algo así. ¿Cómo podemos entonces interpretar su texto si desconocemos su contexto? Únicamente podemos deciros que, en una gran medida, lo que una historia acaba significando depende de los ojos con qué la leemos. Permitid relataros un breve cuento:
Siete habitantes de la Atlántida salen a pasear: un poeta, un pintor, un sacerdote, un bandido, un usurero, un enamorado y un pensador. Llegan a una gruta. «¡Qué lugar más propicio para la inspiración!», exclama el poeta. «¡Qué espléndido tema para un cuadro!», dice el pintor. «¡Qué rincón favorable para rezar!», salmodia el sacerdote. «¡Qué ubicación soñada para un escondite» !, declara el bandido. «¡Es una soberbia caja fuerte!», murmura el usurero. «¡Qué refugio para mi amor!», sueña en voz alta el enamorado. «¡Es una gruta!», agrega el pensador.
REINA: Pero la gruta es una gruta, por más que cada uno la vea según su interés.
VIAJERO 1: Cierto, Majestad, pero no lo es menos que para cada uno de los personajes es también algo más. Como os dice mi compañero no conocemos a vuestro hermano ni el litigio que con él mantenéis; y es difícil, sin esa información, otorgarle el sentido del que él ha querido dotar a su mensaje. Es como si solo oyéramos lo que nos cuenta de la gruta cada uno de los personajes, sin conocer la gruta en sí. Estoy seguro, además, de que el acertijo que os ha enviado puede llegar a tener interpretaciones muy diversas, algunas incluso enrevesadas y desquiciantes, otras sutiles e inteligentes; pero también lo estoy de que seguramente su sentido sea para vos mucho más sencillo de aquel que, a pesar de su buena fe, tiene para muchos de quienes os rodean. Escuchad un instante este antiguo relato que tiene que ver con una reina como vos.
A una bordadora de un país remoto, su reina le encomendó que bordara, sobre seda o satén, una rosa blanca rodeada de hojas. La bordadora, como era muy joven, empezó a buscar por todas partes una rosa blanca perfecta, para bordar la suya a imagen y semejanza de ésta. Pero sucedía que unas rosas eran menos bellas de lo que le convenía, y otras no eran tan blancas como debían. Pasó días y días, horas llorando, para encontrar la rosa que pudiera imitar en seda, y, como en los países remotos nunca deja de haber pena de muerte, ella bien sabía que, según las leyes de los cuentos como éste, no podrían dejar de matarla si no bordaba la rosa blanca.
Al fin, a falta de un remedio mejor, bordó de memoria la rosa blanca que le habían exigido. Después de bordarla, la comparó con las de verdad que hay en los rosales. Sucedió que todas las rosas blancas eran exactamente iguales a la que había bordado, que cada una de ellas era exactamente aquélla.
De modo que llevó su labor a palacio y es de imaginar que se casaría con el príncipe.
En el fabulario en el que está escrita, esta fábula no tiene moralidad. Precisamente, porque en la edad de oro, las fábulas no tenían moralidad.
REINA: Insinuáis entonces que mi hermano, a quien conozco bien y sé que no es persona de grandes sutilizas ni metáforas, ya me sorprende que haya enviado este pergamino, ha querido simplemente decirme de esa manera que escapar de un enemigo puede no salvarnos, pues otros enemigos nos acechan y pueden acabar con nosotros, y así, en el fondo, lo que está haciendo es darme la razón, por fin, a lo que tantas veces he intentado hacerle comprender. Aunque, eso sí, se cure de reconocerlo directamente.
VIAJERO 2: Majestad, nadie soy para aseverar tal cosa. Tal solo me limito a indicaros mi imposibilidad de llevar a cabo una interpretación que pueda definirse como única y verdadera. Incluso podría deciros que existen lecturas de los cuentos muy diferente entre sí, según quiénes lo lean (y, como os decía, dónde y en qué momento lo hagan). Había un cuento que hablaba de una niña y un lobo que la engaña para comérsela y este era para unos un relato que enseña a los niños a no fiarse de los desconocidos y para otros era un cuento que hablaba del modo en que las jovencitas deben cuidarse de los libertinos. ¿Cuál es la interpretación verdadera?
VIAJERO 1: Lo único que podemos decir es que cualquier cuento posee unos significados en su superficie y otros sumergidos que hemos de ser capaces de encontrar, y que guardan relación con el contexto, sí; pero también con la intención del que lo cuenta, una intención que, a veces, cuesta desentrañar. Recuerdo un cuento que llegado del Oriente decía:
Un samurái se presentó un día ante un maestro zen y le preguntó:
─¿Maestro, existe realmente un infierno y un paraíso?
El monje observó un momento a su interlocutor.
─¿Quién eres tú? ─le preguntó.
─Soy un samurái.
─¿Tú, un samurái? ¿Qué señor te querría a su servicio? ¡Tienes el aspecto de un mendigo!
La ira se apoderó del guerrero. Asió su sable y lo desenvainó. El monje prosiguió:
─Ah! ¡Tienes una espada! ¡Pero tú eres seguramente demasiado torpe y demasiado inexperto para cortarme la cabeza!
Fuera de sí, el samurái lanzó un grito y blandió su sable, dispuesto a atacar. Sin embargo, tuvo un momento de duda y en ese instante el monje anunció con voz tranquila:
─Aquí se abren las puertas del infierno. El guerrero, sorprendido, envainó la espada y se inclinó.
─Aquí se abren las puertas del paraíso ─le dijo entonces el maestro.
REINA: Pero, entonces, si esa es la intención de mi hermano al enviar el mensaje: ¿por qué no me lo comunica directamente? Sería mucho más fácil solicitar una reunión y darme la razón de una vez por todas y dejarnos de necedades.
VIAJERO 2: No lo sé, Majestad, lo único que sé es que, si hay una emoción poderosa, esa es el orgullo.
VIAJERO 1: Es, además, una emoción que está directamente relacionada con la autoestima, por eso cuando esta se ve dañada por el motivo que sea, aquel se alza como una coraza. También sobre eso nos hablan los cuentos. Dejadme que os cuente un último relato, quizás os ayude a decidir qué hacer con vuestro hermano.
Cuentan que un rey tuvo el siguiente sueño. Creyó que vagaba por un bosque oscuro, lleno de frutos extraños y de lindas flores venenosas. Los áspides silbaban a su paso, y los loros relucientes volaban, gritando de rama en rama. Enormes tortugas yacían dormidas sobre el barro caliente. Los árboles estaban llenos de monos y de pavos reales.
Caminó largo tiempo hasta llegar a la salida del bosque, y allí vio una inmensa multitud de hombres que trabajaban en el lecho de un río seco ya. Llenaban la tierra como hormigas. Abrían hoyos profundos en el suelo y descendían a ellos. Unos rompían las rocas con grandes hachas; otros escarbaban en la arena. Arrancaban de raíz los cactos y pisoteaban las flores de color escarlata. Se movían a prisa, daban voces y ninguno estaba ocioso.
Desde la oscuridad de una caverna la Muerte y la Avaricia los observaban, y la Muerte dijo:
─Estoy cansada, dame una tercera parte de ellos, y déjame ir.
Pero la Avaricia movió la cabeza negativamente:
─Son mis siervos ─dijo.
Y la Muerte le preguntó:
─¿Qué tienes en la mano?
─Tengo tres granos de trigo ─contestó la Avaricia─; ¿qué te importa?
─Dame uno de ellos ─dijo la Muerte─ para plantarlo en mi huerto; uno solo de ellos, y me iré.
─No te doy nada ─dijo la Avaricia, y escondió la mano en los pliegues de su vestidura.
Y la Muerte lanzó una carcajada, y tomó en sus manos una taza y la introdujo en un charco de agua, y de la taza se levantó la Fiebre Palúdica. Con ella atravesó por entre la multitud, y la tercera parte de ellos quedaron muertos. Fría niebla la seguía, y las serpientes de agua corrían a su lado.
Y cuando la Avaricia vio que morían tantos hombres, se dio golpes de pecho y lloró. Golpeó su pecho estéril y dio voces.
─Has matado la tercera parte de mis siervos ─gritó─. ¡Vete! Hay guerra en los montes de Tartaria, y los reyes de cada facción te llaman. Los afganos han matado el toro negro y marchan al combate. Pegan en sus escudos con sus lanzas, y se han puesto los yelmos de hierro. ¿Qué tiene mi valle que en él te detienes tanto tiempo? Vete y no vuelvas más.
─No ─respondió la Muerte─, no me iré mientras no me des el grano de trigo.
Pero la Avaricia cerró la mano y apretó los dientes:
─No te doy nada ─murmuró.
Y la Muerte lanzó una carcajada, y tomó en sus manos una piedra y la lanzó al bosque, y de la maleza de cicutas silvestres salió la Fiebre en traje de llamas. Atravesó la multitud y tocó a los hombres, y murió cada hombre a quien ella tocó. La hierba se secaba bajo sus pies.
Y la Avaricia tembló y se echó ceniza sobre la cabeza.
─Eres cruel ─gritó─, eres cruel. Hay hambre en las amuralladas ciudades de la India, y las cisternas de Samarcanda se han secado. Hay hambre en las amuralladas ciudades de Egipto, y las langostas vienen del desierto. El Nilo no ha rebasado sus orillas, y los sacerdotes maldicen a Isis y a Osiris. Vete adonde te necesitan, y déjame mis siervos.
─No ─respondió la Muerte─; mientras no me hayas dado un grano de trigo, no me iré.
─No te doy nada ─dijo la Avaricia.
Y la Muerte lanzó otra carcajada y silbó por entre los dedos, y por el aire vino volando una mujer. El nombre de Peste estaba escrito sobre su frente, y una multitud de buitres flacos volaba en torno suyo. Cubrió el valle con sus alas, y ningún hombre quedó vivo.
Y la Avaricia huyó gritando a través del bosque y la Muerte subió sobre su caballo rojo y partió al galope, y su galope era más rápido que el viento. Y del limo, en el fondo del valle brotaron dragones y seres horribles con escamas, y los chacales llegaron trotando por entre la arena, olfateando el aire.
[Al día siguiente, la reina solicitó a los dos narradores un cuento para enviar a su hermano como respuesta. Estos le entregaron el siguiente relato, que ella envió a su familiar sin dudarlo, tras darle las gracias .]
REINA: No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes empezaron a discutir. Ésta fue su primera discusión seria que tenían en 40 años de cultivar juntos hombro con hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes de forma continua. Esta larga y beneficiosa colaboración terminó repentinamente. Comenzó con un pequeño malentendido y fue creciendo hasta llegar a ser una diferencia mayor entre ellos, hasta que explotó en un intercambio de palabras amargas, seguido de semanas de silencio. Una mañana alguien llamó a la puerta del hermano mayor. Al abrir la puerta, encontró a un hombre con herramientas de carpintero. «Estoy buscando trabajo por unos días», dijo el extraño, «quizás usted requiera algunas pequeñas reparaciones aquí en su granja y yo pueda ser de ayuda en eso». «Sí», dijo el mayor de los hermanos, «tengo un trabajo para usted. Mire al otro lado del arroyo aquella granja, ahí vive mi vecino, bueno, de hecho, es mi hermano menor. La semana pasada había una hermosa pradera entre nosotros y él cogió su tractor y desvió el cauce del río para que quedara entre nosotros. Bueno, él pudo haber hecho esto para enfurecerme, pero le voy a hacer una mejor. ¿Ve usted aquella pila de desechos de madera junto al granero? Quiero que construya una cerca, una cerca de dos metros de alto, no quiero verlo nunca más.» El carpintero le dijo: «Creo que comprendo la situación. Muéstreme donde están los clavos y la pala para hacer los hoyos de los postes y le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho». El hermano mayor le ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja durante todo el día para ir al pueblo a por comida. El carpintero trabajó duro todo el día midiendo, cortando, clavando. El granjero regresó cuando se acercaba la noche, el carpintero justo había terminado su trabajo. El granjero quedó con los ojos completamente abiertos y la boca abierta. ¡No había ninguna cerca de dos metros! En su lugar había un puente. ¡Un puente que unía las dos granjas por encima del río! Era un bonito puente con pasamanos. En ese momento, su vecino, su hermano menor, vino desde su granja y abrazando a su hermano le dijo: «Eres un gran tipo, ¡mira que construir este hermoso puente después de lo que he hecho y dicho!». Estaban en su reconciliación los dos hermanos, cuando vieron que el carpintero tomaba sus herramientas. «¡No, espera!», le dijo el hermano mayor. «Quédate unos cuantos días. Tengo muchos proyectos para ti», le dijo el hermano mayor al carpintero. «Me gustaría quedarme», dijo el carpintero, «pero tengo muchos puentes que construir».
MAESTRO DE CEREMONIAS: Cuentan las crónicas que solo una ciudad rivalizaba en el mundo con Eufemia en el arte de sus contadores de cuentos, una ciudad en cuya plaza se alza una hermosa estatua de dos contadores de cuentos. Cuentan también que en sus mejores años, la reina del lugar descendía con su corte a la plaza principal, donde todas las noches se juntaban decenas de contadores de cuentos que relataban sus historias junto a encantadores de serpientes, danzantes, acróbatas vendedores de zumos de fruta, pasta de sésamo, de cúrcuma y almizcle... y que, a veces, la propia reina, en medio de ese caleidoscopio infinito de relatos y personas que se juntaban abarrotando la plaza y sus callejeas adyacentes, contaba historias hasta muy entrada la noche. Esto fue así durante muchos años, hasta que un día subió al trono un rey que … Pero esto… es otra historia.
TELÓN
En la web de APE Quevedo se puede encontrar la versión completa del audiolibro, leído por Antonia García Ripoll, Rebeca Domínguez Chaves, Miren Álvarez Chillida y Pedro Hilario Silva. Aquí se reproducen las dos partes del Acto III.
Acto III. Inicio.
Acto III. Final.